Historias individuales, narrativas que saltan de adelante a atrás sin perder el rumbo, y mucho dramatismo. Con estos componentes "Nanatsu no Taizai" ha emprendido el camino de su tercera temporada. Aquellos combates multitudinarios bañados en tropos del shonen, han dejado paso a un tono mucho más contenido y espeso. Nakaba Suzuki conseguía así pescar significados más variados, profundizando en unos personajes hasta el momento planos.Diane yKingse beneficiaban abiertamente de este nuevo enfoque, y ahora es Gowther, el Mandamiento menos perfilado y construido de todos, quien intenta hacer lo mismo. Solo lo intenta.
Un corazón, un propósito
Tras el amago de reunión que se asomaba la semana pasada, la marioneta salía corriendo huyendo del corazón con el que Bartra Liones aparecía en escena. ¿Qué era ese objeto y por qué renegaba de él? El octavo episodio se adentra en las entrañas de ese cuerpo vacío para responder a la infinidad de preguntas que ha ido dejando a lo largo de todo el anime. Lo hace recuperando un recurso dócil que no habla muy bien del mangaka; el flashback. No hablamos ya de una regresión milenaria como la que vivieron los otros dos Mandamientos en los primeros capítulos, sino de un salto más pequeño y cercano. Claro que los efectos vuelven a ser los mismos; personajes y escenarios desconocidos, sensación de indefensión, y un suspense que sostiene la frágil estructura narrativa.
Meliodas sirve aquí de entradilla para poner en contexto la pastilla de melodrama que está a punto de entrar por pantalla. Gowther quedó atrapado en el Inframundo por el Rey Demonio, y decidió crear una marioneta para que fuera sus ojos y sus oídos en el mundo real. Lo creó a semejanza de su amada, pero con aspecto de hombre para evitar despertar sentimientos de deseo impropios. Entreviendo las intenciones de este, la máxima autoridad del clan le regaló el Mandamiento del Desinterés; una suerte de maldición que elimina poco a poco las emociones y sentimientos del usuario. La contradicción en sí misma está inserta en el nacimiento de este títere que ahora busca su lugar en el mundo sin querer mirar hacia atrás.
Gowther se despierta en las mazmorras de lo que todavía no sabe que es el castillo de Liones. En su confusión se topa con una prepúber de bello rostro y cabellos azules. Entra en escena Nadja, la hermana del rey Bartra, que durante la juventud de este último conoció a una marioneta vagando tras miles de años en hibernación. La inocencia artificial de uno, y el espíritu soñador de otra, comienzan a encajar de manera fulgurante. Pero lo interesante es que ese acercamiento se cocina con información individual que ninguno comparte con el otro. Gowther es una marioneta en busca del deseo que su creador le heredó, y la princesa es una joven que proyecta con el corazón todo aquello que este mismo no le permitirá hacer. La relación está avocada al fracaso, y eso le permite a Suzuki amplificar los niveles de endorfinas hasta el empacho.
Amor trágico
No hay mucho que extraer del proceso de enamoramiento por el que pasa la pareja. Studio DEEN se limita apegarse a la sarta de clichés y manierismos más rancios con los que el mangaka desarrolla la trama. La marioneta, capaz de cumplir cualquier deseo gracias a su magia, se convierte en el fiel reflejo de Merdol, el príncipe azul con el que Nadja soñaba en los relatos fantásticos. La caspa se comienza a amontonar hasta cotas insoportables, y no precisamente en busca de una deconstrucción. La intención es plenamente condescendiente y vaga, incluso aunque las motivaciones intrínsecas de los enamorados tengan sabores más particulares. Y obviamente, como en toda historia shakesperiana, la tragedia no tarda en aparecer.
La enfermedad cardíaca de la princesa se agrava, y conduce a una última conversación repleta de confesiones y declaraciones. Gowther conocía desde el principio el desenlace de esa apuesta, y aún así aceptaba sufrir una segunda pérdida en su larga pero olvidada vida. ¿Es ese el sueño que su creador le confirió? Ahora que por fin ha podido ver, oír y sentir por sí mismo, Nadja le asegura que ha alcanzado la autorrealización perseguida por el marionetista. En el manga este clímax conduce a una intensa escena de sexo, que más tarde terminaría justificando la coletilla como uno de los Siete Pecados: el de la lujuria. El estudio, sin embargo, decide aplicar la mojigatería nipona y censura el momento, destruyendo consigo todos los cruciales significados que debían derivarse de ahí.
Por suerte para el estoico fan, la tropelía no consigue desvirtuar por completo el devenir original de la historia. El dolor que la muerte de la princesa le produce a Gowther explica su afán por intentar olvidar; no es más que un mecanismo de autodefensa tan profuso, que le ha llevado a vivir en la más absoluta de las amnesias durante décadas. Claro que ni ese encaje, ni la manoseada escena final, con Merlín apelando al efecto de sugestión para intentar sorprender, consiguen levantar el episodio. La vergonzosa animación construida a base de planos estáticos hace imposible disfrutar de nada. ¿Por qué esta ignominia hacia el espectador? El tedio se viene repitiendo semanas, y no parece encontrar solución alguna.
Conclusión
"Nanatsu no Taizai" sigue adelante, pero no logra retomar las notas que dejaron las pasadas temporadas. Los personajes están ganando en volumen, pero no gracias al trabajo de Studio DEEN, sino del propio manga. Las batallas que ahora están por venir terminarán de probar si esta compañía está al nivel esperado, o si habrá que ir preparando una nueva píldora de Lost World.
Studio DEEN lo tenía todo en sus manos para hacer de este octavo episodio uno de los pasajes más emocionantes y sentimentales de todo el anime. En su lugar entregan una de las peores animaciones que se han visto este año, y una censura que destruye la escena más importante para el devenir de Gowther.