Crítica de Los niños del mar (Children of the Sea): De Miyazaki al surrealismo
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Crítica de Los niños del mar (Children of the Sea): De Miyazaki al surrealismo

Studio 4ºC teje una obra inabarcable que suscita sentimientos indescriptibles sustentados en el surrealismo de Igarashi

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Portada de Los niños del mar (Children of the Sea)
  • Fecha de estreno: 24/01/2020 (España)
  • Género: Aventuras / Fantasía
  • Productora: Studio 4ºC
  • Distribuidora: Selecta Visión (España)
  • Director: Ayumu Watanabe
  • Guionista: Daisuke Igarashi

Para lograr un buen resultado no siempre es preciso contar con los mejores. En el caso de "Los niños del mar" (Children of the Sea) la respuesta ha estado en el talento indicado; el único equipo posible que podía hacerse cargo de una de las obras más particulares y complejas tanto a nivel visual como narrativo de los últimos años. El estilo de Daisuke Igarashi imprimía unos estándares mínimos por los que debía discurrir cualquier intento de adaptación. Hecho que retrasaba la llegada del manga a televisión o cine durante muchos años. La obra se convertía en una de esas tareas pendientes anheladas por miles de fans hasta este mismo 2019, cuando Studio 4ºC emprendía la que muchos consideraron como una apuesta cinematográfica suicida.

Referente del fantástico, Igarashi se había labrado una posición única en la industria. Obras como "Little Forest" o "Hechiceras" denotaban su habilidad para indagar hasta lo más profundo del folclore, el surrealismo, y el mundo onírico que Studio Ghibli tan bien había sabido explotar durante las últimas décadas. No resulta extraño que el propio mangaka asegurara tener a Hayao Miyazaki, y "Mi Vecino Totoro", como grandes iconos de su carrera e idiosincrasia profesional. Y tampoco sorprende que esa misma fantasía embriagadora sea la carta de presentación de la película incluída en el último Festival de Sitges; un largometraje arriesgado y experimental increíblemente fiel al material original.

Magia de magos

Hablar de "Los niños del mar" es hacerlo del espíritu verde y naturalista de Ghibli, del detallismo artístico de Igarashi, y del efecto mágico que destilan los acordes de Joe Hisaishi. Solo Studio 4ºC podía juntar todas las piezas para extraer el mayor potencial del proyecto. Quienes antaño participaran en animes tan personales como "Mind Game", "Steamboy" o "Memories", saltan a una producción que sigue la línea empresarial de su trayectoria en el medio. Que sin buscar lenguajes comunes para encajar en un modelo comercial, persigue el viaje soñador de un mangaka arropado por el atractivo de lo desconocido. Quien sí sorprende en ese pastiche existencialista es Ayumu Watanabe, un cineasta enclavado en un estilo más convencional y efectista.

El director de varias películas de "Doraemon", y de la aclamada y elegante "After de Rain", se pone a la cabeza de este proyecto sin denotar su falta de experiencia en productos tan intimistas. Su trabajo, lejos de conducir a callejones sin salida, perfila una excelencia innegable en casi todos los apartados a los que se quiera prestar atención. Desde el ritmo, pasando por la composición, y llegando a la evolución de personajes; el aspecto más determinante de una cinta que tiende hacia el abstracto más absoluto según se aproxima a su desenlace. Watanabe no reniega de la complejidad que atesora el lore de la obra, y lo abraza fervientemente a expensas de dibujar una alta barrera de entrada para aquellos espectadores menos decididos a volcarse en la locura de Igarashi.

Los niños del mar

En busca del todo

"Los niños del mar" presenta una realidad pacífica conformada por individuos sustentados en matices y contradicciones. Los primeros compases de la cinta invitan a pensar en un ser humano en plena simbiosis con la naturaleza; el mar entra y sale de la Tierra, mientras nosotros construimos herramientas para extraer su poder. Nos beneficiamos económicamente, y convertimos su naturaleza en ocio. Este aparente equilibrio, sin embargo, comienza a desbaratarse poco a poco. La quietud y paz que transmite el primer tercio del metraje se ve invadido por una agitación caótica, que sustituye la luz y los colores encendidos, por los grises y la oscuridad. Bajo el agua todo se mantiene en concordancia, pues este es el origen de todo; de donde salimos y hacia donde nos dirigimos.

Igarashi acoge en su regazo el poder de la naturaleza, y lo antepone a todo. Como consecuencia, el ser humano queda relegado a una simple marioneta movida por los tejemanejes del destino. Ahora bien, el mangaka no se refleja en cualquier tipo de paisajismo, sino en el más primario. En esa corriente pictórica del Renacimiento Alemán que abogaba por lo cósmico y sublime, alejándose de la realidad humanista seguida por el costumbrismo y otros movimientos racionales. Aquí el mar es grandioso, inabarcable, hogar de secretos y misterios sobre el origen del universo. ¿No hay protagonistas? Sí, pero sus papeles están supeditados al determinismo que el autor abandera como punto de inflexión respecto a la arbitrariedad propia que se suele asociar a la naturaleza. La cinta es como consecuencia, imprevisible pero no aleatoria; tiene una meta hacia la que camina sin deshacerse de su misticismo, sin desprenderse de la fantasía más ambigua y espiritual.

Los niños del mar

De los sentidos a la emoción

Ruka, la niña protagonista, ejerce de conexión vital hacia ese espectador a punto de despegar, mientras que Umi y Sora son meras manifestaciones reconocibles del folclore hacia el que Igarashi mira para confeccionar la historia. Tras una introducción bañada en suspense y tensión, ambos componentes terminan confluyendo en un festival de luces, formas, y colores que bailan en un montaje caprichoso y sorprendente. Las profecías hacia las que caminan los niños provenientes del mar acaban por bañarlo todo de simbolismo y formas incomprensibles. Aún con todo ello, Studio 4ºC logra mantener el control del metraje, expresando una intencionalidad manifiesta durante las casi dos horas de versos narrativos y visuales. No supone una rebaja en la densidad de la película, pero sí la hace más digerible y disfrutable. Cosa a la que también contribuye el elemento más llamativo de la producción; su arte.

Kenichi Konishi factura el trabajo más destacado de toda su carrera, y no de una cualquiera. Este animador es el responsable de cintas como "Paprika" o "Millennium Actress", y de series como "Tokyo Godfathers". Es, no obstante, su extensísimo paso por la filmografía de Miyazaki lo que dispone una conexión temática y visual clara entre Studio Ghibli y “Los niños del mar”. Atestiguan clásicos de la talla de "El viaje de Chihiro", "La princesa Mononoke", "El castillo ambulante", "Pompoko", o "Ponyo en el acantilado". Todos ellos sustento artístico de la experiencia que Konishi emplea para cocinar el espectáculo visual de la adaptación de Studio 4ºC. Y no solo en lo referente al constante sakuga que impregnan los 40 minutos finales del metraje, sino también al fanatismo obsesivo por replicar las manías y particularidades del dibujo de Igarashi.

Los niños del mar

Myuki Itou es la segunda pata de la belleza hipnótica de la película. La responsable de la característica paleta de colores de "Tekkon Kinkreet", plasma aquí un cromatismo elegante capaz de seguir el delirio surrealista de la trama. Interpretando significados y significantes sin perder el preciosismo que desprende la fuerza de la naturaleza. En los momentos climáticos, su trabajo alcanza cuotas de calidad nunca antes vistas en la industria. Más si cabe que esta cinta es de por sí ya un caladero de hazañas inéditas en un medio anclado en soluciones probadas a la sombra del conservadurismo de los estudios. Y de esos mismos llega Joe Hisaishi, el emblemático compositor de Ghibli, que siguiendo la tendencia de Konishi, imprime un espíritu musical más que reconocible para los seguidores de Miyazaki. Su avanzada edad, y la cercanía de la jubilación no le impiden fraguar una banda sonora lírica, y un tema principal catártico.

Conclusión

"Los niños del mar" es tan bella por dentro como por fuera. Su cascarón exterior vende un relato que sin embargo, no todos serán capaces de apreciar. Una historia con grandes dosis de surrealismo que pone a prueba a la mente menos paciente, y que exige un gran esfuerzo de abstracción para no perderse en las profundidades del mar. La adaptación de Studio 4ºC se adentra en la complejidad de la obra de Igarashi sin renunciar a ninguna de sus particularidades. Acepta obstáculos y los eleva a un nuevo estadio artístico. Lo hace consciente de la complejidad que eso imprimirá al resultado final. Y aún así es imposible surcar estos mares sin sentir la sal en la piel, el sol en el rostro, y la emoción de adentrarse en una naturaleza tan magna como desconocida.


Los niños del mar (Children of the Sea)

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La magia y el surrealismo de Daisuke Igarashi llega a la gran pantalla con una adaptación hipnótica que baila entre el espíritu naturalista de Studio Ghibli y la más absoluta de las glorias. La historia de Ruka encandila y encarrila un festival de luces y colores que fragua una obra tan compleja como satisfactoria.

  • Un arte inconmensurable
  • Gran fidelidad visual y narrativa hacia el material original
  • Joe Hisaishi hace magia con la banda sonora
  • El hipnótico surrealismo de Igarashi en todo su esplendor
  • Trama extremadamente ambigua y abstracta
Duración: 110 min

Política de puntuación

Redactado por:

Criado y educado en la escuela de Ghibli. Emborrachado de anime, poco a poco abriéndome a otros sabores y colores.