Siempre me mantuve muy alejado del género Souls. Me generaba cierta ansiedad pensar que iba a jugar a un juego donde iba a morir cientos de veces, perder progreso, quedarme atascado en cada boss y, en definitiva, sufrir más de lo que considero estar dispuesto. Hasta que un día me ocurrió algo muy curioso.
Si os soy sincero no recuerdo como pasó, pero un día llegó hasta mis manos un juego llamado Bloodborne. Tampoco os miento cuando os digo que ese antiguo Juan pensó "¡Ufff, qué pereza!". Pero bueno, era una época de mi vida, donde por unas cosas u otras, estaba más dispuesto a querer olvidar el entorno que me rodeaba. El resultado es que empecé a jugar una tarde-noche y no me acosté hasta las 5 o 6 de la mañana. Para alguien que normalmente a las 11PM está durmiendo, es algo muy loco.
El "maldito" juego me atrapó como no lo hacía ningún juego desde tiempos de PlayStation 2. Quizás me obsesioné, también lo admito. Recuerdo recorrerme el bosque de Bloodborne cientos de veces para farmear sin parar. Incluso con varios amigos hablábamos y buscábamos información de lore como si estuviéramos enfermos. Cuando lo terminé podría deciros que sentí un vacío, pero no fue así, solo pensaba en todos los juegos del género que todavía no habría probado.
Ahí llegó la gran decepción y empecé a frustrarme muchísimo:
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