Últimamente que un juego me enganche a unos niveles en los que solo pienso en echarle un rato cuando estoy haciendo otras cosas es como ver un unicornio: me apetece jugar a cosas, pero no suele haber muchas que se me metan en la cabeza para quedarse pegadas a las paredes de mi cráneo como un parásito que viva gracias a mi energía vital. Pero, qué casualidad, qué cosa del destino, que ha sido empezar el año y darme de boca contra uno de estos mismos; concretamente, contra un roquelike cuya existencia desconocía completamente.
Me flipa el género, esto es algo que ya he comentado en anteriores ocasiones. Tanto es así que en mi lista de top 5 juegos favoritos del año, raro es que no haya uno o dos roguelikes en ella. Y también me flipa encontrarme pequeñas joyitas por ahí que muy poca gente conozca y recomendarlas a los cuatro vientos para poder mantener el papel del colega cansino que todos tenemos que reivindican los indies por encima de todo. Pero vamos al lío, el juego del que te quiero hablar es este:
¿Deberías comprarte este roguelike? A mi me ameniza muchísimo los ratos muertos que tengo a lo largo del día. Pero os aviso de algo: es de esos juegos con los que, al cerrar los ojos al irte a dormir, los ojos te hacen chiribitas y forman imágenes de lo que has estado viendo en la pantalla... últimamente no veo más que gemas azules y esqueletos muriendo cada vez que me voy a la cama.
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