No soy una persona demasiado nostálgica, esto es algo que tengo comprobado desde hace años. Pero sí que hay ciertos elementos de mi infancia que me llenan el corazón de cosas bonitas como, por ejemplo, los prehistóricos videoclubs. A muchos de vosotros y vosotras os pasaría en su momento: que llegase el viernes implicaba ir con tu padre o con tu madre al videoclub más cercano para alquilar un juego o una película que estuviera esperándote para cuando terminases los deberes del colegio. Ahora la cosa es más compleja y digital que nunca; ahora no hay videoclubs... ahora hay servicios como PS Plus o Xbox Game Pass.
Quizás sea por los recuerdos que tengo sobre esa dinámica que os acabo de contar, pero encuentro algo especial en este tipo de servicios. El hecho de poder encender mi consola y tener ahí un enorme catálogo de juegos entre los que elegir supone dos grandes ventajas para mi: no tener que pagar el precio completo de un juego que quizás no me guste y acabe dejando de lado y, por otro, la comodidad de no tener que levantarme ni del sofá para conseguirlo.
Y es que el reciente anuncio de lo que Sony va a hacer con PS Plus ha hecho que se intensifique una sensación que lleva fraguándose en mí desde hace ya un buen puñado de meses: comienza a dejar de tener sentido el mero hecho de comprar juegos. ¿Por qué digo esto? Pues porque ya me ha pasado dos veces lo mismo:
Ante esto último existen excepciones, por otro lado. PlayStation ya ha confirmado que sus grandes lanzamientos exclusivos no estarán en el día 1 en PS Plus y sí que iré comprando algunos de ellos por el hecho de no tener que esperar mucho tiempo para poder jugarlos pero... ¿vale la pena con el resto? Ahora es cuando os doy la palabra a vosotros para poder saber qué opináis de todo esto, porque yo sigo sin tenerlo claro del todo.
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