DOOM: The Dark Ages podría considerarse como una quimera: una especie de ser mitológico que nace dentro de una contemporaneidad que le tiene pánico a los shooters pensados exclusivamente para un jugador. La tarea de id Software era extremadamente complicada: ofrecer algo diferente a Eternal, pero sin perder su esencia; ser un DOOM, pero no ser el ¨enésimo¨ DOOM.
Y, siendo sincero, hay un pensamiento que no puedo quitarme de la cabeza: DOOM: The Dark Ages es el juego más extraño que id Software ha hecho desde el reinicio de 2016. ¿Significa esto que ha salido mal? Nada más lejos de la realidad: el estudio de Bethesda ha vuelto a hacer un alarde de creatividad infinita dándole una vuelta a algo a lo que ya le habían dado una vuelta después de darle la primera vuelta.
En mi caso, al completarlo para este análisis pasé por tres fases; todas y cada una de ellas formando parte de un llamativo proceso que se deriva de una idea clara: si quieres disfrutar de DOOM: The Dark Ages, debes darle tiempo hasta que comprendas qué es exactamente lo que propone. Principalmente porque no es los dos anteriores, sino otro sueño febril diferente engendrado desde la mente del mismo loco.
Fase 1: adaptación
Las primeras horas de DOOM: The Dark Ages pueden ser incómodas por plantear cosas a los que los fans de la saga no estamos demasiado familiarizados. Tanto es así que mis pasos iniciales en el juego se veían constantemente torpedeados por la sombra de tres elementos concretos que, además, se corresponden con sus novedades principales con respecto a anteriores entregas.
Era incapaz de ver más allá de ellos por la fricción que generaban entre las ganas que tenía de que el juego me sorprendiera y el miedo a que DOOM se hubiera convertido en algo diferente. Tres aspectos generales que, a priori, habrían condenado al juego a quedar relegado como, simplemente, esa entrega que ¨está bien, pero me gusta menos que Eternal¨.
DOOM: The Dark Ages tarda en arrancar pero, cuando lo hace, es una digna continuación de Eternal
Y, precisamente, creo que es importante hablar por si os encontráis con la misma situación y no queréis dejaros llevar por la desesperanza. Sobre todo porque es mi obligación deciros que no hay nada de lo que preocuparse si os sentís así durante las primeras horas de juego. Todo forma parte de un espejismo inicial que se yergue a través de tres factores responsables de esa incomodidad de la que hablaba antes:
Una trama repleta de cinemáticas y personajes secundarios donde se nos establece dentro de un conflicto entre el infierno, la humanidad y una nueva facción. En este sentido, DOOM: The Dark Ages plantea una historia mucho más compleja que sus antecesores. Básicamente porque la de estos últimos se desplegaba como una mera excusa vacía con la que justificar la violencia y el caos. Algo que va directamente en contra de la actitud con la que probablemente empieces a jugarlo si esta consiste en que lo que buscas en The Dark Ages es provocar una masacre demencial sin importarte el por qué. Es por eso que los primeros pasos de la narrativa del juego se sienten forzados: al principio y al final de cada nivel te asalta un vídeo que rompe un poco el ritmo de juego y te intentan vincular a personajes por los que esperas que sientas empatía encarnando, irónicamente, a la personificación misma de la muerte
La trama de DOOM: The Dark Ages es su aspecto menos convincente
Unos niveles más amplios y repletos de secretos que te instarían a tener el ojo puesto sobre cada esquina del mapa de no ser porque el mismo juego te muestra dónde están al abrir el mapa del menú principal. Una propuesta que genera un efecto contradictorio: en lugar de incrementar tus ganas de explorar, hace que pulses compulsivamente el menú de pausa para comprobar que no estás dejando nada atrás; generando así una sensación de FOMO que va en contra de la fluidez de la acción en sí misma. Todo ello haciendo que este aspecto del juego se sienta como un sí, pero no, como una travesía por niveles repletos de secretos que no lo son porque en todo momento sabes dónde están
El combate es algo más pausado y está centrado parcialmente en la defensa. Algo que te obliga a enfrentarte a una serie de dinámicas que no se corresponden al cien por cien con aquello que te esperas de un DOOM, lo cual hacía que mi cerebro se viera asaltado por muchas dudas mientras lo jugaba: ¿Ha perdido id Software el norte? ¿No lo estoy disfrutando tanto porque ya no me gusta la saga? ¿Es Eternal tan insuperable a nivel jugable que no hay nada más que hacer ya con ella?
La jugabilidad de DOOM: The Dark Ages se apoya mucho en el cuerpo a cuerpo
No obstante, todo cambió a las tres horas de juego al comprender qué era lo que me impedía disfrutar de él como debería: estaba intentando jugar a The Dark Ages como si fuera Eternal. Ahí fue el punto exacto en el que comencé a ser capaz de ver más allá de lo que quería que fuera para caer en la cuenta de lo que realmente era.
De pronto, comencé a sentir que aquello que se emitía desde la pantalla se me hacía mucho más familiar de lo que pensaba. Casi sin darme cuenta, comencé a sentir interés por lo que ocurría en sus cinemáticas, me dejé llevar por sus niveles sin mirar constantemente el mapa y empecé a verle la gracia a su propuesta de combate. De repente, aquello a lo que había estado jugando durante unas horas se convirtió por fin en lo que quería desde el principio: un nuevo DOOM de pies a cabeza.
Fase 2: confort
Después de completar los primeros niveles y haberme familiarizado lo suficiente con las nuevas mecánicas de combate de esta entrega, me quedé atrapado en aquello que se conoce como ¨La Zona¨: ese estado mental en el que tus reflejos se agudizan lo suficiente como para actuar casi por instinto en fracciones mínimas de tiempo. Algo que solo se consigue cuando un juego cuenta con una solidez jugable lo suficientemente significativa como para que el acto de funcionar según sus reglas se produzca a un nivel casi preconsciente. Esa es la mayor prueba de que The Dark Ages es un juego igual de robusto que Eternal, solo que de una forma diferente.
En este nuevo DOOM no tenemos doble salto ni barras a las que agarrarnos para hacer piruetas; a cambio, somos una herramienta de guerra prácticamente indestructible gracias a dos elementos concretos: el escudo y los ataques cuerpo a cuerpo. Dos mecánicas que cuentan con funciones diversas según cómo las despleguemos en mitad de un combate:
El escudo nos permite tanto defendernos de ataques enemigos como hacer parrys a aquellos que podamos devolver. Además, podremos lanzarlo para hacer daño con las hojas de motosierra que lo recubren con tal de aturdir demonios o cortarlos prácticamente por la mitad
Los ataques cuerpo a cuerpo nos permiten obtener munición cada vez que golpeamos a un enemigo y son cruciales para destruir las armaduras metálicas que algunos de ellos llevarán en batalla
Podremos mejorar nuestra salud, armadura y munición matando a enemigos especiales
Ambos elementos combinados son parte esencial e identitaria de la jugabilidad de DOOM: The Dark Ages. Sobre todo, porque apoyan la idea de que estamos ante un juego donde nuestro avatar es muchísimo más contundente en cuanto a poder bélico. Esta vez no tenemos que esquivar ataques como en Eternal, sino que son los enemigos quienes han de estar preocupados de esquivarnos a nosotros; aquí no es cuestión de evitar un golpe, sino de aguantarlo sin inmutarte y propinar uno como respuesta al que prácticamente volatilice las tripas del ribal. Tanto es así que el peso del DOOM Slayer en esta entrega se siente mucho más intenso a un nivel casi físico que se ve representado, por ejemplo, en las pisadas, el impacto que genera en el suelo al saltar y la forma en la que lanza a los enemigos por los aires al acabar con ellos.
A estos dos elementos habría que sumar, además, un tercer pilar fundamental que siempre ha estado ahí en la saga y que se corresponde con las míticas armas de fuego de nuestro protagonista. En este mismo sentido, las hay para todos los gustos: desde la típica escopeta que suena como una bomba al disparar hasta una metralleta que trilla cráneos de esqueletos para convertirlos en metralla, pasando por un rifle que dispara una bola de cañón atada a una cadena. Una fantasía, si me lo preguntáis a mi.
El juego nos dará opción de mejorar nuestras armas, escudo y ataques cuerpo a cuerpo
No obstante, es la forma en la que estos tres elementos (escudo, golpes y armas) se combinan entre sí lo que hace que DOOM: The Dark Ages sea, una vez más, una muestra de que id Software sabe hacer juegos impecables en cuanto a la jugabilidad. Si el DOOM de 2016 era un shooter clásico y Eternal un juego de timing y acrobacias, este es prácticamente una especie de hack n slash, estando protagonizado por secuencias en las que todo encaja tan a la perfección a nivel ofensivo que nos deja en muchas ocasiones con aquello que se podría llamar ¨combos¨ en cualquier otro juego.
No estoy exagerando con esto último, hay ocasiones en las que acabar con un enemigo rápidamente sigue una secuencia concreta de patrones y comandos que combina los tres elementos: escopetazo, parry, golpe, escopetazo, parry, parry golpe, escopetazo (muerto). Supongo que ahí está la magia de id Software; en innovar casi sin que te des cuenta de que lo está haciendo. Y, cuanto más te dejas llevar por ella, más consigue deslumbrarte, lo cual nos lleva a la tercera fase.
Todos los niveles cuentan con desafíos adicionales de combate a completar
Fase 3: deslumbramiento
En el momento en el que dejas de mirar la enorme sombra que genera el legado de los dos anteriores juegos y prestas atención a The Dark Ages sin atarlo al pasado, empiezas a ver algo que siempre habías tenido delante de tus narices y, es entonces, cuando te deslumbras por lo evidente que era. Este nuevo DOOM es descomunal; una concatenación de niveles y situaciones que suceden en entornos gigantescos donde pasa de todo, solo que no te percatas de ello hasta que no te paras expresamente para mirarlo con detenimiento.
Balcones que se asoman a profundísimos barrancos en cuya superficie se extiende una tierra desolada por el fuego de la guerra; plataformas con ciudades flotantes asediadas por gargantuescas naves dimensionales con cañones tan grandes como para destruir el planeta; enfrentamientos entre titanes que tienen lugar de fondo y cuyos golpes hace que te retumben los tímpanos. DOOM: The Dark Ages es colosal en cuanto a los límites de su ambientación, lo cual resulta muy coherente con el poder que ostenta el slayer: somos una hormiga en un conflicto bélico interdimensional, pero la hormiga más jodidamente fuerte de todo el universo al fin y al cabo.
DOOM: The Dark Ages es un juego colosal en cuanto a ambientación
Esto, evidentemente, es algo que se traslada también a los propios escenarios que recorres más allá de esas panorámicas externas que son capaces de producirte un estendalazo: hay niveles en The Dark Ages que se conforman como grandes zonas abiertas repletas de puzles, secretos, objetivos secundarios y mini jefes finales a los que encontrar. Pero la ambición del juego no solo se queda ahí, sino que también influye en la naturaleza misma de las situaciones que te obliga a atravesar introduciendo elementos extremadamente molones en el sentido más puro de la palabra: desde montar a lomos de un dragón infernal que tiene una armadura tecnológica hasta protagonizar luchas a puños contra titanes demoníacos embutido en un mecha.
Conclusión
DOOM: The Dark Ages es una muy digna continuación del reboot que la saga tuvo en 2016. Propone ideas nuevas que van en contra de todo lo que esperábamos de la franquicia y, después de completarlo, solo puedo ver algo positivo en todo esto. Al fin y al cabo, estamos ante una tercera parte que sorprende, aunque también es de esos que requieren adaptación: puede que tardes unas horas en hacer click con DOOM: The Dark Ages pero, en cuanto lo hagas, prepárate para volver a sentirte como el centro de atención de un violento festival de guitarras, testosterona y trocitos diminutos de vísceras de seres dimensionales.
El único sentimiento negativo que me genera el juego tiene que ver con el miedo a esa posibilidad de que existan fans de la saga que no lleguen a apreciarlo tal y como es, dejándose seducir por los fantasmas del pasado y quedando cegados a causa del importantísimo legado de las dos anteriores entregas. Al fin y al cabo, es el menos DOOM de los tres e, irónicamente, el único rumbo viable que la franquicia podía tomar para no caer en la repetición. Todo ello dejándote con una potente sensación en el cuerpo en cuanto ves la pantalla de créditos que, a nivel de pensamiento, se podría traducir en 5 simples palabras: id Software, no nos faltes nunca.
DOOM: The Dark Ages ha sabido distanciarse lo suficiente de Eternal como para no dejarse arrollar por su legado y crear uno propio que esté a la altura de lo que la saga necesitaba: una tercera parte que se sintiera como un DOOM, pero no como el ¨enésimo¨ DOOM. Casi como una fascinante mezcla entre shooter y hack n slash en primera persona, id Software ha creado algo único... otra vez.
Historia
Diseño de niveles
Jugabilidad
Música
Es el DOOM más largo de la saga y no hay partes que se sientan como relleno en ningún momento
La jugabilidad sigue siendo tan sólida como en los anteriores, presentando altísimas dosis de acción
La inclusión del parry como mecánica central de los tiroteos
Variedad ingente de situaciones loquísimas que crean una fantasía de poder suprema
El diseño de niveles es más ambicioso que nunca
Puedes tardar unas horas en hacer click con las nuevas mecánicas
La historia es algo floja, aunque se agradece el intento
Las cinemáticas que interrumpen la acción y van en contra del ritmo del juego
La banda sonora es algo menos icónica que la de juegos anteriores
Crecí rodeado de naturaleza y campos de trigo, pero con la cabeza llena de historias sobre dragones y planetas lejanos. Después me hice psicólogo para poder fascinarme con las historias de los demás.