Las secuelas, tanto en cine como en televisión, suponen siempre un reto doble. Nos encontramos ante la respuesta normalmente de un cliffhanger, y con una trama que en no pocas veces adolece por no contar con el factor sorpresa de su lado. Roberto Aguirre-Sacasa no se libraba de ninguno de esos dos obstáculos en la segunda parte de "Las escalofriantes aventuras de Sabrina", una serie que había logrado reinventar con éxito una de las series más queridas de finales de los 90, y que ahora cosechaba una nueva bases de seguidores hambrientos de historias. ¿Cómo hacer frente a tamaño desafío?
La primera temporada de la serie supuso la puerta de entrada a unos personajes completamente nuevos, sin embargo a su conclusión todo había cambiado. El péndulo oscilante que había supuesto la trama principal se terminaba decantando hacia el lado de las brujas cuando Sabrina decide firmar en el Libro de la Bestia para aceptar de pleno sus poderes. Este evento, más allá de servir de excusa para seguir alargando la serie, suponía un punto de inflexión en la protagonista. Y es precisamente de ahí de dónde saca material el showrunner para dibujar una red casi irreconocible de relaciones y conflictos entre personajes.
Esta crítica se basa en los primeros 5 episodios cedidos por Netflix España
Aguirre-Sacasa se libra de todos los prejuicios y miedos que podía tener durante los primeros compases de la serie, y abraza ese lado más gamberro y punk que solo comenzaba a mostrar sus orejas en el desenlace. En entrevistas recientes afirmaba sin miedo que los nuevos episodios serían más oscuros, pero también más sexys. Y sí, estos son los dos pilares sobre los que se apoya la ficción. Dos componentes atravesados por la Academia de Artes Oscuras, y por una primavera hormonal marcada por el feminismo, la defensa de los derechos LGTBQ, y por supuesto el sexo.
Entre el final de la primera temporada y el inicio de esta segunda apenas han pasado unas pocas semanas. Esa elipsis tan breve condiciona de forma importante los primeros compases de los nuevos episodios. La serie se siente un prólogo de eventos que dan continuidad a todo lo visto con anterioridad. Sabrina (Kiernan Shipka) comienza su nueva vida como bruja de pleno en la Academia de Artes Oscuras, al tiempo que abandona a sus amigos mortales. Harvey (Ross Lynch) se abre de nuevo al amor tras recomponer su corazón, y la Tía Zelda (Miranda Otto) lucha contra los prejuicios desde su nueva posición como profesora de Lenguas antiguas y escritura sagrada.

Hay mucho más cociéndose en subtramas paralelas. Aguirre-Sacasa se muestra con la confianza necesaria como para expandir el universo de la serie no solo en una dirección. "Las escalofriantes aventuras de Sabrina" se ha convertido ahora en una bestia que tan pronto se comporta como una serie teen noventera, como se pasa el lado oscuro para recuperar las vibraciones y los prostéticos de "Buffy, cazavampiros". Cierto es que la dicotomía entre mundo mortal y mundo mágico se hace más evidente tras la elección de la protagonista, pero los intercambios entre una dimensión y otra siguen siendo el núcleo dinámico de la producción.
Ahora bien, la apertura de miras y el reparto de protagonismo entre todos los personajes también traen al frente otros problemas. La primera temporada absorbía gracias a una trama interesante y emocionante. El showrunner solo se tenía que preocupar de dirigir con tiento esta historia, dejando lo demás como simples añadidos en caso de estancamiento. En esta segunda parte conocemos más a Nicholas Scratch (Gavin Leatherwood) –más cercano que nunca a Sabrina-, a Rosalind (Jaz Sinclair), o a la señorita Wardwell (Michelle Gomez). Todos ellos traen al frente variedad y frescura, pero también cierta irregularidad.

Y es que no todos los personajes son igual de interesantes. Algunos pecan de homogéneos, mientras que otros son cócteles de clichés sin demasiado interés. Lo asombroso es cómo Aguirre-Secacasa nunca termina de perder de vista el objetivo principal, extrayendo útiles narrativos para desarrollar de una forma secundaria o terciaria a Sabrina. Incluso la subtrama más ajena a la protagonista está relacionada con ella o con el mensaje global que intenta transmitir toda la ficción; Ser diferente es natural. Lo es para la bruja, quien no pertenece ni a un mundo ni a otro, y también para una Hilda (Lucy Davis) acomplejada por su vida de dependencia, o para una Susie (Lachlan Watson) -o mejor dicho Theo- ahora en busca de su propia identidad sexual. La sensibilidad y acierto con los que el director abarca estos temas, dotan a la serie de una profundidad alejada de ese aspecto superficial que transmite el apartado artístico.
Pero "Las escalofriantes aventuras de Sabrina" tampoco afloja en ese sentido. Uno de los puntos fuertes más mencionados de la primera parte fue su increíble ambientación. La elegancia que demostraba el equipo de producción a la hora de combinar elementos satánicos y mitológicos, con decorados más acartonados y góticos. Todo ello logrando un equilibrio que se apoyaba en tropos visuales de forma consciente para alcanzar su propia personalidad. Bien, pues todo ello se mantiene en la segunda temporada, y aunque ya no causa el mismo impacto por carecer del efecto sorpresa, sigue funcionando como un reloj.

La inmersión de Sabrina en el mundo de la magia le sirve de excusa al estudio para profundizar en toda esa iconografía del inframundo. Leyendas y referencias que se quedaron fuera de la primera temporada aparecen ahora dando continuidad de forma orgánica a todo lo visto con anterioridad. Tenemos hombres lobo, demonios de mayor poder, y otras criaturas de origen mitológico. La fauna de la serie crece construyendo siempre sobre las bases, y dando forma a un universo que poco a poco consigue despegarse de la autoconsciencia.
A pesar de su éxito, y de la legión de fans cosechada, "Las escalofriantes aventuras de Sabrina" necesitaba un salto de fe. Dar un paso al frente para reafirmarse en todo lo que había propuesto, y establecer una dinámica sólida de cara a la tercera temporada ya confirmada y todo lo que vendrá después. Y lo consigue. Claro que salir de la zona de confort tiene sus peligros, y que ciertos inventos no terminan de cuajar en el conjunto, pero para todos aquellos que quedaron prendados con los rituales y la hechicería, la segunda temporada es el postre del festín que no pudieron terminar de saborear.
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