Palos de ciego. Todo lo que ha hecho Bruce Miller desde el final de la segunda temporada ha sido ir dando pasos a tientas. Intentando dilucidar cuál era el camino más satisfactorio para ese pastiche melodramático del que quería ambicionar las consecuencias morales más ambiciosas. En febrero de este año, el showrunner hablaba de la interesante evolución que el personaje de Anne Down sufriría en los nuevos episodios, y de la importancia que tendría para el devenir de Giliad. Este fin de semana terminaba la tercera temporada con un paseo torticero de la actriz por los últimos episodios.
[Spoilers a continuación]
Esto es solo un ejemplo de la improvisación que ha dominado la sala creativa de "The Handmaid’s Tale". La destrucción de Tía Lidia respecto a la solvencia y el impacto que destilaba en pasadas temporadas, es solo un ejemplo de la arbitrariedad narrativa con la que Miller ha querido solventar la papeleta para este año. Nick (Max Minghella) se unía a ese ostracismo inexplicable tras unos primeros episodios del todo complacientes, y el resto lo terminaba de cubrir una selección de flashbacks cortoplacistas sin ningún aporte interesante a la trama principal.
Y sin embargo la serie ha conseguido despedirse cumpliendo su promesa inicial. Lo que en un principio parecía el inicio de una revuelta interna para deponer el régimen, pronto se transformaba en una misión mesiánica y salvadora liderada por esa mártir reconvertida en figura divina. June (Elisabeth Moss) se quedaba en Gilead para encontrar a su hija restante, pero ante la imposibilidad de la misión, terminaba sacrificándose a sí misma en pos de salvar a las futuras mujeres del país. Las más de 52 niñas rescatadas al término del episodio 13 concluían ese camino espiritual que la protagonista ha recorrido para renunciar a sus deseos personales.
Entonces ¿Por qué la temporada ha resultado insatisfactoria? ¿Por qué siquiera nos atrevemos a aseverar tal cosa? "The Handmaid’s Tale" dejó de ser ese reflejo distópico y desesperanzador con el que Margaret Atwood quería la sumisión heteropatriarcal, para virar hacia un pasaje bíblico de enseñanzas más bien sujetas a interpretaciones subjetivas. Las violaciones en pantalla desaparecían eliminando el perfume amarillista de la primera temporada, pero también lo hacían los conflictos internos dentro de la casa Waterford, las señas de opresión psicológicas del sistema, y todas las subtramas que construían ese contexto de penumbra vital tan pegajoso.
Atajos sin destino
Con la segunda temporada se ponía la primera piedra de lo que sería el punto de inflexión definitivo para el mantenimiento de la fórmula de la escritora. June salía de la casa en la que había vivido desde la instauración del régimen, y su amiga Emily (Alexis Bledel) conseguía salir del país. El foco de la acción se ampliaba a personajes sin ningún tipo de interés, Gilead dejaba de ser objeto de toda defensa y ataque, y la trama principal comenzaba a enredarse innecesariamente en temas sin enjundia que acababan por ralentizar más si cabe el ya de por sí pesado ritmo de la serie. Y es entonces cuando Miller nos intercambiaba el macguffing intentando no desmontar el castillo de naipes.
Toda la rabia acumulada por el terrorismo impartido desde las altas instancias dejaba de acumularse en la válvula de la violencia, y pasaba a calentar el caldero de la táctica. June ya no quería deponer el régimen sino encontrar la salida menos mala a la situación. Daba igual si Gilead seguía en pie, si parte de sus niñas (ni siquiera todas ellas) conseguían escapar. La satisfacción de ese leit motiv, claro, no era el mismo que el de la guerra y el levantamiento militar interno. Del Aut Caesar, aut nihi (o César o nada) al "May Day". El maniqueísmo dejaba espacio para una solución gris.
Con este nuevo planteamiento en ciernes, la tercera temporada se echaba varios kilos de responsabilidad a la espalda y se torpedeaba a sí misma por el camino. Y sí, podría aún así haber acabado resolviendo las cosas de forma más o menos satisfactoria. Pero es que los medios para alcanzar ese fin tampoco han sido los más acertados ni en forma ni en timing. La llegada de nuevos personajes no ha resultado siendo un aliciente suficiente como para reavivar la atención de un espectador hastiado entre tanta reiteración y estancamiento narrativo. El comandante Lawrence, Eleanor, Winslow, las inumerables Marthas presentadas en masilla… Caminos en círculos.
Tarde, mal y a rastras
Las semanas iban pasando, y la experiencia cada vez se hacía más tediosa. ¿Cuál era el fin de todo eso? Los problemas psicológicos de Eleanor (Julie Dretzin) se alargaban en escenas interminables solo para desembocar en la muerte del personaje. Lawrence (Bradley Whitford) se reconvertía en busca de redención, pero su inanición lo terminaban convirtiendo en un mueble de decoración más. ¿Fred (Joseph Fiennes) y Serena (Yvonne Strahovski)? La trama de la niña y las jugadas diplomáticas entre Gilead y Canadá acababan en una detención fortuita y, a estas alturas, nada impactante.
Y sí, todos estos eventos iban moldeando el carácter de June, pero no lograban definir a una protagonista con límites éticos claros. La separación simbólica de Luke (O-T Fagbenle) la arrojaban a un futuro incierto del que ha intentado librarse a lo largo de 13 episodios; alguno más acertado que otros (olvidémonos de la infame visita al hospital), pero ninguno determinante. June finaliza la temporada como heroína, protagonizando un viaje de salvación en el que ejerce de Mesías. Pero la obsesión del showrunner por dibujar el feminismo como un movimiento de defensa de valores colectivo generaba una disonancia, imposible de ignorar, tras ese sacrificio egoísta.
Conclusión
Los principios que Atwood había establecido para sustentar el drama desaparecen en favor de un heroísmo hollywoodiense completamente fuera de lugar. Y no, el preciosismo visual (todavía remanente) de las escenas, ya no sustentan el cada vez más indigesto caramelo narrativo. Los primeros planos, la escenificación pomposa, y las tomas plasticosas y artificiales en busca del aplauso fácil dejaron hace tiempo de impactar, para solo ahondar en la parsimonia desesperante de todo el conjunto.
¿Qué nos queda ahora? La indefinición moral de June es candidata a resultar interesante de cara la ya confirmada cuarta temporada. Para conseguir sus objetivos ha tenido que convertirse en uno de esos “hombres despiadados” a los que detestaba en uno de los flashbacks finales. Transformarse en villana, poniendo sobre la mesa una diatriba contra el espectador algo desgastada: ¿El fin justifica los medios? Pero quizás la pregunta deba hacérsela el propio Miller: ¿Los medios han justificado el fin? Puede que a "The Handmaid’s Tale" se le haya pasado el arroz.
El ritmo lento, las subtramas intrascendentes, y las idas y venidas arbitrarias de personajes hasta ahora importantes en la serie, hacen de esta tercera temporada una experiencia tediosa y sufrida que solo se sustenta por la promesa de una resolución ya demasiado postergada.
Guion
Interpretaciones
Efectos especiales / VFX
Banda sonora
El nivel interpretativo del reparto encabezado por Elisabeth Moss
La iluminación y la puesta en escena
Personajes de largo recorrido con bagajes emocionales interesantes
Los 3 últimos episodios
La lentitud del ritmo
Nuevas subtramas aburridas y plomizas
Personajes secundarios exasperantes
Desaparición de personajes y tramas importantes en el pasado
Demasiados episodios (13) para lo que se quiere contar