A día de hoy, todos sabemos que los videojuegos son un ámbito que puede ser visto de muchas maneras. Puede ser apreciado como un medio de entretenimiento, como una vía para expresar arte, como una manera de desconectarse de la realidad, y muchas más, todas comúnmente tratadas día a día en las revistas, foros y blogs de la industria. Sin embargo, y para esta ocasión, el tópico en cuestión es la influencia de la geopolítica en la percepción del videojuego, específicamente en Venezuela, así que veamos qué se opina en la nación de la Revolución Bolivariana.
Como bien ya pudieron haber inferido, este humilde servidor es venezolano. Aquí, en el país de las arepas, Chávez y las Miss Universo, los videojuegos son un entretenimiento común. Todos hablan de FIFA, de PES, de Clash of Clans, de Counter Strike, de la Wii y, en mayor profundidad, MMORPG's -Rakion, Gunbound, GunZ, MU Online...-, Call of Duty y League of Legends, dejando de lado el relativamente escaso sector de usuarios como yo que son asiduos al medio en todo su esplendor. Ésto, hasta donde el conocimiento me da, es similar en toda Latinoamérica, pero en el pueblo de Bolívar hay dos patrones que se repiten usualmente y por motivos específicos: juegos casuals y juegos gratis.
El primero de los mencionados, surge por razones culturales y otras técnicamente legales. En un país donde el béisbol, el fútbol, el baloncesto y los ejercicios físicos en general son los que priman, es usual -aquí y en cualquier país- que el videojuego quede en segundo plano. El pensamiento de que son 'juguetes' sin trascendencia alguna para asociales está arraigado de sobremanera, tanto por jóvenes como, incluso especialmente, los adultos, quienes suelen tener una visión bastante obtusa sobre el asunto. Las partidas al FIFA y al Call of Duty, de igual forma y en contraparte, son prácticamente tradicionales, aceptadas dentro de la sociedad y motivo suficiente para que miles de personas adquieran una consola de antigua o actual generación tan sólo para poder jugarlos. O, bueno, al menos solía hacerse.
Por otra parte, el Gobierno de Venezuela publicó una 'Ley para la Prohibición de Videojuegos Bélicos y Juguetes Bélicos' hace siete años. Ésto, además de afianzar la cerrada perspectiva referente al medio, fue una de las principales razones que redujeron el mercado venezolano y, a su vez, el número de jugadores. Los alegatos por parte de funcionarios públicos que aseguraban que los videojuegos eran nocivos para la psique de los niños caló profundamente en muchas mentalidades venezolanas, diluyendo la percepción cultural del videojuego en gran parte de la población. El presidente de entonces, Hugo Chávez, aseguraba con total firmeza que los videojuegos "envenenan las mentes de los niños" y arremetió contra ellos por su idiosincrasia capitalista; dada la cantidad de adeptos que logró acumular durante sus casi dos décadas de mandato, muchos creyeron en sus palabras y los videojuegos recibieron la etiqueta de dañinos, además de que se creó la mencionada prohibición bélica. Aunque, claro, como en la mayoría de sectores en Venezuela, fue una ley que fracasó rotundamente.
Asimismo, no sólo fue un despropósito al que nadie escuchó sino que, de manera indirecta, impulsó el índice de la piratería. De por sí, éste era un mercado asentado en Venezuela, uno que permitía a la mayoría de jugadores adquirir títulos que, caso contrario, les serían prácticamente imposible, pero el intento de prohibición aumentó la cantidad de vendedores informales. Con los precios subiendo, el valor de la moneda venezolana disminuyendo y los piratas surgiendo, el panorama se tornó claro: las copias ilegales fueron, son y serán las predominantes en el país. Dada la condición inherente a la 'patria' de violar las leyes a diestra y siniestra, existen locales legalmente establecidos que venden videojuegos ilegalmente reproducidos; un caso de contradicción asombroso, sin duda. Lo peor es que, y muy desgraciadamente, la piratería es una de las pocas cosas que ha mantenido con vida a la comunidad jugona venezolana, pues la crisis económica que atraviesa el país ha vuelto al medio interactivo un lujo sin precedentes.
Para que se hagan una idea: adquirir una PlayStation 4 estándar, nueva y sin videojuego incluido, son 450.000 Bs F., y el sueldo mínimo del país son, para redondear, 90.000 Bs F.. Sacando cuentas básicas, hablamos de cinco meses de trabajo continuo sin gastar ni un sólo céntimo para comprar la consola de Sony, lo cual es, claro está, imposible para cualquier persona. Si lo hacemos en dólares, el equivalente de los dichos 90.000 Bs F. son 45$, y el precio de la PlayStation 4 Slim -por mencionar la más económica- es de 299$, siendo así una posibilidad aún imposible para un asalariado. Si tenemos en consideración que el sueldo mínimo difícilmente cubre las necesidades básicas de una familia (si acaso es suficiente para una única persona), caemos en cuenta de que, nuevamente, por desgracia, la piratería es la vía de escape que ha permitido a muchos seguir jugando videojuegos o, en otro sentido, limitando su rango a los free to play.
¿Overwatch? No, Paladins. ¿World of Warcraft? No, Dekaron. ¿League of Legends? No, Dota -los dos son gratis, pero Dota es mejor-, y así sucesivamente, pues al venezolano no le queda más que quedarse con los títulos gratuitos. No pretendo ser malinterpretado, que ciertos videojuegos no tengan coste alguno no quiere decir que sean malos, pero sí ejemplifican una de las máximas verdades que aquí se viven: los lujos son complicados. Como si fuese poco, la velocidad de Internet de 1MB que se supone descarga a 100KB/s en realidad, por el sinfín de problemas de infraestructura, se reduce a 30KB/s, obstruyendo el cómodo disfrute de los juegos en línea, de ver vídeos con buena calidad en YouTube o de descargar documentos pesados -sí, gente, copias ilegales-. Porque, por infortunios de la vida, hasta los lujos 'estándar' que aquí se pueden poseer traen consigo irregularidad por doquier, y ningún servicio se encuentra en condiciones óptimas.
Como una cosa lleva a la otra, es prácticamente un axioma aclarar que el desarrollo de videojuegos en Venezuela es inhóspito. Hay indies, sí, VA-11 HALL-A está hecho por venezolanos y ha sido aclamado en gran medida, pero el apoyo es inexistente y difícilmente alguien está interesado en jugar algo poco tradicional como lo es un juego indie, ergo, nadie quiere crear uno. No hay convenciones, no hay eventos, no hay ninguna celebración de verdadera envergadura que reúna una gran masa de jugadores, y mucho menos existen compañías AAA interesadas en promocionarse aquí. En ese sentido, el otro día vagando por la red me encontré con que un grupo de desarrolladores venezolanos estaban esparcidos entre empresas Crytek, Ubisoft y Sony, y contaban su experiencia desde adentro; como podrán pensar, fue una situación que jamás hubiese imaginado porque es considerablemente inusual. Me alegró, de cierta manera, ya que me di cuenta de que sí había talento compatriota en el medio, pero también me hizo percatar cuán vacío es ese reparto, porque el número de casos similares -al menos conocidos- es nulo en la praxis. No caben dudas: si ya de entrada es difícil que alguien sea asiduo a los videojuegos, pues imaginen cuán más improbable es que alguien quiera contar algo a través de uno.
Las plataformas traducidas en meses de trabajo, al igual que los videojuegos como tal, se han convertido en un bien preciado casi extinto. Hay venezolanos con la presente generación, por supuesto, pero o bien les es poco razonable adquirir nuevas obras por el alto costo de éstas o no tienen el dinero, ni la velocidad de conexión, para descargar y jugar juegos en línea, por lo que mantenerse al ritmo de los tiempos contemporáneos no es más que una leyenda. Sin embargo, su adquisición, en muchos casos, no es por el 'método tradicional', pues las tiendas físicas no tienen stock ya que, como no hay divisas para importar las PlayStation 4 y las Xbox One, es inusual ver un comercio dotado de mercancía para vender. Gracias a ello, la gente recurre a su obtención por vías 'personales' o tiendas del extranjero, aunque eso requiere un poder adquisitivo mucho mayor. Uno que, claro está, la mayoría de los venezolanos no posee.
Por mi parte, no soy especial al respecto. Hace cinco vueltas al sol que tengo una Xbox 360 y desconozco si algún día daré el salto a la octava generación. Ya pasaron títulos como The Witcher III, Bloodborne, Dark Souls III y Dishonored 2, y luego pasarán otros como Nioh, NieR: Automata y Mass Effect: Andromeda... y yo no sé si podré jugar alguno. Porque muy probablemente ése es el peor saber del venezolano softófilo: la industria continuará avanzando, la séptima generación ya quedó atrás y no se sabe cuándo esta situación cambiará. Los videojuegos son un lujo en cualquier parte del mundo, de ello nadie duda, pero para el venezolano, quien se halla en el limbo entre esbozos de un país desarrollado y una estructura y crisis de uno subdesarrollado, seguirán siendo una tentación enigmática.
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