Mientras jugaba a Cadence of Hyrule para preparar este análisis, me resultaba curioso pensar en que, a pesar del creciente esfuerzo de nuestro sector por darle un mayor protagonismo, las bandas sonoras de los títulos que jugamos siguen contemplándose como un elemento secundario de los mismos. La música de nuestros viajes digitales queda opacada por otros aspectos como el apartado gráfico o el jugable, y solo nos fijamos en ella o bien cuando nos impresiona una pieza en concreto o cuando hemos acabado la partida y queremos volver a experimentar ciertas sensaciones sin necesidad de jugar de nuevo.
De esto último, sin embargo, no hay duda alguna: la música posee una alta capacidad evocativa; pero, ¿qué ocurre cuando pasa a formar parte de la jugabilidad como una mecánica principal? Esta es una de las preguntas que Brace Yourself Games trató de responder con Crypt of the Necrodancer y que, en esta ocasión, ha intentado plantear a una de las franquicias que más alejadas se encuentran de lo independiente por su presupuesto y por su tradición histórica: The Legend of Zelda. ¿Qué tal le ha sentado a la mítica saga de Nintendo fusionarse con una propuesta diferente y arriesgada? Cadence of Hyrule es la respuesta a todo esto y te invitamos a descubrirla en las siguientes líneas.
Cadence of Hyrule posee una premisa básica y bastante clara: hacer girar el denso universo que ofrece The Legend of Zelda en torno a una mecánica jugable; concretamente, la de desplazarnos por el escenario y atacar a los enemigos siguiendo el ritmo de la pieza musical que esté sonando en el momento. Es decir, deberemos apretar el botón correspondiente justo cuando se escuche el bombo de la canción que esté sonando.
Normalmente, resulta sencillo acostumbrarse a esta mecánica cuando llevamos unas horas jugadas, dado que, a pesar de la gran variedad de remixes de los diferentes temas de The Legend of Zelda que sonarán, lo cierto es que todos contarán con un ritmo casi idéntico a nivel de percusión. Sin embargo, Cadence of Hyrule posee una serie de ayudas que harán la vida más fácil al jugador, tanto si quiere amoldarse a la dinámica de seguir el ritmo como si prefiere jugar sin hacerle ningún caso.
Con respecto a esta primera situación, el propio juego lanza nada más ser iniciado un menú para ajustar la latencia que existe en cuanto al sonido y la imagen. Es decir, para calcular el tiempo que pasa desde que pulsamos el botón correspondiente hasta que percibimos una señal sonora o visual. Un ajuste que sirve para demostrar que Cadence of Hyrule es plenamente consciente de lo imperativo que es contar con un sistema de control pulido y, sobre todo, guardar coherencia con su principal propuesta.
No obstante, también ofrece una alternativa a aquellos jugadores que quieran explorar el título sin necesidad de estar atado a la banda sonora, ya que permitirá una opción de movimiento libre que eliminará esta dinámica por completo. Y, si bien es cierto que esto es algo que puede convertir a Cadence of Hyrule en un título más accesible para todo el mundo, en realidad es una opción que le resta carisma a la propuesta de Brace Yourself Games.
La principal razón que se esconde tras esto último consiste en que nos encontramos ante uno de esos títulos que, dadas las condiciones que plantean, invitan al usuario a jugar lo mejor posible. Una situación que se vería impulsada ya no solo por mecánicas concretas, sino por una cuestión meramente instintiva y que tiene que ver con lo que está suciediendo en el aquí y en el ahora: pulsar el botón de ataque o movimiento cuando toca proporciona altas dósis de placer y, en cambio, hacerlo cuando no toca rompe ese patrón sinérgico tan agradable entre el ritmo que estamos escuchando y las acciones visuales que llevamos a cabo. O, dicho de otro modo: corta el rollo y resulta frustrante.
Nada más terminar el tutorial, Cadence of Hyrule te propone elegir entre Link y Zelda (ambos contarán con una serie de habilidades diferentes, lo cual aumenta la rejugabilidad) antes de salir al mundo que se nos plantea en el juego. Este generará un escenario fijo con numerosas zonas para explorar a las que podremos acceder desde los primeros compases del título. De esta manera, el escenario se dividirá en múltiples áreas que contarán con un gran atractivo ya no solo porque ofrezcan lugares icónicos de la saga The Legend of Zelda, sino porque, al limpiarlas de enemigos, nos proporcionarán diferentes recompensas con las que mejorar nuestras posibilidades de sobrevivir.
Toda esta sensación de aventura se ve potenciada por la idea de que esa exploración de niveles es completamente libre. La misión principal que nos muestra el título será acceder a cuatro zonas que no sabemos donde están y que no se encuentran señaladas en nuestro mapa por ningún tipo de indicador (aunque existe algún que otro objeto que nos hará la vida más fácil). Eso sí, Cadence of Hyrule cuenta con una forma de orientar al jugador algo alternativa y que se encuentra de moda en el sector: observar cómo de difíciles son los enemigos que encontremos en una zona concreta para valorar si seguir por ese camino o elegir una ruta distinta. Todo ello logrando que la exploración del mapeado se convierta en una misión más en sí misma.
Para generar una sensación de progresión y hacer que el orden en el que exploramos dichas zonas guarde un sentido, Cadence of Hyrule utiliza diversos sistemas de objetos que, en ciertas situaciones, aportan una parte importante al diseño de la curva de dificultad del título y, en otras, generan pequeñas fricciones que, si bien no empañan la notable experiencia que ofrece el juego, lo cierto es que no se encuentran todo lo bien resueltas que podrían.
Comenzando por los que forman parte del grupo bien ejecutado, nos encontramos con un sistema de inventario casi idéntico al que vemos en cualquier otro The Legend of Zelda: en el menú de pausa, contaremos con una sección en la que tenemos a nuestra disposición todos aquellos objetos importantes que obtengamos en la aventura. Y, precisamente, la variedad de los mismos no podría ser mayor, puesto que irán desde el clásico escudo con el que protegernos del daño hasta el arco con el que atacar a distancia, pasando por otros ítems míticos de la saga que no desvelaremos aquí para no reventaros las sorpresas. Sin embargo, lo que sí podemos decir es que estos objetos se presentan en el juego para crear una experiencia muy similar a la de la franquicia de Nintendo, dado que habrá ciertas zonas o puzles que solo podremos resolver haciendo uso de aquellos cacharros que hayamos encontrado previamente.
Pasando ahora a explicar las fricciones mencionadas un poco más arriba, es en los otros dos conjuntos de objetos donde encontramos las principales pegas de Cadence of Hyrule. La cosa es que, además del inventario fijo en el que se almacenan los ítems permanentes y más relevantes, existe otro dedicado a aquellos que se gastan con el uso. Así, el principal problema que hay en torno a esto reside en que, mientras que algunos de estos objetos consumibles resultan altamente útiles y relevantes en la jugabilidad, otros poseen unos efectos que son casi imperceptibles en la misma. Algo que puede llegar a generar una experiencia en la que el jugador no se preocupe por los que coge y los que no, sino que ni siquiera tenga que pararse a pensarlo porque no proponen variaciones importantes en el gameplay.
A esto se le suma un tercer sistema de economía interna de la obra en el que, tras superar los combates, obtendremos dos tipos de moneda: las rupias y los diamantes. Ambas servirán para comprar objetos en las tiendas, aunque las primeras se obtienen al matar enemigos y destruir objetos del entorno y las segundas al limpiar una zona de criaturas. Y, teniendo en cuenta que la fluctuación de ambas depende de las veces que muera el jugador (dado que las primeras se pierden y las segundas se pueden gastar en una tienda especial que aparece al resucitar) lo cierto es que pueden llegar a conformar un sistema bastante desajustado si el usuario es eficaz en sus movimientos y falla en escasas ocasiones.
En la experiencia personal vivida para realizar este análisis, la muerte solo nos afectó en una ocasión. Lo que provocó que el uso de los diamantes y las rupias dejase de formar una parte importante de la ecuación; sobre todo porque llegó un punto en el que la cantidad de rupias que conseguíamos era mayor a las que gastábamos, y porque no tuvimos la posibilidad de gastar todos los diamantes que nos hubiera gustado.
Aun así, y más allá delo discutido en este análisis sobre lo jugable, lo cierto es que Cadence of Hyrule encuentra una de sus mayores bazas en un elemento prestado: la maravillosa esencia mitológica de The Legend of Zelda. Y es que todos los elementos de la franquicia de la Gran N están presentes: personajes reconocibles, localizaciones propias, objetos característicos, situaciones representativas y un largo etcétera que no desvelaremos aquí y de los que no pondremos ningún ejemplo. Principalmente, porque los mejores momentos que aporta Cadence of Hyrule tienen que ver con esas situaciones en las que aparece algo dispuesto a revolver nuestro inconsciente más nostálgico con el pensamiento de: ''¡Anda!, pero si esto es...'', por lo que sería una pena contaros en qué consisten los regalos antes de que lo descubriéseis por vosotros mismos.
Todo ello para generar una experiencia en la que se compensan con creces los esfuerzos de los usuarios más aventureros mediante numerosos múltiples guiños y referencias hacia la franquicia de la trifuerza. Sin embargo, esta comparte tanto de sí misma en este cross-over que hace que Cadence of Hyrule no sea tan sólo un homenaje, sino que se construya como una entrega más de The Legend of Zelda con todas las de la ley. Algo que genera un llamativo contraste entre estar jugando a algo tremendamente familiar y, al mismo tiempo, a un título diferente y único en su especie.
Cadence of Hyrule se encuentra en el lugar perfecto en el que ambas franquicias que conforman el cross-over se muestran tremendamente generosas la una con la otra. Así, mientras que Crypt of the Necrodancer propone un sistema jugable que convierte al aspecto sonoro en uno de los principales protagonistas, The Legend of Zelda aporta un escenario y un contexto único en el que experimentar con todo ello. La obra destila material nostálgico por todos sus poros, culminando en una banda sonora compuesta por remixes de las piezas musicales de la saga de Nintendo más reconocibles que, de ser pinchadas en una discoteca, me harían salir más de casa para adentrarme en el folklore nocturno sin muchos miramientos.
De esta manera, Brace Yourself Games ha mostrado con su obra no solo que saben tratar con sumo respeto a uno de los grandes estandartes de la industria, sino que la saga The Legend of Zelda posee una gran flexibilidad y una capacidad inherente para desarrollar su propuesta desde otros puntos de vista y perspectivas.
El denso reino de Hyrule (con sus mazmorras, secretos y jefes finales) se pone a merced de una mecánica rítmica que sirve para alinear los latidos de cualquier corazón nostálgico y que, al mismo tiempo, genera un irremediable cosquilleo en el cerebro cada vez que seguimos correctamente los compases del mismo. Todo ello para crear una de esas maravillosas rarezas que surgen una vez cada muchos años en la industria del videojuego. ''Tremendo cumbión'', tal y como suele decirse ahora.