Meter un pie en el cine de serie b no sirve de justificación para el conformismo. Menos si cabe cuando tienes entre manos a una de las estrellas mejor preparadas para ese papel que has cocinado durante meses. "Asher" podría haber sido un thriller de regusto amargo sobre el paso del tiempo y la soledad. Sobre cómo la vida no siempre recompensa, y cómo la esperanza puede traer la luz a las personas más perdidas. Lo que nos ofrece sin embargo Michael Caton-Jones es un paseo soporífero por los submundos noir del crimen, desde los tropos más sonrojantes.
Y quizás no sea intencionado. Quizás su equipo, formado por un director que firma su segunda película tras casi una década de vacío, no está a la altura de las ambiciones que se le presumen a una historia de estas características. Caton-Jones ya perdió su tren a la fama de Hollywood con películas como "The Jackal" o "Instinto básico 2", y ni siquiera hace el ademán de poner un pie en el vagón esta vez. Su esfuerzo por intentar tejer una narrativa absorbente, o de perfilar personajes únicos, es inexistente. Algo que podría explicarse desde la propia materia prima de la que parte.
Jay Zaretsky debuta como guionista con todos los problemas que acarrean la inexperiencia. "Asher" no cree en sí misma, y de su autoconsciencia a la hora de intentar cosas nace el principal muro que se levanta entre el espectador y la pantalla. La película tiene una idea vaga de lo que quiere, pero no sabe cómo conseguirlo. Su ritmo lento más que respaldarse en la idiosincrasia del protagonista, o del costumbrismo de su vida, aparece como un recurso puramente estético. ¿No es lo que hacen las historias para adultos? Zaretsky aplica esta mayor en cada elemento de la producción escudándose en estereotipos plasticosos y soluciones sacadas del cine de serie b de los noventa.
El único que parece saber dónde está es Ron Perlman. Un actor que condensa toda su experiencia en el género para fundirse con ese antiguo miembro del Mossad reconvertido en sicario a domicilio. La monotonía de su día a día, su resiliencia para con la vida, transpira en cada una de las miradas. En los movimientos pesados que recuerdan la figura atlética y portentosa de otra época. "Asher" es una mirada nostálgica a un pasado que fue mejor, y que ya nunca volverá. Ante eso, solo queda resignarse, e intentar ser lo menos malvado posible. Claro está, si a uno no le ofrecen la oportunidad para redimirse.
El conflicto nace de dos puntos centrales; La aparición en la vida del asesino de Sophie (Famke Janssen) y un peligroso trabajo. La dicotomía entre vida profesional y vida personal se enfatiza cuando esta segunda comienza a cocinarse en forma de afecto. Ese asesino introvertido y cansado de todo encuentra en el lugar menos esperado un rayo de luz. Una oportunidad para deshacer todo el camino andado, y apegarse a una nueva balanza moral. Pero si Asher ha terminado así, es porque su oficio nunca fue compatible con lo que se entiende como una vida normal. Algo de lo que el asesino va aprendiendo mientras redefine su propia identidad.
El conflicto es interesante ¿verdad? Lástima que Caton-Jones se acerque a él con una mentalidad efectista. Al director no le preocupan en absoluto los matices que el espectador pueda extraer del personaje. Sus esfuerzos se centran en facturar una historia sin alma que carece de trascendencia, y que no hace nunca ningún esfuerzo por importarnos. Todo va sucediendo sin gracia alguna, solo para captar nuestra atención en momentos puntuales, y no para bien. "Asher" es una película de serie b disfrazada de superproducción, pero ni siquiera es la mejor. Y eso a pesar de contar con secuencias inexplicables a cámara lenta, y una explosión grotesca.
En una época en la que los héroes veteranos y experimentados les han ganado el terreno a los jóvenes otrora símbolos del Hollywood dorado, la incursión de Perlman en el club de los jubilados se siente pobre. No por él, contenido e imponente, sino por las instalaciones decadentes en las que ha decidido actuar.
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