Crítica de Hellboy: Un demonio sin alma
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Crítica de Hellboy: Un demonio sin alma

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La elegancia de Guillermo del Toro partía de su habilidad para entender la idiosincrasia del personaje, y de combinar elementos visuales artesanales con su propio sello personal. Neil Marshall persigue el mismo halo de atracción por imposición. Y es que aunque lleven el mismo nombre, y Mike Mignola esté detrás de ambas versiones, el nuevo Hellboy que llega a las salas de cine en 2019 poco o nada tiene que ver con el demonio rojo que ya maravilló a la comunidad de fans hace más de una década. ¿Cómo es posible que un mismo material dé resultados tan diferentes?

La historia de Lionsgate con esta producción será recordada durante los próximos años como una de las más desastrosas de la historia reciente. Todo comenzó con unas pequeñas discrepancias entre el director y los productores, pero el veneno pronto se extendió a todo el proyecto, afectando a la relación de David Harbour con el equipo, e incluso trascendiendo a nivel de despidos importantes. Pese a que el envoltorio seguía siendo el mismo, e incluso a que Marshall contaba con la ventaja de tener un modelo a seguir, la cinta nacía totalmente desfigurada. Sí, seguía siendo Hellboy, y resultaba complicado creer en cataclismos con una saga así, pero la realidad terminaba estallando en la cara.

La crítica no tardaba en descuartizar el estreno, y las sucesivas noticias relacionadas con la censura a la que la distribuidora en España había sometido al material, terminaba de poner la puntilla. Los problemas de "Hellboy" sin embargo van mucho más allá de todo lo que rodea a su producción. La película tiene un error de concepción base que articula un edificio muy inestable en el que se van proponiendo ideas sin dar ningún acierto. Y no será por falta de tiempo. A lo largo de las dos horas de metraje no solo no mejora, sino que empeora más y más.

Esta crítica se ha realizado con la versión censurada que llegará a los cines.

Marshall hace borrón y cuenta nueva para narrar los orígenes del personaje recurriendo de forma más explícita a los cómics. Si bien los primeros compases de la cinta se dedican a dibujar el presente del personaje para entender su personalidad y motivaciones, el guion pronto da un giro de 180 grados en busca de respuestas. Hellboy trabaja para la Agencia para la Investigación y Defensa Paranormal (AIDP), tiene amigos, e incluso un padre adoptivo que le quiere. Pero no ha nadie que pueda vivir sin conocer su verdadero pasado. ¿De dónde viene? ¿Por qué es un demonio?

Para responder a esas cuestiones Andrew Corby recurre a fórmulas manidas y oxidadas que derivan en una pérdida de interés progresivo. El guionista de series como "Eureka" o "Haunted" opta por ocultar información para ir desarrollando la trama de forma inversa. Consigue que empaticemos con el protagonista, y que entendamos sus decisiones. La idea es buena, y se ha recurrido a ella en decenas de películas anteriores. Sin embargo la cinta se enfanga en un intento por llamar la atención de forma patillera. Marshall quiere que este Hellboy sea transgresor, edgy, y hasta un poco pulp. Y para ello configura todo en torno a esa idea. Claro que por el camino se deja la coherencia.

Hellboy

Los fans de las viñetas reconocerán a Nimue, La Reina de la Sangre, su historia con el Rey Arturo, y sus desavenencias con Merlín. Lo que va apareciendo por pantalla es un relato que entronca más con los cómics de lo que lo hacían las película de del Toro. Y eso está bien. Se agradece el intento por mejorar lo que no consiguió dominar el mejicano, pero su ejecución es pésima. Toda la producción está impregnada de una vulgaridad que, si bien casa a la perfección con el demonio, acaba por condicionar demasiado las actuaciones y la acción. ¿Hace algo bien la película? Lo intenta.

Quiere ser graciosa por momentos, y no lo consigue. Quiere impactar con vísceras y violencia desmedida, y no lo consigue. Tan pronto se toma muy en seria a sí misma apoyándose en su trama apocalíptica, como se enreda en gags visuales casposos carentes de ingenio. A Marshall se le ven las costuras y es fácil predecir por dónde va a fallar. Los clichés no siempre tienen porque ser algo negativo, cuando se usan de forma puntual. Este "Hellboy" intenta hacer lo que ya conseguían con soltura otras tantas películas, pero se queda con la forma y no con el fondo. No tiene alma.

Hellboy

Lo que significa tener a un padre que protege a su hijo por amor, o a una villana atormentada por no encontrar su lugar en el mundo. De hecho, Hellboy comparte gran parte de su carga emocional con Nimue, pero la cinta no lo considera interesante. Opta por ser gamberra por el simple hecho de serlo, sin intentar ser mínimamente trascendente. Y no, en este caso su apartado visual tampoco la salva. Los efectos visuales supuestamente artesanales son más bien puntuales -Harbour parece un bloque de cartón piedra-, y en los momentos de mayor exposición, Lionsgate opta por los VFX clásicos de toda la vida. Un músculo técnico que navega entre la mediocridad y la inconsistencia con momentos realmente vergonzosos (esa batalla contra los gigantes).

Quedan ciertas escenas de lucidez en un tramo en el que la cinta se convierte en un trhiller de terror -con una espectacular Baba Yaga-, pero a nivel general, las sensaciones que transmite la experiencia son decepcionantes. Ni siquiera un reparto como este logra salvar el conjunto. Harbour está más preocupado por no romper el disfraz que por dejar una interpretación memorable, y el resto de estrellas se pasean por allí con la misma desgana con la que Marshall dirige las escenas. El personaje de Ian McShane es un mcguffing torticero, y Milla Jovich confunde la excentricidad con una buena interpretación.

Hellboy

Las comparaciones son odiosas, y casi siempre injustas, pero este Hellboy nada tiene que hacer contra el icono que del Toro dejó grabado a fuego en la historia del género. El demonio sigue siendo el demonio, y las referencias tanto al pasado como a las viñetas son constantes, pero el resultado final es un producto de marketing sin alma. ¿Un placer culpable? Para esto que se hubiera quedado en el infierno.

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Criado y educado en la escuela de Ghibli. Emborrachado de anime, poco a poco abriéndome a otros sabores y colores.

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