El héroe más underground, pandillero, y desenfadado de la pequeña factoría Marvel por fin recibe una serie que le hace honor, tras una presentación algo descafeinada, y una reunión que parecía más de extraños que de héroes. Luke Cage no es el personaje más popular del universo Netflix, pero tampoco el más odiado. Introducido como la pieza dura, el contraste con el ácido de Jessica Jones, el justiciero interpretado por Mike Colter ha sido una de los pilares de la plataforma para bien o para mal. Y es que alguien que se presenta como “el héroe a prueba de balas”, no puede volar mucho más que una golondrina con 100 kilos de lastre. Con la segunda temporada del héroe esto queda más patente que nunca.
Cheo Hodari Coker vuelve a ponerse a los mandos de la saga con una continuación que se sumerge de lleno en Harlem para sacar lo mejor de la cultura afroamericana en pleno Manhattan. Aprovechando el aroma que desprende este escenario, el showrunner eleva las principales fortalezas de Luke Cage, y las emplea para crear una historia de matices y moralejas. Un episodio más en la vida del personaje que a pesar de sus tribulaciones, no deja de sentirse ausente de alma tanto por la falta de intención, como por los problemas ya conocidos del formato seriéfilo de Netflix.
Esta crítica está libre de spoilers
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Esta segunda temporada está llena de contrastes y binomios. Es realmente meritoria la capacidad que tiene el director de introducir distintas conversaciones y temas sin perder el hilo narrativo. Aunque echa mano de algunos tropos ya muy quemados del cine pandillero, también maneja con habilidad la lucha interna que porta el protagonista. Luke Cage es ahora un héroe, al menos a ojos de Harlem, donde reparte justicia con mano de hierro. Luke representa el sistema de valores clásico del héroe, pero las tribulaciones en su entorno le llevan a cuestionar su propia identidad. Es ahí donde cobra una real importancia el poder del dinero.
¿Cobrar por hacer lo que crees que es correcto? ¿Unirse a algún bando? Cage va dando bandazos de un lado a otro sin definirse a sí mismo, al tiempo que arrastra consigo a sus seres queridos. En esta ocasión el libre albedrío que disfrutaba en la primera temporada se ve entorpecido por la llegada de Mariah Dillard (Alfre Woodard). Con ella el justiciero libra un enfrentamiento constante a lo largo de los 13 episodios, en el que no solo está en juego la dominación de Harlem –rey o reina-, sino la interpretación de lo que significa la comunidad. El concepto del grupo, de la ayuda a los más necesitados, es recurrente, y a efectos prácticos, representa la temática que baña todos los demás asuntos tratados en esta temporada.
Todos estos contrastes ayudan a avanzar la trama con agilidad y mucho dinamismo. Si bien es cierto que la premisa general no es extremadamente interesante, y la inmersión se logra a duras penas, los personajes secundarios están lo suficientemente bien construidos como para dar empaque al conjunto. Y es que "Luke Cage" ya no aboga únicamente por jugar con los traumas del héroe, su pasado, y la relación con su padre el reverendo James Lucas (Reg E. Cathey). Ahora entran en juego otras dicotomías como la confrontación entre la vida familiar y laboral de Mariah –su hija, futura Nightshade, supone un revulsivo para ella-, o la lucha de una comunidad afroamericana en una ciudad que cada vez ejerce más presión sobre las minorías.
Con esta serie Netflix tiene la mejor oportunidad para transmitir mensajes de calado, que traspasen el propio medio. Observando la situación racial en Estados Unidos, "Luke Cage" podría haber servido como catalizador de valores, y reivindicación de injusticias. Por desgracia Coker desaprovecha la ocasión y no llega más que a rasgar la superficie. El director construye una burbuja con símbolos y lenguaje propio, que funciona bien retroalimentando el desarrollo del protagonista, pero se queda coja cuando mira hacia el exterior. Algo reflejado en la presencia y papel que tiene Bushmaster (Mustafa Shakir) en la historia. El villano aparece como principal invasor de la guerra de poder desatada en Harlem, pero a medio camino se torna un antagonista clásico con delirios de grandeza. Para cuando la temporada llega a su fin, no obtenemos ni una cosa ni la otra.
Con lo que no se queda a medio gas el showrunner es jugando con la recreación de las calles. La estética de la segunda temporada de "Luke Cage", me atrevería a decir que es la más conseguida de todas las vistas hasta ahora en el Marvel de Netflix. La fotografía amarilla con oscilaciones anaranjadas, y la acción principalmente nocturna, transmiten la sensación del cine blaxploitation característico de los 70. La selección de la música –rozando lo magistral-, dota de empaque la debilidad patente de la historia. Con todo ello Coker no logra quitarse de encima esa sensación de serie b, pero sabe compensarlo con un conjunto más que convincente.
Ha pasado ya más de un año desde que la insípida de "The Defenders" creara nichos cerrados para cada uno de los héroes y sus series, y las señales del prometido universo compartido se siguen todavía esperando. La presencia de Misty, y la concesión frugal de Iron Fist/Danny Rand son los únicos restos que encontramos en una serie decidida a ignorar todo lo que ha sucedido tanto en el pasado televisivo, como en la gran pantalla. "Luke Cage" padece del mal netflixiano –temporadas que tienden a infinito, y capítulos de una hora-, pero deja claro que en este futuro de superhéroes hay sendas marcadas y bien diferenciadas. El rey de Harlem toma una, y acarrea con las consecuencias.
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