El terror es uno de los pilares de la industria del entretenimiento. Libros, películas y series de televisión fueron los primeros formatos en atraer a millones de personas a un género que sabe cómo provocar fuertes subidas de tensión. Lo mismo ocurre en los videojuegos, donde el terror se convierte en un género interactivo, obligándonos a enfrentarnos directamente con aquello que nos hace sentir verdadero miedo.
Durante la época de Halloween suelo aprovechar la oportunidad para ponerme al día con juegos de terror que tengo en mi lista de pendientes. Resident Evil, Silent Hill, Outlast o Dead Space son algunas franquicias que me han provocado más de un susto (y algún grito que agradezco no exista ninguna evidencia). Esas sensaciones tan intensas son las que me han generado la siguiente incógnita: ¿por qué nos gustan tanto los videojuegos de terror?
Estoy seguro de que en alguna ocasión llegaste a escuchar que "eres masoquista por disfrutar de los juegos de terror". Si te lo preguntas: no, no funciona realmente así. Detrás de cada susto y cada elemento de tensión, existe una explicación muy interesante a nivel psicológico de los motivos por los que disfrutamos del miedo interactivo. En este sentido, los videojuegos de terror son descritos como una montaña rusa emocional, donde la anticipación al miedo y la posterior sensación de alivio son parte del atractivo de estas experiencias.
De hecho, esa sensación se conoce como Teoría de la transferencia de excitación. Cuando el cuerpo se activa por miedo (adrenalina, pulso acelerado) y luego al superarlo se experimenta placer o alivio. Un ejemplo bastante claro son los segmentos de persecución en Resident Evil, cuando tenemos que evitar a toda costa a enemigos como Nemesis o Mr. X. Es un ciclo bastante claro con el que juegan los títulos de terror para que la recompensa sea mucho mayor.
Otra teoría psicológica que también ayuda a explicar la afinidad por los juegos de terror es la Teoría de placer seguro del miedo. Dicho concepto implica que los jugadores disfrutamos del miedo en un entorno seguro, debido a que somos conscientes de que no estamos realmente en peligro. Ese control del terror permite que la activación fisiológica (adrenalina o nervios) se transforme en una emoción positiva.
Algo similar ocurre con la Teoría de la búsqueda de sensaciones. Esta hipótesis sugiere que algunas personas tienen mayor necesidad de experiencias intensas, novedosas o arriesgadas. Los juegos de terror pueden satisfacer esa necesidad sin exponernos a un peligro real.
Siempre se ha dicho que juegos como Dark Souls o Elden Ring permiten que el jugador sea capaz de sentir una enorme satisfacción por un superar un reto complejo, aunque en este caso tenga relación con la dificultad del combate. El terror no es muy diferente. Esto es algo que podemos ver claramente en la Teoría de la autoeficacia en el horror, un concepto introducido por Albert Bandura, psicólogo canadiense de mucho renombre.
Según la teoría de la autoeficacia, parte del disfrute en los videojuegos de terror proviene de demostrar que somos capaces de dominar el miedo. Por esa razón, existe un enorme contraste entre el miedo inicial y el placer tras terminar el juego. Cuando el jugador sobrevive a una situación aterradora, su cerebro traduce esa tensión en una sensación de logro y poder personal.
No en vano, franquicias como Resident Evil o Silent Hill cuentan con millones de fans que disfrutan de esas sensaciones tan intensas y únicas. La próxima vez que te enfrentes a un juego que te haga saltar del asiento, recuerda que detrás de cada susto hay una mezcla de psicología, emoción y diversión cuidadosamente diseñada para que quieras volver a repetir la experiencia. Después de todo, ¿qué sería de Halloween sin una buena dosis de sustos?
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