La casa del dragón me está encantando, aunque quizás estoy empezando a descubrir su único fallo: al avanzar tantos años, hay saltos temporales que nos sitúan en escenarios completamente opuestos a los anteriores, y cuesta volver a centrarse. Es lo que ha pasado con el capítulo 8 de La casa del dragón, un episodio claramente de transición que avanza la locura de 10 años, y nos presenta a una Rhaenyra y a un Daemon Targaryen que han cambiado tanto como cualquiera lo haría en esa brecha.
Atención: En esta crítica, voy a intentar hablar con el menor número de spoilers posibles. De todas formas, recomiendo leerla una vez hayas visto el capítulo 8 de La casa del dragón.
Con un nuevo salto temporal, de nuevo se hace necesario ver el árbol genealógico de La casa del dragón para enterarte bien de quién es cada hijo. No solo para este detalle: también para comprender cómo se van forjando alianzas y estrategias que serán claves para el devenir de la Danza de los Dragones.
Por cierto, me ha sorprendido un detalle: Aegon Targaryen ha crecido tanto, que no parece ni él. Si bien las caracterizaciones de personajes como Rhaenyra o Alicent han funcionado cuando se ha cambiado de actriz, en este caso se ha errado. Despista muchísimo que Aegon parezca un personaje completamente nuevo.
A pesar de todo, el capítulo 8 de La casa del dragón funciona gracias a un ritmo brutal: incluso en momentos de conversaciones políticas y de escasa acción, el guion sabe qué contar (y cómo). Porque al final, la serie de HBO Max es como el libro Fuego y Sangre de George R.R. Martin: no se trata de contar una historia lineal, sino de ir profundizando en determinados momentos concretos de una dinastía como la Targaryen que se enfrentará en una importante guerra civil muy pronto.
Tampoco me olvido de la tensión, el otro aspecto que ayuda a mejorar el ritmo de La casa del dragón incluso en capítulos como este en los que la historia avanza de forma lenta. Se palpa en el ambiente que hay una patata caliente que va a explotar dentro de nada, y los silencios, combinados con la magnífica banda sonora, ayudan a comprender que la situación es alarmante.
Cada vez tengo más claro que el final de la primera temporada de La casa del dragón nos deje con la miel en los labios: explotará la Danza de los Dragones, ese conflicto entre Rhaenyra y Aegon Targaryen que dinamitará la dinastía desde dentro, pero no seremos testigos de su desarrollo hasta finales de 2023, o principios de 2024. Y no es problema de lo rápido o lo lento que avance la serie: sus responsables han decidido que sus diez primeros capítulos sean de presentación. Y con el octavo, hemos sido testigos de un episodio de transición que demuestra que se puede aliviar la carga dramática, sin caer en ritmo.
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