Netflix no es precisamente el adalid de los buenos remakes o reboots, pero contra todo pronóstico, esta vez sí ha dado con la tecla. Aunque habían pasado ya 15 años desde el final de la serie original, la comunidad de fans de Sabrina se tomó el anuncio del reinicio como cabría esperar; escepticismo y mucha paciencia. Sin embargo, a diferencia de otros muchos proyectos que solo nacen auspiciados por el color verde, en esta ocasión había una dirección y un propósito. Roberto Aguirre-Sacasa venía de arrasar con "Riverdale", y sabía desde el principio qué quería hacer con "Las escalofriantes aventuras de Sabrina", y cómo usar las cartas que tenía en su baraja para fraguar una de las mejores series de todo el año.
Regresar a Greendale requiere olvidar todo lo que sabemos del personaje y entender que estamos ante una serie situada en un universo con unas bases ya asentadas. Esta nueva Sabrina no es una adolescente con apariencia de veinteañera que habla con su gato y le ríe las gracias a sus tías. La oscuridad lo ha cubierto todo acercando al personaje al tono y el carisma que instauró el propio Secarra en los cómics hace unos años. La luz de antaño se ha perdido en favor de un contexto mucho más serio que permite navegar por un mundo profundo y lleno de matices. Cualquier parecido con la serie original es coincidencia, y precisamente eso constituye uno de los mayores aciertos de esta historia de coming-of-age.
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Pocos días antes de su 16 cumpleaños, Sabrina Spellman debe decidir si firmar en el Libro de la Bestia para vender su alma a Satán, o continuar con su vida de humana. De un lado de la balanza pesa una tradición familiar y el deseo de sus fallecidos padres, y de la otra un novio, unos amigos, y una feliz vida de instituto. Sabrina sin embargo, como medio humana y medio bruja que es, decide seguir su propio camino haciendo que el mundo mágico y el mundo mortal colisionen con consecuencias desconocidas. Greendale se convierte en un escenario lleno de eventos paranormales y peligros a los que la bruja tendrá que hacer frente para proteger a sus seres queridos.
Aunque muchos la recuerdan por ser la hija de Don Draper, durante los últimos años Kiernan Shipka ha ido acumulando la experiencia necesaria para enfrentarse a su primer papel protagonista. Para ella Aguirre-Secarra tenía preparado un personaje fuerte, justo y carismático que nada tiene que ver con la bruja original. Sabrina es una de las protagonistas mejor construidas y con más presencia de la última década televisiva, y ello se debe gracias a un guion que, a pesar de recurrir a clichés en determinados momentos, no flojea en casi ninguno de sus frentes. Los diálogos de los personajes han virado del humor ácido a la seriedad, ganando en el proceso más dobles sentidos e intencionalidad. Lo que ayuda mantener la fuerza del mensaje en un planteamiento que no para de extenderse a lo ancho.
Los primeros compases de la historia comienzan trazando una línea divisoria muy clara entre la casa, donde Sabrina convive bañada por completo por el mundo de las brujas y sus tradiciones con sus tías Hilda (Lucy Davis) y Zelda (Miranda Otto), y el instituto, donde Secarra plantea un escenario muy clásico de personajes clichés que funcionan muy bien en favor de esa dualidad entre mundos. Ambas secciones hablan lenguajes distintos y se expresan de forma distinta, pero confluyen en el interior de la protagonista creando una lucha muy interesante. A los dilemas de propios de la adolescencia -novio, amigos, popularidad- se suma la presión por cumplir las altas expectativas que dejó su padre para ella en la Academia de Artes Ocultas. La serie salta de un escenario a otro propiciando una dinámica que ayuda a esa inmersión de los primeros episodios.
Se puede entender como un engaño lo que el showrunner hace con la distribución de la trama, pero en realidad cumple con su trabajo. Y es que "Las escalofriante aventuras de Sabrina" está formada casi por dos series distintas; la de los tres primeros episodios, y la de los siete restantes. El dilema del cumpleaños y la elección es simplemente brillante, deja un arco lleno de tensión que absorbe por su fuerza y por lo atractivo de la premisa. Sin embargo, cuando pasamos de este punto, la historia parece buscar asiento perdiendo toda su fuerza. Por suerte, en este momento ya conocemos tanto a los personajes que es difícil desengancharse del universo de Greendale. Esto podría ser un grave problema para cualquier serie, pero el director dibuja de manera tan redonda a sus personajes que no necesita siquiera de una trama para mantener el interés.
Zelda, Hilda, y Sabrina parecen encajar como si fueran piezas de un puzle. Aunque las dos primeras ya no cuentan con personalidades tan exaltadas como en la serie original, sus perfiles se mantienen en un esquema parecido. En esta ocasión Zelda es mucho más seria, agresiva, e incluso cruel de lo que se la recuerda, mientras que Hilda muestra un perfil más tímido y reservado. Sería complicado que Sabrina funcionara del todo en esa casa, y por eso Secarra incluye una sorpresa que pone el mecanismo en funcionamiento. Ahora la familia Spellman también cuenta con la presencia de Ambrose, el primo de Sabrina. Un personaje pícaro y muy amable que termina sirviendo como principal punto de apoyo para la joven bruja, y que desplaza al hueco de Salem. El gato ahora no habla, y es presentado como un “familiar” que protege a la protagonista en situaciones de peligro. Casi no se le ve el pelo.
Cuando salimos de la casa la serie opta vestirse de clichés. La vida en el instituto, y todas las sub-tramas que allí se desarrollan siguen los patrones de las últimas producciones enfocadas a adolescentes. La profesora misteriosa, el director injusto, el bullying… Todos los temas desentonan con el aire espectral general de la ficción, hasta que entra en escena Sabrina. Es aquí donde el showrunner dibuja más a la bruja, y muestra con más claridad su lado humano. Su relación con Harvey (Ross Lynch) y con sus amigas tienen mucha presencia en la historia, y aunque no brilla por su originalidad, tanto las actuaciones como las lecciones que extrae Sabrina de sus incursiones estudiantiles, trabajan en favor de la trama principal. La tan temida sensación de relleno de las series Netflix es imperceptible. Y parte de la culpa lo tiene el oscuro ambiente general de toda la producción.
Puede parecer extraño, pero "Las escalofriantes aventuras de Sabrina" no echa en falta la sangre, las escenas llenas de violencia extrema, y los temas escabrosos. Que el satanismo esté presente en casi todas las conversaciones podría tener algo que ver. Si bien la serie se inventa sus propios conceptos, nunca termina de abandonar la iconografía y las leyendas que rodean a los demonios, al infierno, y a Satán. Puede que en ciertas ocasiones Secarra no se tome lo suficientemente en serio el universo que está creando, pero en términos generales la oscuridad nunca termina de desaparecer. Con episodios abarcando temas tan extremos como el exorcismo, el suicidio, o la muerte, era imposible que la luz de la serie original estuviera presente en esta nueva propuesta.
En cuanto a aspectos técnicos, Netflix da el do de pecho alejándose de la calidad de "serie b" que ha mostrado en otras producciones. Los efectos especiales, sin ser cinematográficos, son realmente convincentes, y los decorados contribuyen a transmitir esa sensación de Halloween perpetuo. Mención aparte merece la apuesta que hace el equipo por los prostéticos, presentes en la recreación de todas las criaturas infernales, y responsables del ligero tono noventero que parece querer trasladar la serie. Para los más nostálgicos pensar en "Buffy, cazavampiros" será inevitable, y lejos de ser un hándicap, estas máscaras y maquillajes proporcionan todavía más personalidad a la ficción.
La combinación de historia, personajes, y universo, hacen de "Las escalofriantes aventuras de Sabrina" una experiencia entretenida y muy enriquecedora. Resulta fácil perderse en el mundo que Secarra hereda de "Riverdale", y que aquí refina para crear una historia de adolescentes salpicada de slasher. Esta Sabrina es la heroína feminista, luchadora, y carismática que tanto hace falta en una televisión heredera todavía del status quo noventero. Una heroína que se funde con los mensajes, el ritmo, y el aire fúnebre que la serie presenta como proyección a una futura franquicia. Las brujas han vuelto por todo lo alto con un espectáculo que eleva el catálogo de Netflix hasta nuevas cotas de calidad, y que arroja algo de luz sobre la desgastada imagen de los reboots.
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