Análisis Oriental Empires
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Análisis Oriental Empires

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El género 4X es uno sumamente especial. Aunque, paulatinamente, ha quedado relegado a un segundo plano dado el auge de géneros como el ARPG y el FPS, lo cierto es que los títulos de estrategia basados en la exploración, la expansión, la explotación y la exterminación continúan siendo notorios partícipes de la industria interactiva, teniendo obras de la índole de Civilization VI y Total War: Shogun II, por mencionar un par de ejemplos, como máximos exponentes de su casta.

En tal sentido, tal vez no podamos añadir el nombre de Oriental Empires, la creación de Shining Pixel Studios, a la serie de producciones que han supuesto el pináculo de su idiosincrasia, no obstante, lo que sí podemos atribuirle a la representación asiática es la catalogación de buen videojuego, el cual será ineludiblemente recomendable a cualquier fanático de sus preceptos mecánicos que pueda obviar las falencias que, también de forma inevitable, evitan su ingreso al Olimpo táctico.

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Desentrañando la soberanía oriental

Oriental Empires, fiel a su tradición, presenta un planteamiento fácilmente reconocible: nos hallamos en un vasto mapa en el que, desde sus cimientos, tenemos el objetivo de erigir una civilización y lograr la adjudicación de todo el territorio expuesto. En tal sentido, muestra una estructura más similar a la de la franquicia de Sid Meier que de otras musas en las cual se inspira, razón por la que se obtiene que, primero, se maneja bajo la guía de uno de los grandes del género pero, segundo, peca de no ofrecer novedades en demasía, salvo contadas excepciones que, afortunadamente, lo dotan de la innovación suficiente para deslindarse del calificativo de genérico.

Así, pues, entrando en materia detallada, esta producción nos sitúa en un contexto asiático en el que hemos de imperar sobre nuestros adversarios. Aunque iniciamos la partida en una mínima escisión del feudo, el paso de cada turno no sólo expandirá la dimensión del latifundio sino que, al mismo tiempo, nos hará presenciar la aparición de más clanes que, aleatoriamente, interactuarán con nosotros en pos de crear asociaciones o, por el contrario, enemistades. Respecto a éstos, y al iniciar cada encuentro, podemos elegir qué clase de dinastía queremos ser, teniendo cada una sus propias ventajas y desventajas que las diferencian entre sí, mas no a la medida que se esperaría para, realmente, ser una decisión de peso durante el desarrollo de las beligerancias y la diplomacia.

Por otro lado, en uno de los ámbitos en los que se separa de sus símiles es en el propio desenvolvimiento de las escaramuzas; es decir, en los turnos. A contraparte de Civilization VI, cada acción que tomamos no representa un cambio de fase sino que tenemos la oportunidad de realizar varias paralelamente para luego observar el resultado de nuestras decisiones. Ésto, lejos de ser positivo o negativo, supone más una característica en la que incide la consideración subjetiva de cada jugador, no obstante, sí es imperativo destacar que tal realidad inhibe a los participantes de tener un mayor control sobre las situaciones que se suceden constantemente, pues tienen un menor rango de reacción al no ser capaces de vaticinar los movimientos de los antagonistas.

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En relación a ellos, cada quien cuenta con su alusivo abanico de posibilidades respecto a las tareas que pueden desenvolver. Utilizando la población como moneda cambio, todos estarán en la potestad de progresar y vencer a través de ámbitos como la imposición bélica, la paz, la cultura o, de forma más interesante, la aprobación de más del 85% de las personas presentes. Estas condiciones de victoria son estrictamente semejantes a las de las sagas anteriormente recalcadas, y a ellas se puede llegar mediante la construcción de determinados edificios, la toma de específicas elecciones y, en términos teóricos, la mejora del árbol de habilidades, cuya labor recae en incrementar nuestras capacidades en los sectores que escojamos -salvo el de tecnología, que no ha sido colocado- pero, enfatizamos, sólo en lo ideal, pues la praxis de tal mecánica carece tanto de impacto como de variedad -todos albergan la misma retahíla de combinaciones, limitando la pluralidad jugable de las dinastías todavía más-.

Pese a ello, un detalle en el que destaca entrañablemente Oriental Empires es en la mencionada aleatoriedad. Recordando que no estaremos solos durante el crecimiento de nuestro imperio, ya que más competidores se agregarán paulatinamente, pueden darse relaciones sumamente curiosas, las cuales resultan tan agradables como desagradables, según sea el caso, pero siempre añadiendo una dosis de espontaneidad de agradecer. Desde pactos que súbitamente se quiebran hasta retiradas inesperadas, pasando por incendios que arrasan con aldeas enteras y por traiciones que benefician nuestra posición geopolítica, la cantidad de devenires que pueden ocurrir es destacable, y permiten obviar, durante diversos momentos, la monotonía que se cierne sobre los postulados de la obra.

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Artistícamente acogedor, pero perjuicioso

En términos estéticos, el juego ofrece un apartado sólido. Claro está, exhibe sus respectivas limitaciones y deslices, pero éstos pueden dejarse de lado al no sólo tener en cuenta el género al que se adhiere sino que, además, al observar el gran diseño artístico con el que nos deleita. La representación de los imperios orientales se halla muy bien lograda, y da una grata impresión de acercarnos a aquel mundo que, para los occidentales, permanece como un relativo enigma, dejando la estela de un apartado gráfico que, tanto en las cercanías como en las lejanías, luce un porte que merece reconocimiento.

No obstante, el problema que representa se aleja de lo óptico per se para apegarse a su impacto mecánico porque, aunque no parezca relevante, suele ser difícil discernir a qué entidad pertenece cada elemento del juego, ya que cada una enseña una rígida simetría. En consecuencia, los combates son los que reciben el mayor y más negativo efecto, no sólo por no ser capaces de controlarlos sino porque, asimismo, es complicado avistar quién está saliendo avante. Aun así, el inconveniente se torna menor debido a la destacada aproximación a los turnos por la que el estudio ha optado, mas no deja de ser una situación que, inexorablemente, pesa sobre el global del título.

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Una recomendable pero poluta creación

Oriental Empires es, ante todo, un título que cumple. El cometido que se ha planteado Shining Pixel Studios ha sido logrado, y nos han entregado un 4X que merece la cata de cualquiera que se considere a sí mismo fanático del género. No, no es una eminencia dentro de su clase ni reformará los conceptos que caracterizan a sus congéneres, mas lo que sí concederá a quien se atreva a bienaventurarse en sus delimitaciones es una grata experiencia; una que no está absuelta de errores que, quizá, pueden inhibir a ciertos usuarios de disfrutar plenamente de su composición, pero sí una que, para la persona adecuada, puede representar una excelente adquisición.

Redactado por:

Politólogo a tiempo completo, economista a tiempo parcial. Asiduo al medio interactivo por su capacidad de hacernos vivir las historias, no contarlas. Joven venezolano amante de Bad Bunny, Itachi y los RPGs que busca cooperar en la evolución de una industria huérfana de horizontes.