Benioff y Weiss están dando respuesta a todas las pretensiones de los fans, pero quizás no de la forma que querían. Con tan solo 8 episodios por delante, los showrunners apostaban por un clímax anticipado, y un giro de los acontecimientos que precipitaba a "Juego de Tronos" a la premura y la improvisación. Las narrativas ahora vuelven a confluir en un estilo familiar para los espectadores de las primeras temporadas, pero las heridas de la guerra no terminan de sanar.
La alianza para salvar el norte de los Caminantes Blancos se empieza a resquebrajar cuando aplican las leyes de Poniente. Vuelven a aparecer los intereses políticos, los favores personales, y sí, las traiciones. David Nutter, quien ya dirigiera la famosa "La lluvia de Castamere" repite la estrategia seguida en los dos primeros episodios de la temporada, y apuesta por un capítulo de transición que sirve para establecer el nuevo campo de batalla. ¿Cómo? Con fanservice, claro.
Esta crítica contiene spoilers
Esta semana la serie comienza llorando a los caídos en un solemne funeral liderado por Jon, y de ahí salta directamente a llorar sangre. "Todos en este mundo han contraído una deuda que jamás podrán pagar". Las palabras del bastardo son ciertas, pero quizás ni ellos sean capaces de corresponderlas. Y es que para mantener viva la memoria de los caídos, deberán conseguir limar sus diferencias internas., y ¿cuándo "Juego de Tronos" ha logrado esto? Exacto.
A corta distancia la serie se sigue mostrando complaciente para con el espectador. Nutter busca con inteligencia las escenas más jugosas; las miradas entre Brienne y Jaime, la proposición rechazada de Gendry a Arya, la confusión de Davos ante la desaparición de Melisandre. Todo va encajando con suavidad mientras pasan por pantalla lo que se espera que pase. En ese sentido no se puede culpar a Nutter. Tras una cruenta batalla, era necesario poner la mejilla para dejar respirar antes del siguiente asalto.
El problema es que el guion ya no se siente tan perspicaz como antaño, y la temporada no tiene espacio suficiente como para jugar a ser Maquiavelo. "Juego de Tronos" quiere volver a ser el "Juego de Tronos" que era hace 4 o incluso 5 años, obviando todas las decisiones que ha tenido que sobrellevar en estas dos últimas temporadas. Y claro, no lo consigue. El ritmo del episodio, tortuoso pero acelerado, solo logra generar una sensación de confusión caprichosa que no responde a las pretensiones del director.
Los sacrificios han sido demasiados como para ahora pretender que todo vuelva a la dinámica del pasado. La lucha por el Trono de Hierro ni encaja con el nuevo contexto de la adaptación, ni tiene el cuerpo suficiente como para mantener el interés que suscitaba la amenaza del Rey de la Noche. ¿Siete temporadas reiterando que lo único importante es defender el Muro, para ahora renegar de todo? Todo lo construido durante años se sacrifica en pos del espectáculo.
Y sí, claro que es satisfactorio ver a Daenerys ganarse el apoyo de los Baratheon al retirarle la bastardía a Gendry, y es imposible no sonreír al comprobar como Brienne y Jaime por fin rompen el hielo, pero ¿a qué coste? Los guionistas muestran su peor cara desterrando del todo a Bran de la serie con una escena casi vergonzosa, y resuelven el nuevo estatus de popularidad de Arya de la manera más vaga posible. Incluso las rencillas entre Jon y Daenerys terminan de forma previsible.
Todo esto dibuja un episodio farragoso y monótono que no comienza a despegar hasta que no regresa la acción. En esta ocasión Nutter cuenta con la luz del día (menos mal) para mostrar en carne y hueso la tiranía de Cersei. Se quita de en medio a Rhaegal casi de un plumazo -ya no sorprende a estas alturas-, y va poco a poco equilibrando la balanza en una guerra que parecía tener un ganador claro desde el comienzo de la pasada temporada.
Con Missandei secuestrada, Varys apostando por Jon en pos de proteger el reino, y el norte desligado de la posible futura reunificación por las diferencias entre Sansa y Daenerys ¿qué le queda a esta última? Si logra conquistar el trono, tendrá no solo que enfrentarse a Jon repitiendo los errores históricos de los Targaryen, sino además intentar convencer a un pueblo educado durante años para verla como una usurpadora. Quemar Desembarco del Rey comienza a ser una solución factible, y hasta Tyrion parece haberse resignado.
Quizás esa sea la única salida para todos. Los aires de cambio que prometían Benioff y Weiss con el desenlace se ha diluido del todo en un intento patillero de apegarse a unas dinámicas que ya no casan con la adaptación. "Juego de Tronos" no necesita volver a ser el pastiche de traiciones políticas y conspiraciones del pasado. Necesita dar respuesta a todo eso con emoción y coherencia. HBO se dejó esto último en Invernalia.
¿Qué queda ahora? Si todo sigue su cauce, Cersei le hará la de Robert a Euron -a quien parece no importarle nada- con su hijo, Daenerys quedará retratada como una digna sucesora del Rey Loco -puede que muerta en el proceso-, y Jon subirá al trono de Hierro cuando su hermanastra acabe con la antigua reina siguiendo la profecía de Melisandre. Este es el devenir natural y lógico de los acontecimientos, pero todavía quedan dos episodios para sorprender. O quizás esto ya no sea lo importante.
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