Si bien los videojuegos de cartas no son en absoluto algo nuevo (que se lo digan a las horas que jugué al Solitario de Windows), durante los últimos años el auge de los deportes electrónicos ha relanzado el género, proponiendo obras que buscan adaptar y pulir la fórmula Magic: The Gathering para un público diverso. Hearthstone es el ejemplo más claro y conocido, pero no faltan títulos más recientes como Gwent o The Elder Scrolls: Legends. Y si hay algo que define a estas obras es que para los usuarios suelen ser lo que los angloparlantes denominan "hit or miss", una especie de todo o nada en donde o te vuelves adicto o te aburres a las pocas horas dada la complejidad de estos títulos y su ritmo pausado.
Pero ese no es el estilo de Slay the Spire. Esta obra independiente ha pasado un buen puñado de meses en el acceso anticipado y llega para cambiar las normas, para decirnos que los juegos de cartas no tienen por qué tener un ritmo pausado, no tienen por qué tener una curva de aprendizaje dura, no tienen por qué encantar o decepcionar. Slay the Spire viene a demostrar que los juegos de cartas ni siquiera tienen por qué ser solo de cartas.
Slay the Spire es una obra que fusiona el género de las cartas con el roguelike tan de moda recientemente para sacar lo mejor de ambas partes y construir con ello un delicioso producto híbrido. Pero he usado la palabra "fusionar"y no "mezclar", y no es casualidad; porque si hay algo que me resulte increíble a nivel de diseño es la capacidad de Slay the Spire para combinar de la forma más homogénea posible dos géneros tan diferentes.
Jugando a Slay the Spire no se siente en ningún momento la sensación de que el videojuego es una especie de Frankenstein, con pedacitos de cosas diferentes pegadas con pegamento. Slay the Spire es una disolución, una mezcla en donde es prácticamente imposible discernir dónde acaba un género y dónde empieza el otro. El combate, la progresión, las decisiones estratégicas... Todo está perfectamente integrado para ser un juego de cartas y un roguelike al mismo tiempo.
Pero, como bien comentaba, uno de los puntos que más a favor juegan de la obra de MegaCrit es el de ser capaz de coger estos dos géneros, famosos por no ser precisamente accesibles, y lograr sacar de ellos un producto que recibe al jugador con las manos abiertas. La forma de construir los mazos que utilizamos en combate es realmente sencilla. No necesitamos pasarnos 20 horas escogiendo cartas ni planeando estrategias; el juego nos insta a guiarnos por instinto y a aprender de nuestros fracasos. Cada partida es algo que sacamos en claro, ya sea una carta que no funciona para nuestro estilo de juego o una estrategia que era infalible en papel pero que uno de los bosses ha tirado por tierra.
Slay the Spire es un juego, a nivel de mecánicas, bastante sencillo. Simplemente escogemos una de las diferentes rutas que nos llevan por un mapa hasta un jefe. En esta ruta podemos encontrarnos tesoros y peligros y, cuando matamos al boss, accedemos al siguiente mapa, en donde hay más peligros, más tesoros y otro boss. Para abrirnos paso nos valemos de nuestro mazo en combates por turnos y de la ayuda de algunos objetos y mejoras que vamos recogiendo. Si morimos, volvemos a empezar. Eso es todo.
Pero esta aparente simplicidad oculta mucho detrás. Las opciones que nos ofrece Slay the Spire como jugadores son simplemente alucinantes. El hecho de que nuestro mazo vaya cambiando en cada partida es uno de los puntos clave, ya que cambia lo suficiente para obligarnos a adaptarnos y no contar con una misma estrategia todo el rato; pero a la vez el sistema de construcción de mazos es suficiente para permitirnos tener un estilo de juego fijo sin depender por completo del RNG. Y en los combates esto se nota mucho. Cada enfrentamiento es una especie de puzle, un pequeño desafío como esos que abundan en el ajedrez y que te piden hacer jaque mate en un determinado número de movimientos. Tenemos que tener en cuenta nuestra mano, las cartas que quedan en el mazo, las habilidades de nuestro personaje y, por supuesto, las de nuestros enemigos. Todo ello resulta en un combate accesible, táctico y emocionante.
A todo ello se le suman las decisiones estratégicas que debemos tomar a medida que vamos avanzando. ¿Nos arriesgamos a un combate por una recompensa potencialmente buena, o nos quedamos con un objeto peor pero con la seguridad de avanzar con vida? Este tipo de decisiones abundan en Slay the Spire, no solo acerca de la ruta que tomar, sino también de los objetos y mejoras que adquirir, las cartas que tener en nuestro mazo e incluso la clase de personaje que vamos a querer utilizar para adaptar a nuestro estilo de juego. Slay the Spire no te permite estar cómodo en ningún momento, y solucionar cada problema que te presenta es realmente satisfactorio.
Pero como bien os decía, Slay the Spire va de fracasar. Para aprender debemos intentarlo, debemos estrellarnos contra un boss que nos destroza en menos de un minuto y replantear nuestra estrategia. Es por ello que la muerte no es, ni mucho menos, el final. Si bien perdemos los objetos y mejoras que hayamos adquirido en la partida, cada vez que morimos podemos desbloquear cartas y objetos mejores que podrán aparecernos en las próximas partidas. En este sentido, la progresión recuerda bastante al aclamado Dead Cells, y consigue resultar igual de adictivo. Siempre hay una cierta sensación de progreso que nos mantiene enganchados y nos hace jugar una partida más porque, ahora que tenemos esa carta, seguro que llegamos más lejos.
Pero Slay the Spire no se limita al clásico modo de juego, y ofrece algunas herramientas más que interesantes a las que el roguelike no está demasiado acostumbrado. En concreto es el modo personalizado el que más sorprende. A través de este podemos retocar multitud de las normas del videojuego, permitiéndonos disfrutar de partidas completamente alocadas, más fáciles o más difíciles de lo normal y que sirven para experimentar con algunas de las cosas que queramos. Por otro lado, también hay un modo de desafío diario en el que medirnos al resto de jugadores del mundo.
En cuanto a lo técnico y artístico, Slay the Spire es un juego con cierto colorido y un apartado visual demasiado simple que no le hace ningún favor a la obra. Desde luego el carisma visual de la obra, y sobre todo de las cartas, no es comparable a otras obras de los géneros que mezcla, pero Slay the Spire no está aquí para enamorar por su físico, está aquí para conquistarte el corazón con su interior, con las mecánicas que encierra.
La banda sonora sí es algo más llamativa y ,aunque no es sobresaliente, cumple su función y es capaz de sentar el tono para algunas peleas con jefes y la exploración en general, sin llegar a resultar tediosa o repetitiva en ningún momento.
Slay the Spire es la primera gran sorpresa indie de 2019, si acaso se puede tildar de sorpresa a un juego que ya había conquistado miles de corazones en el acceso anticipado. La fusión del roguelike con las cartas da como resultado un videojuego adictivo, divertido, muy rejugable y, sobre todo, que recibe al jugador con las manos abiertas y no le exige 50 horas para empezar a enterarse de qué pasa.
Es cierto que desde el punto de vista visual, Slay the Spire se queda por detrás de lo que se podría esperar de una obra en 2019, pero sus propuestas jugables son tan tremendamente divertidas que resulta imposible no perdonar lo pobre de su estética. Slay the Spire me ha conquistado de principio a fin, me ha tenido pegado a la pantalla durante muchas más horas de las necesarias y me ha dejado con ganas de más contenido, que ya se ha confirmado que llegará en el futuro.
Seais amantes de estos géneros o no, Slay the Spire es una de esas obras que merece la pena ser probada, por lo pulido de sus propuestas y por la calidad que rebosa en cada uno de los pequeños detalles. Ha nacido una nueva joya indie.