Hablar de política siempre es complicado. Hables con quien hables y trates el tema que trates, siempre vas a encontrar discrepancias, incluso entre aquellas personas que, ideológicamente, son más afines a ti. Y, sin embargo, viviendo en la sociedad que vivimos, es imposible no entrar a tratar temas políticos de forma casi constante. Toda nuestra forma de ver, entender y relacionarnos con el mundo nace enmarcada dentro de un contexto sociocultural que crea en nosotros un cierto sesgo ideológico. Así, cualquier cosa que hagamos, digamos o simplemente pensemos, de forma consciente o inconsciente irá marcada por quiénes somos ideológicamente hablando. Y con los videojuegos pasa exactamente lo mismo.
Pese a que eran muchas las voces que criticaban mi postura, yo mismo escribía hace unas semanas un artículo en el que explicaba los motivos por los cuales Cyberpunk 2077 debería entrar a tratar temas políticos si realmente quiere enmarcarse dentro del género ciberpunk. Siguiendo en cierto sentido con este tema, hoy quiero volver a hablar de ideología (como siempre con el significado marxista de la palabra) dentro del videojuego, pero de una forma más amplia.

Pese a que hay largas discusiones filosóficas sobre el mismo concepto de ideología y su funcionamiento, nosotros no necesitamos entrar tan a fondo como para necesitarlo. Siguiendo la línea del artículo anteriormente mencionado sobre Cyberpunk 2077, me referiré a la ideología como un conjunto de creencias y/o valores que se transmiten a través del videojuego de forma consciente o inconsciente. Por ejemplo, hacer un videojuego de la segunda Guerra Mundial y poner al ejército estadounidense como el principal vencedor de dicho conflicto denota un importante matiz ideológico. Toda la obra irá impregnada de una suerte de propaganda a favor de los Estados Unidos. Lo mismo ocurriría con el ejército soviético o cualquier otra aproximación que tomásemos del conflicto.
Como bien afirmaba en el anterior artículo, es imposible desprenderse de esta ideología, en tanto que somos los humanos los que elaboramos los videojuegos y, por tanto, nuestro sesgo ideológico se va a materializar de forma consciente o inconsciente en dichos productos. Sin embargo, la ideología no es un elemento equilibrado que dentro del sector del videojuego nos otorgue obras que se inclinan hacia todas las direcciones por igual. En cada sector, existe una ideología predominante que va más allá de los individuos que conforman dicho sector pero que viene representada por la ideología de la mayoría. Por ejemplo, si vamos a un skate park nos encontraremos una comunidad con una ideología radicalmente diferente a si vamos a un banco. Y no resulta sorprendente.
Dentro del sector tecnológico, y más concretamente del de los videojuegos, nos encontramos con que la ideología que predomina es la marcada por el neoliberalismo. No es de extrañar pues las grandes superproducciones han venido tradicionalmente de Estados Unidos, país que abraza el neoliberalismo como uno de sus pilares fundamentales y que, por tanto, marca a muchos de sus sujetos bajo este sesgo ideológico. Es por ello que cuando decimos que “no queremos ver política en nuestros juegos”, simplemente hablamos de que no queremos ver una ideología diferente en nuestros videojuegos.

Nuestros videojuegos siempre han estado cargados de política (a través de la ideología). Desde las guerras que libramos contra malvados comunistas o terroristas de Medio Oriente en Call of Duty hasta Metal Gear Solid pasando por Metro, GTA, The Elder Scrolls, Far Cry y un sinfín de sagas. No sé si, como se discutía semanas atrás en Twitter, todos los videojuegos son políticos, pero desde luego todos los videojuegos, como productos culturales, son ideológicos.

Pero, ¿de dónde viene el reciente auge en contra de la inclusión de política en el videojuego cuando llevamos años tragándonos esta política con patatas? La respuesta proviene de dos puntos diferentes:
En primer lugar, la media de edad del jugador de videojuegos ha crecido. Muchos de nosotros nos criamos jugando a videojuegos y seguimos haciéndolo a día de hoy. Esto ha hecho que, como individuos, seamos capaces de ver e interpretar los videojuegos de una manera distinta. Recuerdo ver Los Simpson con 7 años y al ver a día de hoy esos mismos capítulos me doy cuenta de que no estaba entendiendo la carga política o sexual de algunos de sus chistes. Esto mismo nos ocurre a todos con todo lo que consumíamos, incluidos los videojuegos. Ahora, como adultos más formados, somos capaces de ver el significado subyacente (ideológico) de muchos de los elementos de los videojuegos y, por tanto, podemos indignarnos porque nuestros videojuegos tienen una carga política que, en realidad, siempre ha estado ahí.
El segundo de los puntos que lleva al conflicto en este punto es el contraste entre la ideología predominante y la ideología de ciertos elementos. Cuando la gente alza la voz para quejarse por la inclusión de política en sus juegos, si nos damos cuenta, es a raíz de una serie de significaciones políticas que siempre van dirigidas en una misma dirección: en contra de donde apunta la ideología neoliberal que, como comentaba antes, predomina en el sector. Estamos acostumbrados a una suerte de tradicionalismo neoliberal; a que los comunistas sean los malos (véase la saga Metro), a que el héroe sea el varón blanco americano (véase The Last of Us 1) y a que Oriente Medio sea tierra de terroristas (véase Call of Duty: Modern Warfare). Cuando nos encontramos con que la carga ideológica apunta en otra dirección se produce un contraste que nos saca de lo que estamos acostumbrados y llama nuestra atención sobre esa carga política.

No nos molesta, por tanto, el hecho de que nuestros videojuegos incluyan carga política. Nos molesta el darnos cuenta, ya sea porque ahora tenemos una capacidad de análisis que no poseíamos anteriormente o porque la carga ideológica del videojuego apunta en una dirección que llama más la atención. Pero si hay algo que sacar en claro al echar la vista a otros medios como el cine o la música es que, desde luego, tratar de sacar la política de nuestros videojuegos es un esfuerzo inútil. Los videojuegos, como producto cultural, tienen una ideología inherente que solo puede ser eliminada si quienes hacen los videojuegos son autómatas.
Así, lo mejor en este campo es abrazar el calado ideológico de nuestros videojuegos. No para pretender ser esponjas que absorben la política que viene dentro de cada juego sino para disfrutarlos desde una perspectiva crítica, desde una perspectiva desde la que construir una crítica que vaya mucho más allá del estar o no de acuerdo con un tema, desde una perspectiva que nos permita abordar debates. Juegos como The Red Strings Club o Night in the Woods son juegos que no esconden sino que abrazan su carga ideológica y que, gracias a ello, han sido capaces de despertar debates e inquietudes. Y será cuando los jugadores entendamos esto cuando realmente podamos disfrutar del videojuego como el medio cultural que tanto defendemos algunos.
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