NieR: Automata es un videojuego que, desde el primer momento, dejó estupefacto a más de una persona con su presentación. No es para menos, un nuevo título de la saga suponía la posibilidad de volver a sentir unas emociones tan intensas y profundas como las que ya enseñó NieR en 2010.
La premisa de NieR: Automata es, a priori, la de un videojuego que simplemente quiere ofrecer al jugador entretenimiento basado en la lucha, en los golpes y, en raras ocasiones, en un ejercicio de emocionar a través de pequeñas situaciones. Y eso ocurre a priori, porque como ya es sabido por la mayoría de la gente y tal y como se advierte en su sinopsis, el videojuego necesita ser jugado tres veces para descubrir todos los entresijos que rodean esta magnífica producción, una que va más allá de lo que muestra en un principio; más allá de los golpes, las luchas y la extrema diversión.
No es que NieR: Automata sea ese videojuego que tiene a las redes sociales ardiendo por sus emociones a flor de piel, es que es el título que, sea por un lado u otro, te pilla con las defensas bajas y te ofrece un momento emocionante seas el tipo de persona que seas. Esto viene a decir que NieR: Automata es el título con el que una persona puede emocionarse fácilmente debido a su popurrí de sensaciones, a las diferentes opciones que ofrece para ejecutar esa emoción complicada de dar en un videojuego.
Como comentaba anteriormente, y sin incluir posibles spoilers, el título en su primera partida se centra en un objetivo claro: introducir los valores por los que se va a ceñir su guion en la segunda y tercera partida, y ofrecer al jugador la esencia más descafeinada del título centrándose más en entretener que en contar. La primera partida de NieR: Automata es una introducción al videojuego en todo su concepto; enseña primeramente las mecánicas y nos introduce a los personajes, combatimos contra jefes y se nos da una pequeña sinopsis de lo que está ocurriendo en ese momento a nivel histórico. Esto hace que el jugador primeramente se enfrente a un videojuego normal y corriente que, indudablemente, guarda matices de algo que se profundiza en las dos siguientes partidas.
Una vez que esa segunda partida está en marcha y el jugador se dispone a ejecutarla bajo el papel del personaje principal en este punto de la historia, se comprueba la vuelta a la tortilla y pasamos de estar en un videojuego más centrado a la diversión, en un videojuego donde se mezcla esto último con la profundidad emocional. Es en esta segunda partida cuando entra en juego un factor clave para entender el éxito emocional que guarda tras de sí NieR: Automata.
Resulta cuanto menos curioso que un título como este, donde la máquina es el principal eje por el que gira todo, guarde tras de sí tantísimos sentimientos que sentimos en la vida real los humanos. Recuerdo multitud de ellos en los que, de alguna forma u otra, el guion te ponía una lección delante de tus narices con unos simples párrafos; lecciones que van desde la fe religiosa y la perdida de ésta con sus consecuencias mortales, hasta la ignorancia como método de éxito o la belleza como intento de solución a un problema. NieR: Automata es, sin lugar a dudas, un videojuego que enseña, educa, da lecciones y ofrece un argumento que sorprende cuando parecía que ya estaba todo visto.
Es en su humanidad donde reside la magia, más allá de que el juego sea divertido y tenga un diseño que, personalmente, me ha llamado la atención. Esa magia se puede consumir en una persona cuando en el propio videojuego se habla de un sentimiento de unidad, de crear una familia, o de incluso sentir lo que es el amor, pero puede aflorar en esa misma persona cuando se habla de la pérdida o de la lucha por un sueño. La emoción—e incluso el llanto—suele estar presente en cada paso que damos y,
como la propia vida, hay momentos en NieR: Automata que encajaran más con nuestra forma de ser y momentos en los que nuestra indiferencia esté presente. A modo personal he ido compartiendo la experiencia con un amigo que ya había acabado el juego y hay momentos en los que hemos compartido sentimientos diferentes dependiendo de las situaciones que se nos ofrece: ese sentimentalismo distinto sigue una ruta lógica y lleva al jugador a descubrir lo rico y atractivo que es el mundo que se nos ofrece en este videojuego.
Está clara que una de las mayores lecciones que se encuentran en NieR: Automata es precisamente la concepción de cómo se nos ofrece el sentimentalismo humano en bandeja con sus pros y sus defectos, pero lo hace a través de simples máquinas que, en un principio, no deberían sentir los valores que sí sienten los humanos. El valor de la amistad, del compañerismo, de la familia, del amor, de la esperanza, de la lealtad e incluso de la comunión con la naturaleza a través de los ojos de una máquina naturalista. NieR: Automata es también eso, una crítica dura a la sociedad y al comportamiento que tiene el ser humano con sus semejantes o con el propio mundo que los rodea.
Eso es NieR: Automata al fin y al cabo: la humanidad convertida en máquina, la máxima expresión de cómo un videojuego puede ofrecer tanto contenido filosófico en unas 37 horas de duración.
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