Lo que para una generación fue una auténtica pesadilla –en el sentido literal de la palabra-, para otra podrá ser un bonito recuerdo. El querido gruñón verde vuelve a la gran pantalla casi dos décadas después para poner de manifiesto que el problema de la película protagonizada por Jim Carrey no provenía de la literatura de Dr. Seuss, sino de un Ron Howard emborrachado con algún psicotrópico. No era muy difícil elevar la nota que dejó aquella adaptación, y los creadores de Los Minions tenían todo de su parte para aprovecharse del tópico de la película navideña de turno, y arrasar en taquilla. Y es que "El Grinch" lleva ya más de una semana robando algo más que la Navidad en Estados Unidos.
Universal lo tenía fácil a la hora de vender esta película. Con el sello de Illumination Entertainment detrás, el público acudiría casi de forma automática a las salas de cine. El estudio hace una lectura precisa del contexto, y termina incluyendo con inteligencia un corto de estas criaturas amarillas como prólogo. Sin embargo, no es hasta que empieza a caer la nieve sobre ese idílico pueblo, cuando los nombres que se esconden tras la producción sacan a relucir la mezcolanza de referencias y estilos. Como comedia que es, esta película necesitaba a expertos en la materia, y si bien ninguno de ellos se apellida Howard, todos lo hacen mucho mejor que el cineasta.
Michael LeSieur, y Tommy Swerdlow firman esta adaptación de formulario que respira "Tu, yo, y ahora Dupree", "Howard el pato", y todas las cintas de género más comercial que tanto uno como otro firmaron durante los años 90, y principios de los 2000. "El Grinch" renace bajo el paraguas de un estilo y tono que últimamente cuesta cada vez encontrar más. No hay chistes ingeniosos, ni dobles sentidos, ni ese rastro de comedia estridente de la película original. Yarrow Cheney ("Mascotas"), y Scott Mosier ("Clerks") se ponen al frente de una propuesta sencilla, que va al grano, y que casi todo lo que se propone lo consigue.
En la sinopsis encontramos poco que rascar que no conozcamos ya. El Grinch odia la Navidad, la odia porque le hace recordar su infancia, le pone en contexto, y le taladra la cabeza con la abrumadora soledad en la que vive. Lejos, en Villa Quién, se encuentra la vida que tanto detesta, pero al mismo tiempo desea. Un pueblo de ciudadanos felices que esperan con alegría la llegada de Papá Noel cada año. Sin embargo el egoísmo de la criatura no tarda en aparecer, cuando cansado de aguantar falsas esperanzas, y a gente que le deja en evidencia, decide robar la Navidad. ¿Para qué? Para terminar hundiéndose más en la miseria de su existencia. Todo hasta que un salvavidas en forma de inocencia se cruza en su camino.
Acercarse de nuevo a esta historia con una premisa tan similar al cuento original se antoja algo complicado. En un principio no debería haber nada de interés en una adaptación cocinada con el piloto automático para explotar la taquilla navideña. Ahora bien, casi sin pretenderlo, el estudio termina encontrándose entre manos con una película enternecedora, llena de moralina honesta, y momentos realmente entretenidos. La soltura con la que Cheney y Mosier hilan los elementos clásicos de la novela, se funden con una animación como siempre excelente, y con el punto clave de toda la producción: Benedict Cumberbatch.
Aunque en la versión española nos tenemos que contentar con Ernesto Alterio -ninguna queja al respecto-, el modelo base a partir del cual Illumination recrea a El Grinch, es el popular actor británico. Sus gestos, sus movimientos, y e incluso la presencia y rastro que deja tras cada escena, recuerda con intensidad a Cumberbatch. Esa pomposidad que en muchos casos se le ha criticado, aquí funciona a la perfección, y se funde de manera muy natural con la propia idiosincrasia del personaje de Strauss. De hecho, aunque la presencia de la sátira inherente al actor está reducida casi al cero, sus miradas tan características de superioridad moral construyen por sí solas el primer tercio de la película.
La nostalgia, sumado a un universo recreado con detalle y mucho cuidado, puede llevar a equívocos. No hay ninguna intención por parte del estudio en hacer una adaptación infantil objeto de teorías o dobles lecturas. "El Grinch" es una película infantil que si bien también disfrutarán los más mayores, está narrada y estructurada para exponer sus temas de la forma más clara y directa. Esta adaptación sigue recurriendo al desarrollo tropo de villano que evoluciona hacia héroe tras aprender de sus errores. No hay giro ni sorpresa, todo es protocolario, pero precisamente por ello funciona tan bien. La enjundia aquí la encontramos por el camino.
Los gags son algo recurrente a lo largo del metraje, pero no terminan de saturar tanto como lo hacen en la saga de Los Minions. El humor está mucho más medido y es menos vulgar. Si bien es cierto que el click siempre nace de las actuaciones corporales, y no de los diálogos, todo se siente sorprendentemente natural. El Grinch forma un dúo casi perfecto con el perro Max, y se podría decir que en ellos dos y sus silencios de complicidad, se sostiene casi todo el componente humorístico. Ni el cambio de escenario a mitad de historia, ni la aparición de un segundo punching ball mercadotécnico en forma de reno, consiguen supeditar la amistad entre dueño y mascota.
La coherencia con la que todo va encajando favorece a un ritmo que no decae en ningún momento, y que se permite incluso el lujo de ralentizarse con varias escenas musicales. Es importante detenerse aquí para mencionar el excelente trabajo que hace Danny Elfman captando el espíritu de la Navidad, con unos temas que apelan al calor humano con mucha efectividad. El punto negativo en esta ocasión se lo lleva Universal, con un criterio de doblaje inexplicable bajo el que algunas canciones quedan en su versión original, y otras son pasadas al castellano sin ningún tipo de lógica.
"El Grinch" es una película navideña noventera de academia, con un envoltorio moderno, y mucho corazón. No busca revolucionar la animación, ni ser recordada durante muchos años, solo pretende entretener a las familias en la época del año más familiar. Y sí, lo consigue. Tras la hora y media de película, es irremediable salir de la sala de cine con una sonrisa en la cara, y con el deseo irrefrenable de volver a ser un niño para creer en la magia de la Navidad, en Papa Noel, Rufus, y todo lo que se pase por delante.
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