No eramos los únicos que estábamos siendo engañados por Nic Pizzolato. La tercera temporada de "True Detective" comenzaba con un puzle no solo físico, sino también mental. El caso Purcell sembraba las semillas de una investigación que recordaba a todo lo bueno que dejó la primera temporada de la serie, y a lo largo de las semanas ha ido construyendo su propio camino ganando en intensidad. Sin embargo, como ya sucediera en 2014, a la serie se le acaba el espacio para seguir jugando al escondite. El seguimiento de pistas parecía llevar a Hays y Roland hacia la meta, pero un giro inesperado de última hora lo cambiaba todo. ¿Era realmente Tom el culpable de la muerte de sus hijos?
Si algo nos ha demostrado Pizzolato en su paso por la serie ha sido en no confiar nunca en lo obvio. "True Detective" siempre se ha valido del misterio y el engaño para generar el interés necesario en una trama complicada de sostener solo por su historia. En este caso la sorpresa quizás no es tal. Y es que aunque todo lo construido hasta el momento ha resultado ser un camino de ciegos, el showrunner está acudiendo a los mismos recursos que ya le dieron resultado en la primera temporada. Aquí el papel de la iglesia lo ocupa un organismo –por determinar- que involucra de forma segura al cuerpo de policía como brazo ejecutor.
Desde ahí el sexto episodio inicia un camino deductivo de sentido inverso para recomponer no solo los recuerdos fragmentados de Hays, sino para encajar también todos esos elementos que no terminaban de tener sentido. En "Cazadores en la oscuridad" el director nos invita precisamente a eso; a hilar pistas e intentar desmontar lo que parece toda una conspiración desde el propio mando que lideraba la investigación. Sin recursos, con la manipulación constante de los superiores, y una sensación de indefensión que pervierte el suspense mantenido hasta el momento, y lo convierte en una tensión cortante.
Los diálogos, las miradas, las actitudes tanto de los detectives como de los sospechosos… Todo invita a recrear una cuenta atrás mental de la que Pizzolato se vale para precipitar los acontecimientos hacia la verdadera meta. Ni asesinato de los padres, ni secuestro, ni caso de violencia racial. El verdadero núcleo de esta tercera temporada apunta directamente hacia un entramado de poder mucho mayor que ahora lucha por su propia supervivencia. El guion sin embargo no nos prepara para el punto de inflexión, y eso alimenta un nivel de alerta también externo que convierte a cada escena en un pequeño arco climático.
Aunque el punto diferenciador de esta temporada era el problema mental de Hays, lo cierto es que la serie gana en velocidad e interés cuando abandona esos planos esotéricos y esas alucinaciones formales. El conflicto del personaje de Ali sigue siendo la gasolina de la narrativa, pero ahora el caso Purcell, la verdadera trama detectivesca, se antepone a todo lo demás. Con la acusación forzada hacia Tom el equipo pone el listón en lo más alto, y no deja de subirlo a lo largo de los 50 minutos posteriores. Las fichas de dominó van cayendo, y la realidad deja de estar condicionada a las experiencias vitales de Hays. “No puedes pretender que el mundo se amolde a tu semántica moral”, le dice Amanda como pista simbólica de lo que representa este episodio.
Estábamos engañados, pero Pizzolato no está dispuesto a quedarse ahí. Lo que en un primer momento se retrató como una mentalidad sisífica propia de un enfermo incapaz de reconocer sus propios problemas, ahora se descubre como una lucha justa y real contra un sistema manipulador que sirve de tapadera para un propósito mayor. Con la aparición de cada nueva pista obvia dos décadas después de la primera investigación, va quedando cada vez más claro que nada es lo que parecía ser. Sí Tom parece ser el culpable ideal –alcohólico, antisocial, endeudado, víctima de bulliying- es solo porque el sistema quiere que lo sea. ¿La aparición de la mochila en la escena del crimen? Solo la punta del iceberg de todo el alcantarillado de corrupción y encubrimientos.
El precio a pagar para llegar hasta el verdadero punto de interés ha sido más alto que en la primera temporada, pero para todos aquellos que han soportado los engaños y las encerronas narrativas, ahora comienza el verdadero espectáculo. "True Detective" comienza su recta final poniendo varios puntos de anclaje cruciales; La confirmación de que hay un entramado con la escena de Tom espiando a los detectives, el nombre que puede dar Dan O’Brien para desarticularlo todo, y las pistas falsas –Woodard, la mochila, el agujero en la pared-. Pero el viaje para desenredar el nudo no será gratis.
Pizzolato no se olvida del trauma mental de Hays, y reserva todo el tramo final del episodio para lanzar la escena más importante de lo que llevamos de temporada; una conversación con su hijo en la que el propio Wayne expone el problema que le ha lastrado durante toda su vida. “¿Te he inculcado lo de reprimirte?”, le pregunta tras conocer el triángulo de infidelidad en el que está metido. “No puedes reprimir el amor que sientes por los demás. No puedes reprimir nada”. Desde que nacieron los hijos, Hays se sumió en una terrible sensación de miedo que le indujo al severely deficient autobiographical memory (SDAM) que padece.
Esa incapacidad para vivir tu propio pasado desde tu memoria, viéndolo como si fueras un espectador, es lo que le fue trastornando a lo largo de los años, lo que provocó las discusiones que le terminarían separando de Roland, y lo que impidió que terminara de resolver el caso. ¿Será capaz de hacerlo cuatro décadas después de iniciarlo? Parece que Pizzolato se ha cansado de esconder las referencias de esta temporada al ritual satánico o ARS, pero aunque el problema ya está identificado, no será nada sencillo llegar hasta él. Hemos descubierto que somos Truman, pero el show continuará hasta el final.
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