Convertida en uno de los mejores estrenos cinematográficos del año, 'Un fantasma en la batalla' es una película española que ha vuelto a poner en el foco la figura de los agentes infiltrados en ETA, un asunto que siempre ha estado rodeado de secretos y mucho riesgo. Aunque la película narra la historia ficcionada de Amaia, una guardia civil que no existió y que se infiltra en la organización terrorista durante más de una década, lo cierto es que el trabajo de Agustín Díaz Yanes ('Alatriste') tiene mucho de verdad: refleja el papel clave que tuvo la infiltración en la lucha contra ETA, un recurso que marcó la estrategia del Estado durante los años 90 y primeros años de los 2000.
Cuando hablo de infiltración, me refiero a la introducción de agentes encubiertos en las filas de ETA con el objetivo de obtener información directa acerca de atentados, redes de apoyo y ubicación de arsenales de armas. Una labor extremadamente peligrosa puesto que los infiltrados, primero, debían ganarse la confianza de los miembros de la organización, y posteriormente, actuar como parte de ETA sin levantar sospechas. Es por ello que un simple descuido podía costarles la vida.
El objetivo principal de estas operaciones, de las que hablaré más adelante, era prevenir atentados y desmantelar la estructura operativa de ETA desde dentro. Los agentes infiltrados proporcionaban información estratégica para planificar arrestos, confiscar armas y neutralizar células terroristas (algo que también hemos visto recientemente en 'La infiltrada'), lo que permitió reducir de manera significativa la capacidad de acción del grupo durante sus años más activos.
El día a día de los infiltrados no se limitaba a la vigilancia. Era de obligado cumplimiento mantener dobles identidades durante años, generando una tensión constante y un aislamiento extremo. Muchos agentes experimentaban estrés postraumático y otras secuelas psicológicas debido a la presión de vivir rodeados de miedo y violencia, sin poder revelar su verdadera identidad.
De esta forma, el secretismo era absoluto: ni sus familias podían conocer detalles acerca de su trabajo, y cualquier error podía poner en peligro tanto al agente como a sus compañeros en la organización. Todo esto es lo que me obliga a determinar que la infiltración es la operación más delicada y peligrosa dentro de la lucha contra ETA.
Solo por mencionar algunas de las operaciones más relevantes llevadas a cabo por la Guardia Civil y la Policía, destaco la Operación Santuario (2004), que además es la que se aborda en 'Un fantasma en la batalla'. Un movimiento que permitió detener a los principales dirigentes de ETA y el desmantelamiento de la mayor parte de sus zulos de armas en Francia y España.
Otras operaciones permitieron detectar con tiempo planes de atentados, encontrar explosivos y armas y obtener información que impidió numerosos ataques que hubieran culminado en incontables víctimas mortales.
Las identidades de los agentes permanecen protegidas por razones de seguridad: nunca se ha hecho pública y siempre que se ha hablado de ellos, se habla utilizando pseudónimos. Es evidente que la infiltración de la Guardia Civil y la Policía en ETA fue una herramienta esencial que permitió desarticular poco a poco la célula terrorista desde dentro. Personas anónimas que ahora dan pie a películas en las que se convierten en verdaderos héroes.
NOTICIAS RELACIONADAS