Acabo de llegar de vacaciones. He estado una semana en la playa con 30 grados como máximo, y aterrizo en una ciudad que se encuentra en alerta roja por calor. ¿Por qué Juan Linares es tan cruel conmigo y no me da más días de descanso? ¡Te maldigo! Pero bueno, he de decir que han sido unos días en los que he cogido color, he desconectado de mis compañeros de anime (espero que dejen de estar tan pesados como siempre, que me quitáis el protagonismo), y he podido ponerme al día con algunas de las series que se han estrenado en las últimas semanas.
Una de ellas ha sido la temporada 2 de Valeria, serie que he terminado devorando junto a mi novio y de la que he sacado una conclusión: es como esa pizza precocinada que han puesto de forma incesante en el buffet del hotel durante toda la semana, que no está rica ni ha sido hecha con esmero, pero que siempre pones en uno de tus platos porque no puede faltar.
Sigo con los símiles con mis vacaciones: cruzar las dunas en Maspalomas ha sido un trabajo muy difícil que he realizado casi a diario para disfrutar de una de las mejores playas de Canarias. Esta macro extensión de tierra es el mismo obstáculo que acabó siendo la primera temporada de Valeria. Había que cruzarla, claro está, para poder conocer más a los personajes (vamos, para llegar al océano), pero no sin esfuerzo y siendo consciente de que se podría haber solucionado con una trama más trabajada (o con una pasarela de madera para acelerar el paso).
Pero la temporada 2 de la serie ha resultado ser una agradable sorpresa, como esa ocasión que alguna vez habrás vivido tras hacer una larga ruta de senderismo y disfrutar en su final de una de las mejores vistas de tu vida. Creo que haber disfrutado el año pasado de la primera tanda me ha facilitado degustar aún más la segunda, todo ello a pesar de estar frente a una pizza sin sabor, insípida, que siempre vende porque es fácil de hacer (y barata), pero que buena, buena, lo que se dice buena, no tanto...
Lo que está claro es que Netflix ha sabido corregir algunos de sus errores, o al menos empañarlos en una salsa de queso cheddar que le queda bastante bien. Sin este sobre, la pizza se podía comer, pero claro, no era lo mismo. Y el aderezo ha sido una mejora en las relaciones de las protagonistas, unas tramas más cercanas al libro de Elísabet Benavent, y un Madrid precioso como el que veré a partir del mes que viene cuando me termine de mudar. Vamos, que quiero más de ese sucedáneo de queso, quiero más Valeria, y Netflix, ya puedes procurar ofrecérmela antes de que sea demasiado tarde, porque mi estómago no se sacia con una única pizza.
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