Más pasión que lógica, "Érase una vez… en Hollywood" es el retrato encarnado de un director enamorado con el pasado. Ni nazis esperpénticos, ni vaqueros del Lejano Oeste, ni mafiosos recalcitrantes. Quentin Tarantino abandona toda referencia narrativa para atarse a un enfoque expositivo del Los Ángeles de finales de los 60. Y lo hace con todas las consecuencias que ello conlleva. Consciente de la velocidad a la que se aproxima el final de su carrera, el cineasta decide dejarse llevar completamente por sus filias cinematográficas más internas dando luz a una quimera difícil de catalogar.
Desde que se estrenara en el Festival de Cannes el pasado mayo, la cinta ha estado bailando por todos los registros del espectro. Funcionó especialmente bien entre la crítica anglosajona, y generó algo más de división entre los compañeros europeos. No resulta sorprendente que Sony decidiera atarse a la fama que desprende el nombre del director para vender la promoción. Y en realidad no estaban muy lejos de la realidad; de un trabajo que se olvida de convencer para desnudar con más o menos acierto al Tarantino más honesto y transparente de toda su filmografía.
"Erase una vez.. en Hollywood" no es la historia de los asesinatos de la familia Manson. El cineasta, conocedor de todos los trucos de la profesión, solo utiliza este morbo, inserto en la memoria colectiva, como un macguffin de lo que en realidad es un retrato de amor hacia una época. Ni siquiera la historia de Rick Dalton y Cliff Booth -ambos piezas sobresalientes del documental-, conforma el cuerpo narrativo de la cinta. Tarantino reduce cada personaje a simples expresiones efectistas sometidas a la visión panorámica y contextualizada que intenta ofrecer. Y no, tampoco lo hace en pos de embriagarse del fervor y el lujo del Hollywood de esa época.
Durante las más de dos horas y media de película el director va tejiendo una oda al cine y al gremio de actores desde el pesimismo. Durante los años 60 la industria se quedó sin referentes. Las fórmulas que habían funcionado hasta el momento quedaban obsoletas. Las carreras de grandes estrellas y cineastas como Alfred Hitchcock, Gary Cooper, o Humphrey Bogart estaban llegando a su ocaso o habían directamente terminado. Las grandes majors seguían produciendo películas, pero cada vez estaban más desconectadas del zeitgeist social. Esa es la industria a la que Tarantino quiere retratar desde su propia nostalgia.
El cineasta deja de lado la deconstrucción salvadora que personalidades como Arthur Penn o Mike Nichols pusieron encima de la mesa a finales de la década, y se apega a esos aires de cambio y melancolía que un siglo antes las nuevas sociedades modernas habían traído para poner fin a la bacanal sin ley del Lejano Oeste. Rick es el epítome de todo ello; una estrella, que tras ganar cierta fama en televisión con la serie western "Bounty Law", intenta saltar a la gran pantalla sin demasiado éxito. Que apegado a un ideal de éxito anticuado, rechaza en múltiples ocasiones las ofertas de trabajo que le salen a su paso.
Rick es un personaje multidisciplinar e increíblemente complejo, pero Tarantino sabe crear el escenario perfecto para exprimir al máximo el talento de Leonardo DiCaprio. Dándole espacio cuando lo necesita, y permitiéndole brillar en sus ya famosos monólogos enervados. A Brad Pitt en cambio le regala un papel mucho más reflexivo y disciplinario : Cliff Booth. Este doble de acción observa siempre desde fuera los cambios que está sufriendo la industria, y los intentos de su compañero por adaptarse. Los dos son unos incomprendidos en un Hollywood que ya no parece tener espacio para ellos.
Y claro, en ese binomio cabía esperar que Margot Robbie aportara su luz habitual para equilibrar el grupo. Pero -y he aquí uno de los grandes problemas de la película-, todo lo que no entra en la jurisdicción de los dos protagonistas está totalmente desdibujado. Ni Robbie como Sharon Tate -poco menos que un escaparate de sonrisas-, ni Al Pacino, Kurt Russell, Bruce Dern, Timothy Olyphant, Michael Madsen, Tim Roth, o el resto del infinito reparto de la producción, tienen un papel a la altura. Ninguno cuenta con personajes consistentes, y en el mejor de los casos algunos logran brillar en determinados gags.
Esa inconsistencia se traslada también al ritmo. Tarantino estira y contrae el metraje sin ningún tipo de criterio, en pos de destacar solo las escenas con las que se siente más emocionalmente conectado. El guion de la película resulta ser una antología enorme conformada por pequeñas historietas sin apenas conexión material entre ellas. ¿Los crímenes de Manson? Sí, pero anecdótico. Es solo en la última media hora de film cuando vemos al director más reconocible y morboso. A ese cineasta que disfruta con lo visceral y el humor negro.
Pero no es suficiente. La sensación de complacencia que transmite el director ya está demasiado asentada cuando la trama encamina su recta final. Es innegable que el sacrificio de la acción en favor de los diálogos permite entender con más precisión la idiosincrasia y el pensamiento de la época, sin embargo la inversión termina pareciendo insuficiente.
"Érase una vez.. en Hollywood" es el mejor retrato histórico que se ha hecho jamás de la década de los 60, cuenta con una de las bandas sonoras más elegantes y acertadas de toda su filmografía, y desprende nostalgia por sus cuatro costados. Pero no es el Tarantino transgresor y valiente por el que muchos se subieron a su carrera. Que cada quien elija.