Ha combatido en la selva, en el desierto, en los bosques de Estados Unidos y ¿para qué? Lionsgate recupera a uno de los iconos más importantes del cine de los años 80, y le intenta dar una despedida que sabe más a prostitución que a homenaje. Las palabras expuestas son duras pero merecidas para una producción que durante meses se fue vendiendo de cara al regocijo nostálgico, y que en último término ha acabado resultando ser lo que muchos ya señalaron el pasado 2008, y lo que otros tantos soñadores temían; una película de serie b sin grandes actuaciones, una trama de peso, ni la emoción propia que se le presupone a la despedida de alguien tan legendario y heroico como John Rambo.
Adrian Grunberg, quien venía de consagrarse un nombre en el género de acción como asistente de dirección con cintas del calibre de "Apocalypto", "Traffic" o "El fuego de la venganza", regresaba a la gran pantalla con su segundo trabajo propio. En "Vacaciones en el infierno" el cineasta ya había demostrado tener el fervor y la habilidad necesarias como para sumergir a Mel Gibson en el pastiche de arquetipos y explosiones propios de los años 90, y en "Narcos" no había dejado de sorprender con sus decisiones y actitudes rodaje tras rodaje. Todo parecía encajar para que "Rambo: Last Blood" fuera la producción elegida para marcar un punto de inflexión en su carrera.
Nostalgia mal entendida
Sin embargo, Lionsgate decide guardarse los billetes para confiar el éxito de la película a la fama del personaje. Con lo que no cuenta el estudio es con la tendencia a menos que venía registrando el héroe de Sylvester Stallone durante la última década. Algo que tampoco consigue paliar un guion torticero y desafortunado firmado por el propio actor y por un clásico de la última década del siglo XX; Dan Gordon ("Pasajero 57", "Huracán Carter"). ¿Qué es lo que falla entonces? La lista de errores comienza en la lectura que se hace de la saga, y continúa con la forma de proceder que tiene el equipo de producción. Desgana, desgana y más desgana.
"Rambo: Last Blood" lleva inscrito en su título una referencia a la primera película de la saga en un intento de cerrar el círculo que Ted Kotcheff inició en 1982. Pero no hay que llevarse a engaño. La cinta que llega a las salas de cine en 2019 poco o nada tiene que ver con el arrojo y la carga sociopolítica que impregnaba a aquella producción. Durante su vida en la gran pantalla Hollywood nos ha mostrado a John huyendo de los terrores de Vietnam, enfrentándose a ellos, metiéndose en medio del infierno muyahidín, navegando por el Laos más inhumano. Grunberg cree que se sitúa a la misma altura de esas peripecias buceando en los conflictos migratorios de Estados Unidos.
Breve y mal
Lejos queda el patriotismo, los héroes musculados y solitarios, la moralidad monosílaba. Todos esos elementos que construyeron a John Rambo durante la era Reagan. El pesimismo y los horrores de la guerra han moldeado a un hombre que ahora busca la tranquilidad y paz de la familia. "John Rambo: Last Blood" nos traslada a la frontera con México, donde Stallone vive en completa paz con una abuela y su nieta. La cinta, sin embargo, pronto se embadurna de recursos manidos y previsibles para mandar al protagonista a una peligrosa ciudad en la que reina un cartel de proxenetas. De por medio no hay ni construcción y contextualización, solo media hora de actuaciones forzadas y escenas que no aportan nada al único propósito del director; impactar.
De los escasos 89 minutos que nos ofrece Grunberg para ahondar en la mente del héroe veterano en aras de jubilación, apenas la mitad están destinados a la acción. Y ni siquiera esta es presentada de una forma digna; movimientos de cámara innecesarios, planos incomprensibles y efectos visuales pasables. Es aquí cuando aparecen de por medio dos olvidables e irreconocibles Sergio Peris-Mencheta y Oscar Jaenada dando vida a los villanos más planos y vergonzosos que ha visto el cine comercial en los últimos años. La película va poco a poco mostrando su lado más amateur según se aproxima a una resolución carente de fuerza y significado.
Conclusión
¿Qué deja esta quinta entrega para el legado de la saga? Quizás se pueden mencionar a nivel formal sus últimos 15 minutos. Rambo vuelve una vez más a verse acorralado -la referencia para quien la entienda- y construye todo un entramado de túneles alrededor de su casa para enfrentar el peligro. Las trampas y las demás artimañas perversas que dispone por el terreno dan paso a una sangría bastante satisfactoria que, muy a pesar del espectador, es despachada con la misma celeridad que la trama principal. Y claro, arrastrando todo el mamotreto previo, las sensaciones que imprime la producción son muy amargas.
Si "Juego de Tronos" tenía todas las papeletas para convertirse en el final de serie más denostado de todo el año, "John Rambo: Last Blood" se coloca en posición de llevarse el mismo trofeo en la gran pantalla. Menos mal que Lionsgate ya ha dejado descansar a su juguete comercial, y que esta película no emborronará el viaje inolvidable de un héroe que se merecía descansar en paz. Corramos un tupido velo.
Sylvester Stallone cierra el legado de uno de sus personajes más importantes y emblemáticos con una cinta de serie b, construida desde la desgana y el desconocimiento de la franquicia. Los últimos 15 minutos de acción no consiguen justificar lo que debería haber sido un broche de oro para una carrera legendaria.
Los últimos 15 minutos
Solo dura una hora y media
Tropos y clichés por doquier
Actuaciones poco convincentes y desganadas
Guion vulgar y desaprovechado
Valores de producción vergonzosos para una producción tan especial