Los mismos preceptos, las mismas ejecuciones, y la insistencia tan arraigada que ha llevado a la franquicia por el sendero de la indiferencia durante la última década. Ni si quiera cuando Fox intentó reiniciar su marca consiguió despegarse de la desazón personal que un Simon Kinberg había insertado en el corazón de la marca. "X-Men: Fénix Oscura" no iba a ser una excepción en este descalabro narrativo y visual. La última entrega de los mutantes debía poner el punto y final a la saga con un espectáculo emocional y catártico capaz de aprovechar el trabajo realizado durante los últimos años. Pero la película ni siquiera parece ser consciente de su condición.
Con la deslavazada "Apocalípsis" se concedió una permisión sustentada en el contexto de la película. Una actitud que permitía al estudio mantener las expectativas bajas. Y entonces llegaba "Logan" por la tangente, rompiendo el esquema cerrado y tóxico de la franquicia, para poner encima de la mesa un inesperado clímax. Se concluía el viaje de un solo personaje, pero la película lograba dejar un perfume de despedida que el estudio no ha sabido gestionar en su adiós real. Aquí no hay ni rastro del espíritu y el tesón personal que Mangold depositó en Lobezno. Ni tan siquiera un ápice de la vocación idealista que el renacer de la marca demostraba en "X-Men: Primera Generación".
Y no, los principales problemas de "X-Men: Fénix Oscura" no derivan de una de las producciones más problemáticas de la historia del género -reshoots, acusaciones, retrasos-. La cinta sale trastabillada ya desde su propia concepción. ¿Cómo cerrar una saga con un enfoque tan individual? Imposible. La percepción coral que Kinberg había mantenido durante las últimas entregas desaparece en el momento en el que más hace falta, para ser sustituida por un relato íntimo y de gran esfuerzo narrativo demasiado ambicioso. Jean Grey se convierte en el punto de partida de una adaptación cacareada en las viñetas, pero incompatible con un estudio que no se merecía obtener su gloria.
El personaje de Sophie Turner había tenido hasta el momento un arco bien configurado capaz de crear sus propias ramificaciones; control de poderes, superación del trauma familiar propio, apertura al amor. Todo ello había hecho de la mutante uno de los miembros más consolidados y profundos del equipo. Pero nada la había preparado para las aspiraciones de grandeza de un productor reconvertido en director. Kinberg volvía a ponerse a los mandos de una entrega de la saga, no solo repitiendo los mismos errores de su ultima experiencia cinéfila, sino además infiriendo con más vehemencia en ellos.
Las comparaciones son odiosas, pero obstinados en evitar el paralelismo con la inabarcable sombra del UCM, la película decide darse la vuelta sobre sí misma para poner la mirada en el otro gran cierre de su propia franquicia. "X-Men: Fénix Oscura" es en esencia una heredera espiritual de "La última decisión". Replica esquemas, recoge escenas y las maquilla para heredar sensaciones, y busca descontextualizar su tono para sí misma. Sin embargo carece de intencionalidad. Mientras que una llegaba como cenit de dos sólidas entregas, la otra nace como continuación innecesaria de un proyecto fallido.
Si bien la trama principal tiene cierto interés y recorrido, todo lo que la rodea, incluida su propia ejecución, es desesperante. El estudio sabe recoger la problemática de los poderes, convirtiendo a Jean en un mártir simbólico de ese choque entre realidad y ficción. En un peón incapaz de canalizar una fuerza cósmica de origen desconocido, que rompe la concepción misma de justicia desdibujando el balance entre bien y mal. Pero da la sensación de que ni Kinberg es consciente de lo que tiene entre manos.
Tras una apertura sólida que consigue tejer una inmersión más que eficiente durante la primera media hora, la cinta se suicida inexplicablemente en una piscina de ideas sin desarrollar, y actuaciones confusas. Turner está correcta -aunque algo sobreactuada-, pero es incapaz de cargar con el peso de una quimera tan descompuesta. La irregularidad está presente en diálogos, ritmo, y coherencia. No en pocas veces los personajes ignoran eventos de pasadas entregas, inquiriendo en esa sonrojante cronología que el estudio no ha sabido nunca cómo confeccionar.
Han pasado diez años desde la última película, pero Xavier y Raven se siguen refiriendo a los demás como "niños". Jean parece haber olvidado cómo usar los poderes que demostró en "Apocalípsis". Los trajes, amparados en un guiño hacia los lectores de cómics, son sustituidos por un vestuario acartonado y zafio. La historia acontece en la década de los 90, pero los planos hacen un esfuerzo constante por evitar sumergirse en la estética de esos años. Poco a poco Kinberg va dibujando un producto que ni es justo con los fans, ni sabe cuál es su propósito. Incluso aunque posea destellos involuntarios.
Pese a que Jean no está a la altura de lo que se esperaría de un personaje en una posición así, "X-Men: Fénix Oscura" cuenta con el mejor Xavier y la mejor Mística de toda la saga. Su relación y la problemática que pone encima de la mesa la ambición del profesor frente al idealismo con el que fundó la academia, deja algunas pinceladas narrativas interesantes. Algo similar sucede con el empujón refrescante y apasionado que recibe la relación amorosa entre Raven y Bestia, o con los retazos de pasado que el guion recupera para desestabilizar el presente de Jean. El problema es que Kinberg no es capaz de cohesionar esas virtudes en pos del acmé que necesitaba la franquicia.
En lugar de plantear una promesa y trabajar para alcanzarla, el director pierde las casi dos horas de metraje dando tumbos. Jugando cada buena carta que pasa por su mano sin previsión. Y eso no es lo peor. Tras superar una sucesión interminable de escenas patilleras sacadas de principios de los 2000, el director nos presenta el gran pastel; un acto final anticlimático que secciona las tramas de forma abrupta y empuja la franquicia a un bochornoso y tímido adiós.
Hay mucho que recriminarle a "X-Men: Fénix Oscura". Que ignore así a Jessica Chastain y sea incapaz de mencionar el nombre de su personaje en todo el metraje, que menosprecie tan rastreramente la evolución de Magneto, o que intente aprovecharse de la nostalgia de los más comiqueros prostituyendo las viñetas, son algunas de ellas. Pero por encima de todo, esta película supone un insulto a unos fans que tras invertir años en este universo, se marchan como llegaron; mirando al futuro.
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