Me flipa Japón; esto es algo que sé a ciencia cierta pero, ¿cómo puedo sentir tanta afinidad por un país que no he pisado en mi vida? Quizás esta sensación se encuentre influenciada por la grandilocuente filosofía oriental de la que he bebido desde pequeñito de obras que proceden de su cultura como... Shin Chan o de, tal y como lo llamaban mis padres cuando por aquella época, ''el Songoku ese''.
Producciones que me fueron llevando de la manita por un mundo que hoy por hoy ha logrado que lleve tatuado en el cuerpo una espada en honor a Berserk y que pierda la cabeza cada vez que contemplo el despliegue de efectos y destellos que supone un combate de Kimetsu no Yaiba.
Es por ello que siempre que me enfrento a un videojuego de corte japonés lo hago con una sonrisa en la cara porque sé que solo hay dos consecuencias viables ante esta situación: que me haga evitar la ducha durante unos días por hacerme sentir como el mayor otaku del mundo o que su propuesta derrape hacia esa situación en la que uno piensa ''joder, cómo cuesta encontrar aquí algo de videojuego en tu japonesada y qué risas me estoy echando a costa de ello''. Por suerte, Tales of Arise es una de esas obras que me acerca más al primer camino.
La cosa es que Bandai Namco nos ofreció la oportunidad de jugar una demo exclusiva de Tales of Arise y, teniendo en cuenta que este pertenece a una de esas sagas por las que me fustigo constantemente al no haberme lanzado aún a disfrutar de su propuesta, la respuesta ante quién se animaba con la preview fue más o menos clara por mi parte: sujétenme el cubata, amigos, que voy con todo a lo que Tales of Arise tenga que ofrecer.
Resulta que todo lo que ofrecía esta preview de Tales of Arise consistía en una demostración de unos 30 minutos encaminada a que pudiera contemplar su sistema de combate de forma casi aislada. Principalmente porque todas las circunstancias de la prueba giraban en torno a conseguir dicho efecto: varios personajes jugables con los que completarla, un pequeño mapa repleto de monstruos a combatir y un enfrentamiento contra un jefe final para poner a prueba todo lo que tu cerebro había ido asimilando durante los primeros 25 minutos de juego.
Podría decir que el sistema de combate de Tales of Arise es generoso y engañoso a partes iguales: porque al principio no demanda mucho de tu habilidad para, más tarde, hacerte consciente de que aporrear botones contra un bicho que mide 10 metros más que tu protagonista quizás no sea la mejor de las ideas.
Los combos de Tales of Arise se yerguen en torno a aquel tipo de sistema que ya hemos podido ver en otros muchos videojuegos: un botón para el ataque normal y una serie de comandos con habilidades especiales de cada personaje que, además, pueden combinarse dando órdenes a los aliados que nos acompañen para hacer ataques conjuntos, de esos en los que el juego tiene la generosidad de detener todo por completo por unos instantes para terminar con una combinación de golpes representada en una escena que roza la epilepsia.
Han sido muchas las veces en las que he tenido el móvil en la mano con el 112 marcado por miedo a que mi cerebro fuera incapaz de asimilar tango fogonazo y acabase en el suelo de mi casa echando espuma por la boca (porque pobre de aquel que luego tuviera que fregar todo el estropicio). Y, si digo esto, es porque la espectacularidad de los efectos visuales y sonoros que Tales of Arise despliega en cada enfrentamiento provocaron que el alma se me saliera por la boca y emitiera un grito ahogado al ser incapaz de soportar tantísima adrenalina. Todo ello con la puerta de mi habitación cerrada para que mis compañeros de piso no se montasen una película rara en la cabeza sobre lo que podría estar ocurriendo en el cuarto.
¿Estuve ante una demo que no me permitió ver casi nada de Tales of Arise más allá de su sistema de combate? Sí. ¿Fue suficiente como para que quiera ir con los dientes a probar más del juego la próxima oportunidad que se me plante en la cara? Por supuesto.
La conclusión que saco de todo esto es que, si Tales of Arise logra armonizar el resto de sus partes jugables en torno a lo que todo el mundo espera de un buen JRPG (como ya pude intuir en el escaso vistazo que pude echar a su sistema de habilidades, de bufos a raíz de un sistema de cocina e ingredientes y de las opciones de explorar zonas secundarias en el mapa), lo cierto es que no me preocupa lo más mínimo entrar a ciegas en una propuesta de la que solo he podido ver cómo se reparten las tortas. Porque eso me basta para que en mi cabeza predomine un único pensamiento: que viva Japón, o más bien los japoneses que con tanto empeño nos han metido en la cabeza la idea errónea de lo que creemos que es Japón.
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