Uno de los principales atractivos que tiene el género de plataformas es la libertad creativa que tienen los autores dentro de sus confines. Salvo relativos lineamientos básicos, las limitantes para crear un título perteneciente a la longeva índole son esencialmente inexistentes, razón por la que hemos tenido la oportunidad de disfrutar de títulos que, si bien pertenecen a la misma rama, son diametralmente opuestos. Sin importar qué, siempre se ha hallado la manera de crear obras que, más allá de su extenso linaje, se sienten frescas e innovadoras, caso que se repite con The King’s Bird, la creación de Serenity Forge distribuida por Graffiti Games que, simple y llanamente, es una maravilla.
Esta entrañable aventura nos sitúa en un enigmático contexto en el que encarnamos a una joven desconocida. En un principio, somos arrojados en un mapa de cierta apertura en el que se nos indican los controles básicos del juego, mas el mismo no posee menús ni textos que nos ofrezcan mayores informaciones. Podríamos indicar los primeros sucesos de importancia que se desarrollan en los primeros 15 minutos de la aventura, sin embargo, no es sólo que, como en cualquier caso, es mejor experimentarlo por cuenta propia sino que, además y principalmente, la información que tenemos sobre dichos acontecimientos es realmente nula, y no logra cobrar cierto sentido –a través de conjeturas- sino hasta ya avanzados en la trama.
Siguiendo dicha línea, es probable que nos hallemos ante la faceta más débil del título. Si bien se agradece la inclusión de una narrativa que dé sentido a nuestras acciones, pues sí es cierto que existe un grado de interés por dar respuesta a las preguntas que nos haremos paulatinamente, también resulta un hecho que, en lo que a argumento respecta, The King’s Bird no presenta buenas tesituras. En realidad, su historia queda apartada a un segundo plano, lo cual es comprensible pues se nota que lo jugable es el enfoque primordial del estudio, pero, al mismo tiempo, nos vemos implicados en una serie de cuestiones que parecen más una pretensión que un argumento, y rápidamente evaluaremos la pieza como un videojuego antes que como una obra interactiva que busca trascender.
No obstante, el proyecto de Serenity Forge no necesita trascender como arte para lograr lo que alcanza como videojuego: un producto sensacional. Insistimos, es de agradecer que el estudio haya intentado adornar las plataformas con un contexto que, cuando mucho, es bonito, mas desde el primer momento queda enfáticamente determinado que estamos aquí por las mecánicas, no por algo más. Así, la temática de la travesía se adapta a la jugabilidad en un plataformas que combina los agarres y los saltos del parkour con movimientos aéreos en una verdadera danza artística que, primero, se siente magníficamente y, segundo, luce magníficamente.
Siendo más precisos, nuestra joven protagonista cuenta con un abanico de habilidades reducido, mas el suficiente para poder adaptarnos a la multitudinaria cantidad de entornos. Junto a la posibilidad de movilizarnos en todas las direcciones y saltar, poseeremos las habilidades de planear, impulsarnos al contactar con cualquier superficie y, con la velocidad necesaria, trepar por los techos. A través de estos sencillos accionares, lograremos encadenar una serie de movimientos que, una vez perfeccionados –lo cual es difícil, pero mejorar es una parte grata del título-, nos permitirán sortear obstáculos con una gracia y fluidez digna de admiración. El cómo se ve y el cómo se siente son dos reacciones sumamente positivas que dejan una impresión agradable en demasía, por lo tanto, sin importar qué tanto fallemos –lo haremos, y mucho, aunque revivir rápidamente ayuda a no darle importancia, al igual que l-, siempre nos sentiremos instados a seguir adelante.
Respecto a esto último, Serenity Forge ha incluido un sistema pensado para quienes no sean muy diestros en el juego. Lo mencionado se traduce en una serie de opciones que, por ejemplo, extienden el tiempo durante el cual nuestra protagonista puede planear o aumenta la cantidad de golpes que puede recibir antes de caer –por defecto es uno-, una adición que se agradece respecto a aquellos que quieran continuar jugando sin caer en frustración. Inclusive, de manera más directa, existe la opción de saltar el nivel completamente, aunque esto, como el sistema en sí, no supone la mejor experiencia del juego, pues la satisfacción que radica en superar los niveles tan sólo haciendo uso de nuestras habilidades resulta un factor íntegro de la propuesta de la entrega.
Y, en lo que a factores íntegros se refiere, uno de los pilares inamovibles del juego es el diseño de niveles. Partiendo del limitado set de movimientos de nuestro avatar, recae en los mapas la monotonía que podemos, o no, sufrir durante nuestras horas de juego. En este caso, The King’s Bird goza de un constructo sumamente fuerte con una extensa cantidad de mundos por explorar, cada uno con las mismas amenazas –púas y el caer al vacío- pero, sorprendentemente, con variaciones en los desafíos que hacen que cada uno se sienta diferente. En sí, las mecánicas de la obra son tan placenteras e impolutas que recorrer un nivel una y otra vez para mejorar los tiempos logrados es una actividad completamente factible, por lo que, si podemos divertirnos con las plataformas colocadas en un orden que ya conocemos, ir descubriendo nuevos diseños y formatos –por ende, inéditos retos- no es más que multiplicar el entretenimiento.
Por otro lado, es necesario realizar una especial mención al deleite que simboliza la unión de movimientos para avanzar los parapetos. Si bien muchos de los obstáculos pueden superarse de maneras poco ortodoxas, el diseño de niveles está muy bien marcado y las vías por las que la desarrolladora espera que transitemos son completamente notorias, y es a través de ellas que podemos vivir la mejor jugabilidad del título. Esto va íntimamente atado a la intención del estudio de que todos, hábiles y novatos, sean capaces de salir airosos, pero ‘entrenar’ y llegar a hilar las habilidades necesarias para completar el nivel con coleccionables incluidos en el menor tiempo posible es una proeza que no sólo reporta regocijo al completarse sino, especialmente, en los precisos instantes en los que se va produciendo.
No sólo se siente fenomenal; insistimos, y lo seguiremos haciendo hasta culminar el escrito, se ve alucinante. La composición artística que ha logrado el estudio, desde la introducción a la aventura, es una entelequia, una obra que nace de las más vívidas imaginaciones y que ha sido materializada de manera sensacional. Una vibrante paleta de colores, destellos vistosos y sustanciales, contrastes destacables, estructuras arquitectónicas minimalistas pero soberanamente atmosféricas, una particular inspiración por el Imperio Maya y el Romano… En lo que a ambientación respecta, de la mano de una banda sonora que, aunque peca de repetitiva, se adapta muy bien a lo que nuestros ojos perciben, no hay objeción alguna: es una increíble labor, la cual es pulcra a magnitudes que, de no ser así, afectarían a la jugabilidad, pero esta posibilidad ha quedado completamente erradicada gracias a un afán minucioso por lo bello hasta la médula.
The King’s Bird intenta ir más allá de lo que es al plantear un argumento cuyo interés generado se disipa en pos de dar el protagonismo a sus mecánicas, y ahí comete un error. Cuando vemos que, en lugar de ser continuo, el universo se compone de portales para cada nivel con una ciudad interfaz, queda evidenciado que nos espera un título pretencioso que se equivoca al afrontar la adaptación de una narrativa. Aunque sólo se equivoca en eso.
De ahí en adelante, Serenity Forge puede sentirse orgullosa de haber creado un plataformas sobresaliente. Con una estimable cantidad de niveles, rankings para comparar tiempos y constante búsqueda de autosuperación, el juego asegura el repaso de una jugabilidad que ya resulta especial y completamente recomendable tan sólo por lo que supone pasar los niveles una vez. El género de plataformas, en una ocasión más, nos ha concedido una aventura singular.