The Last of Us Parte I ha sido para mi una especie de penitencia desde que se anunció el remake hace ya un buen puñado de meses. No puedo ser más sincero con esto: fui del grupo de personas que consideraban que no hacía falta una revisión de un juego que salió no hace tanto. Quizás nunca se me haya notado porque no soy muy de discutir con este tipo de cosas, pero sí es cierto que levantaba una ceja cada vez que tenía que cubrir algún nuevo material relacionado con este remake.
Quizás mi relación con The Last of Us sea un reflejo fiel de lo complejos que son los vínculos humanos dentro del juego y lo representativos que son de los que se dan en la realidad: me flipa The Last of Us, solo que quizás no me sentía preparado para aceptar que siempre es un buen momento para volver a él.
En esta espiral de desconfianza, hice lo que suelo hacer siempre que me veo inmerso en un proceso similar: armo un muro entre el producto y mi persona para no dejarme llevar por el vaivén del hate/hype que tanto se respira en esta industria.
Hace unos meses fui invitado al evento de presentación de The Last of Us Parte I organizado por PlayStation y acudí a él como quien gira la cabeza hacia una llamada de la vida. Estando sentado allí, minutos antes de la presentación, el estómago se me empezó a poner del revés: no quería tener que rearmar la concepción que tengo de la saga otra vez después de lo mucho que viví con su segunda parte... no quería volver a The Last of Us. Pero entonces comenzó a envolverme una música que hacía tiempo que no escuchaba. Comenzó a sonar la guitarra de Javier Santaolalla interpretando el tema principal del juego y fue en ese mismo instante cuando todo cambió.
Quizás esta parte sea bastante más personal de lo que esperabais encontrar en este artículo, pero durante aquel evento no pude evitar sentir algo que me produjo una calidez que hacía tiempo que no sentía en esto de los videojuegos.
Cada uno de los que estábamos allí tenía su propia historia. Veníamos de sectores muy diferentes: páginas web, creadores de contenido, comunidades de fans. Y, sin embargo, la vida consiguió, de alguna manera que a veces me cuesta comprender, que todos nos uniéramos durante un par de horas en torno a algo que nos encanta: The Last of Us.
La historia de The Last of Us es tan compleja, está tan repleta de matices y cuenta con giros y recursos tan profundos que es una de las sagas que más conversación han generado en el sector en los últimos años. Y eso es lo más bonito de todo: ese diálogo lo establecen los que han jugado al juego; los que han visto como gira el mundo en torno a Joel y Ellie. Y, sinceramente te lo digo, es una conversación que no te quieres perder.
Quizás esperabais que hablase aquí de de los gráficos mejorados de este remake de The Last of Us o de lo bien que midió en su día Naughty Dog la cantidad de tensión que nos tenía que generar el juego, pero para mí The Last of Us son sus personajes pero, sobre todo, como pueden ser un espejo en el que mirarnos.
Es como el dicho que reza: miré a los ojos al abismo y este me devolvió la mirada. Solo que aquí el abismo es ese conjunto de verdades que The Last of Us nos lanza al pecho y que, en según que circunstancias, pueden ser difíciles de aceptar.
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