Se repite el ciclo. Disney rebusca en el baúl de los recuerdos, manufactura un producto de nostalgia, reabre el debate de la necesidad de hacer ciertas películas, y pocas semanas después destroza la taquilla. Hace tiempo que la ética profesional -entendida desde la lógica común-, y la mercadotecnia dejaron de estar ligadas. Si la nostalgia vende, se utiliza. Y es ahí, en esa vorágine polarizadora, donde aparece "Dumbo" para demostrar que todo da igual, y que eso no es algo malo. Que mientras el público acoja este tipo de películas con los brazos abiertos, y los números respondan, no importan las críticas. ¿No?
El debate que se ha generado en torno a la adaptación del elefante ha desvirtuado lo que debería haber sido el discurso general. Tim Burton aceptó hacer esta película porque Dumbo es un “rarito”. El director de "Sweeney Todd" siempre ha mostrado debilidad por personajes incomprendidos -Eduardo Manostijeras, Ed Wood-, y el caso del orejudo no era distinta. Criado en cautividad, el protagonista de la historia es separado de su madre por la máquina del capitalismo, y reducido a un simple producto rentable por sus particularidades físicas. Es la criatura que quizás mejor encajaba en la idiosincrasia del cineasta, y sin embargo este no termina de dejar su particular impronta en el relato.
La receta que proponen los directivos desde el estudio está demasiado concentrada como para que Burton pueda actuar con cierta libertad. Y ese es uno de los principales problemas de la película. Todo se siente precocinado y artificial. Tanto el circo como los vestuarios y el resto de valores de producción entran en plena contradicción con lo que quiere transmitir la historia. No hay ni rastro del espíritu con el que el director diferencia sus historias. "Dumbo" no es el homenaje que los más adultos esperan. Es otra bestia distinta con otras fortalezas y debilidades. Pero por encima de todo, es nostalgia elegante.
Y es que a la hora de apelar a los sentimientos más profundos del espectador, se puede ser increíblemente vulgar -véase los peluches Star Wars-, pero aquí Disney opta por mostrar su lado más contenido. La nostalgia no procede de elementos marketinianos disfrazados de narrativa, sino de la propia fascinación que existe en la memoria colectiva hacia el animal. Burton entra en modo automático y se deja llevar por el aura hipnótica que genera el rostro del protagonista. No resulta sorprendente que los primeros planos supongan los momentos de mayor impacto emocional, y que la ornamentación sea la más descafeinada de toda su filmografía.
A pesar de no hablar como en el clásico, Dumbo sigue siendo la auténtica estrella de la película. Cierto es que resulta algo más complicado conectar con el animal cuando el guion se enfanga en largos tramos narrativos, pero la inversión merece la pena cuando llegan los momentos climáticos y el elefante echa a volar. El mensaje del clásico de 1941 es el mismo, y sigue impactando casi con la misma fuerza que antaño. Sin embargo aquella película duraba una hora, y esta sobrepasa los 160 minutos. ¿Qué nos encontramos en toda esa prolongación? Relleno.
Todo lo que gana el nuevo Dumbo gracias al sobresaliente apartado técnico y la fuerza del relato heredado de la novela de Helen Aberson, lo echa a perder un guion innecesariamente rebuscado. Ehren Kruger, conocido por la aclamada "The Ring", y por la infame adaptación de "Ghost in the Shell", dibuja aquí una subtrama familiar muy poco inspirada, que no hace más que lastrar el ritmo general de la película. Y ya no es solo que el drama de los Farrier y los problemas del circo Medici sean monótonos, es que los protagonistas de dichos nudos no logran dar la talla esperada.
A excepción de Eva Green y su acertado papel como puente entre el mundo íntimo del elefante y su ascenso profesional, el resto de estrellas son calcomanías paródicas de sus propias sombras. Danny DeVito hace de Danny DeVito, mientras que Michael Keaton y Alan Arkin se quedan a medio camino del exceso sobreactuado y el mal más maniqueo. Se entiende que representan el lado más perverso del capitalismo, pero quizás algo más de profundidad les hubiera ido mejor para romper esa superficialidad. Algo parecido a lo que le sucede a Nico Parker. De ser la sustitución familiar a la ausencia de la madre cuando el animal se queda solo, a una triste figurante. Su personaje es el reflejo de la desgana que Kruger muestra a la hora de desarrollar a los protagonistas.
Y aún con todo "Dumbo" sigue emocionando. De entre todos los live-action que Disney ha producido en los últimos años, este puede ser uno de los más discretos a nivel cinematográfico, pero cuando hablamos del manejo de la nostalgia, los de Burbank siguen demostrando ser unos genios. Es imposible salir de esta experiencia sin un regusto agridulce por el papel tan discreto que Burton ejerce en ella. Y sí, todas las críticas hacia la mercantilización del cuento original están justificadas, pero el invento consigue seguir haciéndonos creer que un elefante puede volar.
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