Tenía 5 años, era la noche de antes de Reyes y ahí estaba yo hasta arriba de nervios por pensar que tres absolutos desconocidos iban a entrar en mi casa para comerse mis galletas y beberse la leche de mi nevera... pero traerían regalos a cambio, por lo que el trueque me parecía bastante justo. Con este generoso acto por mi parte de darle a aquellos seres mágicos el beneficio de la duda y fiarme de sus presuntamente buenas intenciones, pasaba la tarde de antes, como si fuera una tradición inamovible, jugando a la consola con mi hermano y mis primos mayores.
Las reglas no estaban escritas, pero eran claras: darnos de tortas a Tekken 2 o lanzarnos bombas en Crash Team Racing; no había otras opciones posibles. Por eso me resultó tan chocante que uno de mis primos lejanos (el que te visita, muy oportunamente, solo el día en el que a tu familia le da por hacer regalos a todo aquel que pase por allí), trajo consigo un juego llamado 2 X-Treme. De extremo tenía poco: consistía en un amalgama de píxeles que intentaba representar a dos skaters corriendo a toda velocidad, dándose de puñetazos entre sí y saltando barreras para no dejarse la boca contra el suelo. Pero lo que sí era algo extremo eran las risas y los piques que nos echábamos entre nosotros.
La experiencia era tan potente que aún sigo enamorado de aquel juego incluso varios años después; incluso cuando mi hermano me confesó hace unos meses que nunca llegué a jugarlo: me daba un mando que no funcionaba mientras mis primos acaparaban toda la diversión y me hacían creer que formaba parte de aquello. Era tonto, pero feliz.
No me gusta abusar de la nostalgia para defender algo, pero creo que aquí es particularmente importante si quiero que cale bien el por qué Riders Republic me ha conquistado como lo ha hecho. Porque, pese a lo que se suele decir normalmente en estos casos, no es que haya logrado transportarme a la época en la que tenía 5 años, sino que ha reavivado algo que siempre ha estado ahí. Riders Republic ha conseguido hacerme sentir nostalgia sin experimentar sus matices tristes al pensar en épocas que nunca volverán... porque me ha hecho entender que son etapas que viven dentro de mi y nunca se han terminado de ir.
Quizás lo que tiene Riders Republic que ha logrado generarme tal sensación se corresponde con un elemento al que nos amoldamos de forma casi instintiva, a ese que forma parte de nosotros cuando jugamos a algo sin que se diluya al pasar por el filtro de las ideas y los pensamientos complejos: la jugabilidad.
Claves para saber si Riders Republic me gustará...
✅Buscas un juego de deportes arcade que te permita disfrutar de él desde el principio
✅Quieres un videojuego al que viciarte con amigos
✅Echas de menos las sensaciones que transmitían otros juegos de deportes extremos clásicos
✅Eres de los que prefieren ese tipo de juegos que pueden mantenerte enganchado a la pantalla durante decenas de horas por estar repletos de contenido
La sensación de montar en bici o bajar a toda velocidad por una cumbre nevada con una tabla de snow es absolutamente increíble; aunque no voy a poder evitar centrarme en aquello que me ha hecho sentir lo primero, avisados quedáis. No quiero matizar más estas palabras para que su significado no pierda fuerza, por lo que seré breve: la mentalidad arcade de Riders Republic es, seguramente el mayor de sus aciertos. Un mix infalible de adrenalina al ir a toda velocidad por sus pruebas, de sentirte en pleno control de lo que haces en todo momento y de ingeniárselas constantemente para que nunca se interrumpa el flow del juego.
Es tan potente lo que he llegado a sentir a los mandos de Riders Republic que he omitido casi por intuición todas las capas que se posan encima de la jugabilidad y que intentan cumplir de forma obsesiva con los requisitos que hacen que un juego lo sea a día de hoy: un sistema de subida de niveles y recompensas, coleccionables a recoger por el mapa y un sistema de estrellas que sirven para añadir objetivos secundarios a las pruebas. Todo eso daba igual: todo era skipeable en mi cabeza, siempre y cuando pudiera volver a subirme cuanto antes a una bicicleta.
Quizás pueda explicar mejor esta sensación si dejo de centrarme en lo que se siente como ciclista o esquiador en el juego y os cuento un poco lo que este ve a través de sus ojos: un paisaje capaz de sobrecogernos por sus dimensiones, altitudes y escarpados caminos que descienden casi a 90 grados de inclinación.
Claves para saber si Riders Republic no me gustará...
No estás muy familiarizado con los juegos de deportes de riesgo o no te llaman la atención ❌
Buscas una experiencia que se acerque más al género de la simulación ❌
No quieres enredarte con un juego que pueda tenerte atrapado durante decenas de horas ❌
Lo noté perfectamente en las primeras pruebas y es una sensación que ha permanecido intacta durante todas las horas que me ha durado el juego: acabas de coger una curva pronunciada con un derrape capaz de dejarte sordo por la fricción de la rueda contra la tierra, lo encadenas con una pendiente en bajada que te hace temblar por dentro, observas cómo se acerca una rampa de madera de forma incesante hacia tu bicicleta, entonces asciendes hacia el cielo con un abismo insondable bajo tus pies, escuchas la respiración de tu personaje y el radio de la bici correr a todoa velocidad e, inmediatamente, piensas ''joder, soy el p**to rey del mundo''.
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Lonely Mountains: Downhill
Conclusión
Aún me sigo preguntando cómo Riders Republic ha logrado que pase por alto muchas cosas de su propuesta que no han terminado de calar en mi del todo: un conflicto de identidades en el que el juego intenta ser chistoso de forma forzada cada pocos minutos, unas capas de sistemas que intentan hacer que el juego sea más profundo de lo que debería ser y unos sistemas online que no he catado mucho porque a veces me da por hacer la del ermitaño solitario.
Quizás lo que más me emociona del juego es lo enternecedor que me resulta que se traicione a sí mismo al no confiar del todo en una propuesta que, a todas luces, es infalible: Riders Republic te tira a la cara decenas de horas de contenido y un buen puñado de sistemas adicionales para tratar de seducirte sin darse cuenta de que ya lo ha hecho con sus elementos jugables básicos.
Llevo varios días resistiéndome a mirar las notas que otros medios le han dado al juego para que no se contamine la visión que tengo de él. Porque tengo la sensación de que quizás podría estar dándole una nota demasiado alta, pero a en este punto ya me da igual: lo que me ha hecho sentir Riders Republic lo merece y lo único que puedo hacer es ser justo con esa sensación. Al igual que lo es que os revele cuál ha sido mi secreto al jugarlo. Una serie de pasos que, personalmente, me han servido para encontrarme con un juego totalmente diferente a lo que esperaba:
Entra en el menú de opciones de Riders Republic
Baja el volumen de la música hasta 0
Desactiva la interfaz en el apartado de Accesibilidad
Inicia una prueba
Pon la cámara en primera persona
Sorpréndete con una de las mayores sorpresas del año
Riders Republic ha sido para mi una de las mayores sorpresas del año. Un título cuya jugabilidad es tan efectiva como para tumbar todo tipo de escepticismos y de ideas preconcebidas sobre los juegos de mundo abierto que intentan asediarte con multitud de contenidos vacíos. Al final, lo más importante de Riders Republic es que te hace sentirte el rey de la montaña en cada salto, cada derrape y en cada acrobacia que logras aterrizar en el suelo sano y salvo.
Jugabilidad
Sonido
Apartado gráfico
Duración
La jugabilidad de Riders Republic está sumamente pulida
Hace una demostración perfecta de lo que significa la palabra 'arcade'
Cuenta con contenidos y tipos de pruebas para todos los gustos
El apartado sonoro está tan cuidado como el resto de partes del juego
Algunos deportes no destacan tanto como el snow o el ciclismo
El juego abusa, en ciertas ocasiones, de intentar ser más cómico de lo que necesita
Algunas pruebas desentonan un poco con el resto e interrumpen a veces el genial ritmo del juego
Crecí rodeado de naturaleza y campos de trigo, pero con la cabeza llena de historias sobre dragones y planetas lejanos. Después me hice psicólogo para poder fascinarme con las historias de los demás.