Los extremos nunca son buenos; ni en política, ni en cuestiones personales, ni en la creación artística. Mucho menos cuando la intensidad no va destinada a procurar mensajes o intenciones, sino simplemente a convertir los medios en fines. Michael Bay tenía la primera carta blanca real de toda su carrera gracias a Netflix y a 150 millones de dólares que no iba a desaprovechar para demostrar hasta dónde se puede estirar el denominado bayhem. El resultado de esa propuesta es ruidoso, estrambótico y deleznable en muchos sentidos; un espectáculo audiovisual valorable -postrando halagos merecidos- desde lo técnico, pero abierto a un destripe más que sencillo desde el resto de apartados más narrativos y subjetivos. "6 en la sombra" es el culmen de una fórmula, y como tal, se puede analizar siguiendo una carta de navegación probada y manoseada hasta el delirio durante una década.
En una Hollywood abierta a transiciones, a asimilar el cambio cultural, y a huir de estereotipos e imágenes maniqueas, esta película solo se puede entender como un derroche de dinero voluntario. Un paso que los de Reed Hastings han dado conscientes de las contras, y también del prestigio que proporciona a su catálogo el nombre del cineasta en cuestión. Desde Bay, todo fluiría hacia el montaje de un mercadillo rimbombante de caras y lugares conocidos. Ryan Reynolds no tardaba en subirse al barco pensando encontrarse con otra comedia autoconsciente cocinada por los artífices de la marca Deadpool. Y ni siquiera él se percataba de que lo que estaba rumiando el cineasta era un delirio en su sentido más literal.
Salvadores del mundo
Un millonario con afán de superhéroe decide abandonar el mundo para salvarlo desde los márgenes. "Uno" (Reynolds) finge su muerte y emprende la misión de formar a un equipo de nihilistas cansados de luchar; otros cinco individuos que también quieran abandonar todo y a todos, para poner sus habilidades al servicio de una utopía consciente. Así pues, el conductor introvertido, el acróbata independiente, la médico prepotente, la sexy pero letal asesina, y el mercenario rudo y varonil, se unen en un grupo fantasma que persigue mafiosos, genocidas, y poderosos con ambiciones totalitarias. Este simple planteamiento ya supone aceptar un cóctel de clichés casposo solo apto para el paladar más complaciente. El director lo sabe, y lo aprovecha potenciando todo lo posible las señas de identidad propias. Con un guion torticero y casi inexistente, múltiples escenas vergonzosas, y un montaje más enfocado al ensalzamiento propio que a la transmisión de idea alguna.
En la saga Transformers, Bay se veía constreñido por los deseos de Paramount, y no era capaz de satisfacer todos sus intereses cinematográficos. Había cierto componente narrativo, un sentido y coherencia de obra, y un acabado comercial estandarizado. Con "6 en la sombra" todos esos límites desaparecen, dejando florecer lo peor (o mejor) del bayhem. Todo elemento cae bajo un mismo patrón de simpleza que hace imposible saborearlo más durante más de un segundo. De ahí que los protagonistas, con más o menos tiempo en pantalla, no pasen de macguffings al servicio del espectáculo. No hay posibilidad de conectar emocionalmente con nada ni nadie porque las situaciones son tan surrealistas, que la única forma de acercarse a la cinta es desde “el todo vale”. Ese apagado de cerebro al que se alude con productos destinados al entretenimiento ligero, que si bien funciona durante el primer tercio de metraje, se hace imposible de mantener durante más de dos horas de adrenalina desbocada.
Espectáculo para vegetativos
Bay no tiene intención de profundizar en nada, y lo deja patente desde el primer minuto. La cinta en su conjunto está rodada con primerísimos planos, montajes frenéticos, y un movimiento de cámara que termina mareando. Esta disposición de técnica se entiende en momentos de acción intensos, pero no en conversaciones pausadas. Caso omiso; lo mismo da que Uno y el resto del grupo esté analizando la situación para intervenir en un país de Oriente Medio, que esté escapando de un rascacielos repleto de mafiosos. Cada toma está pensada para ser leída desde las tripas, para transmitir sensaciones y no mensajes. Esta propuesta tan extrema sorprende durante una de las aperturas más increíbles de los últimos años; una persecución por las calles de Florencia que no parece tener fin. Coches volando, explosiones por doquier, y muertes de lo más sangrientas. El dibujo es prometedor, pero el armatoste comienza a desmoronarse cuando el guion intenta contar algo.
La trama principal va tal que así: un dictador ha proclamado un golpe de estado en un país árabe ficticio, y está sembrando el terror entre la población con ataques de gas. Su hermano, una figura política más cercana a la democracia, ha sido desterrado del lugar. El grupo intentará secuestrar al susodicho, para iniciar una suerte de primavera en la nación, y obligar así al gobierno impuesto a disolverse. Es un planteamiento mil veces visto, y sencillo de efectuar. Sin embargo, el director toma las rutas más tediosas para llegar hasta ahí. Tan pronto avanza la trama de forma acelerada, como se enreda en secuencias personales que no aportan nada al conjunto. No es extraño que el ritmo, tan bien mantenido en la franquicia de los mechas, haga aguas por todas partes. Que los flashbacks de unos protagonistas unicelulares, no sean más que torturas para el espectador. Y todo para qué ¿para disfrutar de unos fuegos artificiales que ni siquiera brillarán desde una televisión o una tablet? La película es dependiente del formato, y Netflix no ofrece el más óptimo para grandes despliegues técnicos.
Conclusión
"6 en la sombra" es una sucesión de tráileres sin dirección ni intención. Bay, como un niño con un crédito infinito, se limita a cumplir sus sueños más húmedos. A mirar hacia arriba sin tener en consideración que está tejiendo una superproducción de altísimo coste. El bayhem se entiende dentro de un contexto en el que cumple una función determinada; reforzando otros apartados y sirviendo como punto de fuga para ciertas tensiones dramáticas. Convertir la totalidad de una producción en ese pastiche de testosterona tiene consecuencias claras, y ninguna va en favor de aquel que busque algo que ruido.
Michael Bay firma la película más personal e identificable de toda su carrera; un espectáculo de fuegos artificiales sustentado en un presupuesto desorbitado. La suspensión de incredulidad se hace así requisito imprescindible para aceptar la ausencia absoluta de personajes, guion y coherencia. Los clichés, el patriotismo y el sexismo, eso sí, soportan una experiencia disfrutable desde lo técnico.
Coreografías de combate complejas y satisfactorias
Valores de producción pocas veces vistos en superproducciones
El pulso de Bay para rodar las secuencias de mayor intensidad
Guion inexistente
Personajes ridículos y olvidables
Multitud de momentos racistas y sexistas
Solo se disfruta plenamente en una pantalla de cine