Dentro del género de la estrategia, la adopción de estilos jugables que se sumen a la propuesta esencial se está tornando en una práctica más común. Entre muchísimos ejemplos, SpellForce 3 ya se acopló a tal aforisma a través de una combinación de RTS con RPG, siendo ésta la misma simbiosis con la que Chibig, un estudio independiente situado en Valencia, impregnó a Deiland, una obra que, si bien posee notorios altibajos, exhuma calidad desde el primer contacto a través de una estructura que logra, primordialmente, mantenernos dentro de su mundo sin nociones de tiempo.
En esta epopeya, encarnamos a Arco: un extrovertido joven que, por motivos cuya explicación se desarrollará paulatinamente, se encuentra dentro de un pequeño planeta llamado Deiland, lugar de donde emanan poderosos cristales y en el que nos hallamos como único habitante. Sin embargo, recibiremos rápidamente la visita de una viajera llamada Mûn, quien forma parte de la Patrulla Interestelar y quien se encargará de definir nuestros primeros pasos dentro del título, descubriendo así cómo desenvolvernos en el pequeño cuerpo celeste mientras, simultáneamente, obtenemos una primera impresión de características que se repetirán con todos los personajes secundarios: autenticidad y fácil afinidad.
No obstante, si postulamos el adjetivo 'irregular' como una forma adecuada de describir el viaje es porque, desafortunadamente, el ritmo falla de forma estrepitosa respecto a introducirnos a la historia. Una que, al principio, da la impresión de no existir, hecho que no sería nocivo -pues su jugabilidad puede cimentar los postulados del producto sin necesidad de más- si no fuese por la pretensión de incluir una narración sostenida por un vacío en el que no sabemos nada. Más allá de esporádicos mensajes que aparecen en intervalos, no existe una sensación de progreso argumental que genere la idea de estar viviendo un verdadero periplo, razón por la que se pasarán horas y horas sin saber qué sucede en realidad o, como bien se detallará a posteriori, directamente no tener la oportunidad de proseguir.
Aun así, las sensaciones que ofrece Deiland son muy agradables y logra desviar la atención tanto hacia la diversión que supone como al ineludible enfoque centrado que hay que otorgarle para saber gestionarnos adecuadamente. La inspiración de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry se nota a cada momento, y Chibig ha logrado interpretar adecuadamente el mensaje de la reconocida pieza y adaptarla de modo que, aunque con la notoria influencia, aún siga siendo un producto propio de sí mismos. No erradica, sin embargo, el hecho de que el argumento está compuesto, en la mayoría de la medida, por contenido completamente prescindible y por una constante y molesta extensión de su duración de manera artificial a través de lentos recaudos, adversidades que restan negativamente a los deseos de exploración que tanto bien le hacen al videojuego.
Pese a que, insistimos, el juego se presenta como un heraldo más de la índole de estrategia, la compañía desarrolladora implemente mecánicas de otras estirpes para materializar su visión personal. Aun así, es imperativo mencionar que, si bien los añadidos suman óptimamente a la estructura jugable, carecen de profundidad como elementos independientes, es decir, son abordados de forma superficial y, por ende, no logran concedernos densidad en términos de posibilidades, cuestión que, con el paso del tiempo, causará una inevitable monotonía en esos específicos detrimentos.
Siendo más precisos, la producción cuenta con las doctrinas esenciales de su legado: creación de estructuras cuyo funcionamiento varía -establos, muelles, pozos, hogueras...-, necesidad de cultivar comida y, en general, administración de los escasos recursos, sin embargo, modifica ciertas realidades para optar a una perspectiva más fresca, motivo por el que el sistema económico se basa en la transacción de bienes y dinero en lugar de los rubros propiamente dichos y por el que el sistema de combate, ahora adaptándose a los RPG occidentales, no es automático y, en lugar de micromanejos, controlaremos la totalidad de Arco tanto en movimientos como ataques.
En tal sentido, asimismo tendremos la potestad de definir nuestro estilo de lucha por medio de las tres ineludibles divisiones mecánicas: enfocándonos a la fuerza, centrándonos en la magia o abocándonos a la agilidad lograremos cumplir nuestros cometidos beligerantes, y es que nuestro planeta será regularmente asediado por alienígenas a los cuales tendremos que desterrar. Eso sí, es igual de relevante resaltar que los enfrentamientos son parte de la faceta no tan loable de la obra, y es que los mismos se resumen en recibir golpes de manera sistemática mientras, paralelamente, atacamos con un sólo botón a nuestro contrincante, variando levemente en el daño que realizamos según el arma utilizada -oscilan entre una hazada, un hacha y un mazo, los cuales cumplen otras funciones también, y armas particulares según la clase tomada- y sin otorgarnos una diferencia de peso que expanda la rejugabilidad y la amplitud de contenido, aunque no lo necesite de forma inexorable.
Por otra parte, el tópico de la búsqueda de recursos para nuestra subsistencia, más allá de asimismo carecer de profundidad, nos mantiene completamente ocupados pero con entretenimiento de por medio. Plantar árboles que den frutos, sembrar comida tanto para alimentarnos -y subir nuestros puntos de vida si están bajos-, descubrir recetas para poder crear nuevos elementos y demás son actividades que, pese a ser mecánicamente monótonas, pues sólo implican la utilización de una única moneda, se erigen como atrapantes y adictivas, siendo ésta una aptitud que se adjudica, en mucha magnitud, gracias a la simpleza y accesibilidad de sus sistemas.
Cabe destacar que el principal motor para lograr los avances son los personajes secundarios, los cuales, junto a comerciantes, son el mecanismo que hacen avanzar a la historia y por el cual podemos crear un mercado que nos permita dar un uso óptimo a nuestra capacidad adquisitiva. Ya sea comprar o vender, siempre habrá algún individuo que se encargue de sufragar nuestras necesidades, no obstante, el paupérrimo inconveniente con esta estructuración es la cualidad esporádica de sus apariciones: eventualmente, cada personaje aterriza en el planeta y se mantiene allí durante unos segundos, mas su vuelta se hace esperar durante más tiempo del que debería y, sin ellos, no sólo no existe dinámica en las transacciones sino que, además, la narrativa permanece estática.
A pesar de lo mencionado, lo cierto es que Deiland goza de una atracción muy particular hacia su mundo. Detalles como la posibilidad de rotar el planeta en tiempo real para evitar meteoritos o para hacer un mejor uso de las lluvias, planificarnos para poder sostener los niveles de producción a la par de mantenernos con vida, personalizar nuestro globo mediante la siembra de flores, árboles y la acomodación de las estructuras y similares permiten que el juego, aunque adolece de múltiples y molestas enfermedades, aún cuente con la determinación de recomendable, y es que no deja de cumplir con lo que debe cumplir: la ocupación de horas de ocio.
Si hay una realidad digna de elogios por parte de lo presentado es la forma tan natural en que la labor de Chibig se desenvuelve. A través de la interacción con los destacables personajes secundarios, de los quehaceres que nos absorben en entretenidas responsabilidades, de sufrir la invasión de extraterrestres, y el constante crecimiento de nuestros aposentos, siempre existirá la sensación de formar parte de un verdadero ecosistema que cuenta con sus propias realidades. Una lástima, por lo tanto, que no logre un buen tempo en su fábula, ya que, caso contrario, la calidad del viaje sería mucho mayor al estar mejor complementado.
Deiland está lejos de ser perfecto, y su carencia de profundidad y mal ritmo es culpa de ello, pero sigue siendo un título recomendable. Es divertido y accesible a todo público, resulta sumamente adictivo dentro de todas sus imperfecciones, presenta los aspectos inexorables del género pero sabe cómo distinguirse, aúna un destacable cúmulo de sensaciones, su apartado visual es completamente fantástico y la banda sonora complementa en sinfonía perfecta los sentires que genera la aventura; es decir, la labor de Chibig cuenta con deslices de raíz en el diseño per se y, aun así, consigue que su visión aún ostente un buen veredicto, realidad que, fehacientemente, ejemplifica lo destacable de la propuesta.