Hace 45 años, la Transición taponó unas heridas que, sin embargo, nunca se cerraron y que a día de hoy están más presentes que nunca. Entre debates sobre exhumaciones, bloques y (des)uniones del país, Alejandro Amenábar ha querido sumergirse en la raíz primigenia del conflicto. "Mientras dure la Guerra" se sitúa en el estallido de la contienda, en la Salamanca de 1936. Y todo ello a través de los ojos de don Miguel de Unamuno.
La espectacular premisa, sin embargo, resulta ser el enfoque máximo de la película. Una idea con potencial para ramificarse en facciones tan dispares como un homenaje a la obra de uno de los escritores más ilustres que ha dado nuestro país; o el retrato y análisis de esas hermanas, las dos Españas, enfrentadas aún a día de hoy . Al cineasta solo le preocupa la visión del literato, un planteamiento mucho más sencillo y menos arriesgado que, por otra parte, también otorga a la película su punto fuerte, la figura de Unamuno.
Los personajes se imponen al resto
No cabe duda de que el escritor de Niebla es uno de los mayores mitos de la historia reciente de España, así como uno de los más grandes de toda su literatura. Sin embargo, Amenábar lo desprende de ese aura tan estoica que se imprime a los más ilustres para mostrar su lado humano. Unamuno erró, no quiso ver que la prometida libertad no era más que la mascarada tras la que se escondía el fascismo. Pero también se arrepintió. La compleja personalidad del escritor, tan cambiante y llena de contradicciones, queda perfectamente plasmada en un ejercicio de interpretación excepcional a cargo de Karra Elejalde. El actor carga en sus hombros el peso del filme de manera soberbia evitando que naufrague en el espesor de su relato.
Una extraordinaria actuación que se ve acompañada, además, de un excesivo y temible Eduard Fernández como José Millán-Astray, y de un sorprendente Santi Prego que deja una versión muy particular de Francisco Franco. Alejándose de esa impetuosa y visceral figura dictatorial que maneja el imaginario colectivo, el director diseña un personaje frío, calculador e inteligente que, bajo la apariencia de un “pobre hombre”, teje los cimientos sobre los que se asentará durante 40 largos años.
El cineasta confecciona así unos personajes a los que mueve como figuras de ajedrez en el bello tablero que le ofrece la ciudad de Salamanca. Una localización fascinante que se convierte de forma muy evidente en el mejor reflejo de ese amor que le profesaba Unamuno. Sus imponentes edificios, sus laberínticas calles medievales, los infinitos campos castellanos que la rodean... El escritor vasco depositó su alma en aquel escenario, y Amenábar hace lo propio con su película vanagloriándose de una sutil banda sonora y una fotografía que en muchas ocasiones parece buscar la mejor postal.
Villanos y banderas
Bajo la atenta y confusa mirada de Unamuno, "Mientras dure la Guerra" trata de dejar un retrato imparcial de las dos Españas entre las que se mueve el escritor mediante juegos de banderas, melodías y diálogos. Un trasfondo en el que prefiere no posicionarse, dando a entender que los hechos son capaces de hablar por sí solos. Una treta cinematográfica que a base de conjugar los recursos de los que dispone nos descubre de forma gradual la barbarie a la que se vio sometida el país.
En un primer momento, todo atisbo de mal en el lado sublevado pasa por el sonido de unos lejanos disparos, mientras se jacta de las malas decisiones de la República. Sin embargo, esta visión va poco a poco virando con la aparición de cadáveres y la desaparición de personajes hasta llegar a un punto de inflexión en el que el escritor, y el espectador, terminan siendo conscientes de la decadencia que está engullendo al país.
El ritmo lento y constante que el director imbuye a la cinta solo se ve quebrado con ciertas escenas espectaculares en las que el hispano-chileno se da la licencia de demostrar de lo que es capaz. Desde una secuencia en la que, a través del himno y la bandera, una España trata de imponerse sobre la otra; hasta el archiconocido enfrentamiento entre el escritor y Millán-Astray en el paraninfo universitario que acabó con el célebre "Venceréis, pero no convenceréis".
Conclusión
En líneas generales, Amenábar ha construido en "Mientras dure la Guerra" el retrato humano de un intelectual que, como tantos otros, de dejó engañar por las promesas de la barbarie. Sin embargo, la falta de ambición, o quizás el intento de alejarse lo máximo posible de cualquiera de los dos bandos, hacen de la película una mera representación histórica -más o menos fidedigna (juzgarlo es tarea de historiadores)- del inicio de la etapa más oscura que ha vivido nunca España. Un filme que en numerosas ocasiones, demasiadas, queda huérfano de alma y que consigue mantenerse a flote gracias a su prodigioso protagonista y a espectaculares escenas puntuales que demuestran un potencial que pedía a gritos ser explotado.
Pese a la valentía que supone abordar un tema tan convulso a día de hoy, en "Mientras Dure la Guerra" Amenábar vuelve a quedarse lejos de su mejor nivel. Lo plano y simplón de la historia solo consigue ser levantado por la interesante figura de Miguel de Unamuno, cuya esencia más humana queda perfectamente plasmada de la mano de un portentoso Karra Elejalde que se aleja del mito para revivir al intelectual.