Demasiado fácil le habría resultado a Tezuka plantear una simple historia maniquea de buenos y malos. "Dororo" es en su forma exactamente eso; El enfrentamiento entre el hombre y el demonio en un mundo en el que el utilitarismo rige el comportamiento humano. Todo acto siempre está justificado en la medida que te permita sobrevivir, puesto que se da por hecho que la arbitrariedad del universo está trastocada para perjudicar siempre al más débil. Y así se imponía en este Japón del Sengoku (指物) una ley del más fuerte que sus protagonistas han intentado tumbar desde el comienzo. No resultaba sorprendente que el final climático de la primera parte del anime se topara con la misma fuente de ese pensamiento, apegándose a un conflicto filosófico recurrente en la ficción moderna.
El viaje de Hyakkimaru y Dororo llegaba la semana pasada a un callejón sin salida con la parada que venía profetizando la propia premisa de la serie desde el comienzo. No con un gran ghoul poderoso, ni con un villano con aspiraciones totalitarias. MAPPA abrazaba el conflicto familiar constituyente del propio origen turbulento del protagonista. Y la respuesta a ese problema no era nada sencilla. Primero porque su hermano Tahomaru era presentado como un igual a Hyakkimaru, y segundo porque el padre se revelaba como un salvador de su gente capaz de sacrificarse a sí mismo por el bien común. O eso al menos era lo que intentaba vendernos Furuhashi a través de la exposición.
Como ya viene siendo habitual en los arcos formados por dos episodios, esta semana "Dororo" se solapa con el cliffhanger de la semana pasada metiéndonos de lleno en la acción. Lo que le permite al estudio ahorrar tiempo presentando personajes e historias, para dedicar todo el tiempo posible a la resolución del primer tramo narrativo de la serie. Y es que todo en el episodio 12 sabe a desenlace; tanto por la épica que desprende la música, como por el ritmo ascendente que mantiene el anime durante los 20 minutos de acción. Un planteamiento ambicioso que MAPPA sabe resolver con la habilidad y el estilo que viene demostrando desde hace varios meses.
Si bien no nos encontramos con grandes momentos de animación, ni de los destellos de sakuga a los que nos tiene acostumbrados la industria en este tipo de episodios, el manejo de los temas y la historia es sencillamente soberbio. El anime se reafirma como un relato profundo e inspirado, más que una simple carnicería visual respaldada por su premisa de apariencia shonen. Y claro, si quería brillar antes de su despedida temporal, debía hacerlo reforzando sus puntos fuertes. “Mis ambiciones son las ambiciones de mi pueblo”. Ahí comienza el problema sin solución.
Mientras se va desarrollando la subtrama habitual con el yokai (鎌鼬)-en este caso el zorro de fuego- de por medio, MAPPA pone toda su atención al conflicto ético principal. El primer encuentro entre Hyakkimaru y Daigo posee toda la tensión y carga emocional esperable, pero pronto deviene en un juego del gato y el ratón en el que se van intercalando las reacciones y el drama presentes en el núcleo de la familia. Oku por un lado intentando encontrar una vía de escape a tanta culpabilidad, y Tahomaru por otro, buscando una respuesta satisfactoria a un dilema que atenta directamente contra su modelo a seguir; Un padre al que veía como salvador de su gente, del que ahora cuestiona sus métodos.
¿El fin justifica los medios? Daigo sacrificó a su propio hijo por el bien de su gente, por salvar una tierra asolada por las sequías, las enfermedades y la guerra. Pero su participación activa en esa decisión conlleva un conflicto moral que la ética normativa ya ha tratado desde hace muchos años. Es el famoso dilema del tranvía; Elegir voluntariamente salvar a una sola persona, o sacrificarla por el mayor bien posible. Aunque Tahomaru ve la elección de su padre como un gesto de egoísmo, los utilitaristas justifican el sacrificio en determinadas circunstancias para conseguir la mayor cantidad de felicidad entre el mayor número de personas posible. Incluso si eso implica el sacrificio propio, y en este caso, la ofrenda de un hijo en pos del bien común.
Furuhashi sabe a lo que está jugando, y no duda en intentar engañarnos dibujando a un personaje de aspecto malvado y ruin que quiere acabar con Hyakkimaru para intentar sepultar un error del pasado. La realidad sin embargo es bastante más compleja, tal y como termina comprendiendo Tahomaru al ponerse de su lado para proteger al pueblo. Para ellos el fin sí justifica los medios en una situación en el que el sacrificio sobrepasa con tanta distancia al bien que producirá sobre el grupo –un pueblo entero-. Oku, no obstante, no puede adoptar una postura ética tan equidistante por su profunda implicación emocional.
Tanto es así que ante la desesperación y la culpabilidad termina por sacrificarse ella misma. “Olvídame por favor”, le pide entendiendo que solo actúa como lo hace por reencontrarse con el amor maternal que le arrebataron los demonios. “No puedo salvarte”. Poéticamente su acto de fe sí deviene en un bien mayor, aunque no el esperado. Tras intentar suicidarse, el ghoul que acosaba a Sukeroku y el resto de aldeanos apresados por el clan Asakura, se desvanece. Se repite una vez más la lógica de este universo, aunque sin terminar de resolver el conflicto principal del anime. ¿Y ahora qué?
La reconciliación con su familia parece imposible; Su hermano se ha posicionado en contra, y su padre continúa obnubilado con su visión de salvador. Hyakkimaru vuelve con Dororo para reemprender el camino con la persona que ahora representa a su verdadera familia. “La rueda del destino ha comenzado a girar”, decía Biwamaru, pero todavía no ha determinado quien se salvará, y quien está ya condenado.
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