Los tiempos cambian, las modas pasan, la tecnología avanza y todos crecemos. Lo que ayer era un gran éxito podría pasar hoy sin pena ni gloria, y lo que ayer era no era más que una idea suicida sin futuro, hoy podría ser algo que aborrecemos por repetición. Sin embargo, hay ciertos casos que trascienden estas modas y se quedan enmarcados en el tiempo como fotografías. A pesar de que esto podría aplicarse a cualquier campo, hoy nos toca hablar de videojuegos y, en concreto, de Thimbleweed Park.
Este nuevo juego llega ni más ni menos que 30 años después de Maniac Mansion, tres décadas después de la época dorada de las aventuras gráficas. Pero, ¿sabéis qué?, sigue siendo una auténtica obra de arte. Si hay ejemplos de videojuegos que trascienden tiempos y modas, también hay fórmulas que lo hacen y, siguiendo la estela de las geniales aventuras point & click de LucasArts, llega Thimbleweed Park. De la mano de Ron Gilbert y Gary Winnick tenemos una de esas obras que nos recuerdan por qué la industria del videojuego es lo que es a día de hoy. Tomad asiento y acompañadnos en el análisis de Thimbleweed Park. Ahora sin spoilers ni azúcares añadidos.
La historia de Thimbleweed Park nos traslada al año 1987, momento en el que dos agentes federales han de acudir a un pequeño pueblo que da nombre al juego para investigar el caso de un cadáver hallado junto a un río. Por supuesto, no vamos a destripar detalles del argumento, y es por ello que poco más podemos decir; sin embargo, sí que es legítimo desvelaros que los, a priori, dos protagonistas acaban siendo hasta 5 personajes distintos a los que controlar a lo largo de la aventura, cada uno con sus propios intereses y fines, pero todos estrechamente relacionados entre sí. Es cierto que se generan algunas incoherencias narrativas a partir de esta decisión, pero llegado cierto punto no es solo que no nos importe, sino que incluso se nos explica el porqué, pero ya estamos yendo demasiado lejos.
Toda la historia está cargada del maravilloso humor de los responsables del título. Un humor que se respira en cada esquina y que empapa un ambiente cargado de una extraña mezcla entre misterio y surrealismo, muy propio de Ron Gilbert y Gary Winnick. Además de estos toques tan "LucasArts", tenemos el hecho de que parece un videojuego de los años 80 en 2017, y no creáis que esto se deja pasar sin más; la obra está plagada de referencias a juegos, películas, series y hasta a la forma de hablar de esta época en la que se ambienta Thimbleweed Park.
Sé que son pocos los detalles que damos acerca de este apartado, pero confiad en nosotros, es mejor así. Cada paso en Thimbleweed Park, cada lugar que visitamos, cada persona con la que hablamos es una sorpresa maravillosa que vale la pena descubrir. Desde los chistes en textos in-game que rompen el cuarto muro (y no son precisamente escasos) hasta las manías a la hora de hablar de ciertos personajes, todo está hecho para dejarnos alucinados y con una sonrisa en la boca durante las horas que pasemos jugando; ¡y vaya si lo consigue!
¡Qué razón tenía Miguel Ríos! Ron Gilbert y Gary Winnick son estos viejos rockeros que, no solo no están muertos, sino que están más vivos que nunca. Thimbleweed Park es la obra que lo demuestra y, con una aproximación puramente clásica de la aventura gráfica, consigue mantener los estándares de calidad jugable a día de hoy, resultando extremadamente divertido de principio a fin. A lo largo del juego, al igual que en los clásicos point & click, hacemos precisamente eso, apuntar con el cursor y hacer clic en diferentes elementos del escenario o de nuestro inventario para interactuar de una determinada manera y, así, resolver los puzles que se nos proponen.
No es que en Thimbleweed Park vayamos a encontrar nada que no hayamos visto antes en una u otra aventura de este estilo. Pero también es cierto que todos los elementos que definen al género están colocados de forma cuidadosa, evitando dejar fisuras o grietas por las que puedan abrirse paso cualquier tipo de fallos. Se nota el cariño, el cuidado y la experiencia de las personalidades tras Thimbleweed Park, ya que la totalidad de puzles son bastante lógicos (dentro de las normas que pone el universo del juego, en el nuestro no lo serían); además, todos estos rompecabezas que se nos proponen tienen la solución escondida en algún lado y, aunque podemos acertarlos con el ensayo y error, la magia está en explorar bien el entorno e interactuar con otros personajes porque, creednos, tarde o pronto vamos a dar con la pista necesaria, y esto es algo que se agradece mucho.
Por otra parte, al controlar varios personajes a la vez, se consigue que siempre tengamos alguna posible solución que probar, alguien nuevo con quien hablar o algún lugar nuevo para explorar, haciendo así muy difícil que nos quedemos atascados durante mucho tiempo. Si bien es cierto que hay veces en las que puede que pasemos algo más de lo debido intentando algo por el simple hecho de que cada personaje posee habilidades exclusivas con las que conseguir determinados objetivos, normalmente la relación del personaje con otras personas y lugares del juego se nos deja suficientemente clara para que nos demos cuenta rápido siempre y cuando estemos atentos a lo que se nos cuenta. De nuevo, todo se basa en investigar lo suficiente y en ningún momento se nos pide nada imposible ni extremadamente retorcido.
En general, Thimbleweed Park no reinventa la rueda, pero coloca con maestría todos los elementos de la aventura gráfica clásica para desprender nostalgia y, lo que es más difícil de lograr, mantenerse a la vez como algo fresco, único, casi mágico. Jugablemente es una obra que ofrece mecánicas de los 80 pero que, de alguna manera, como esa persona que sin ser guapa se liga a quien quiere por su "je ne sais quoi", consigue mantenernos pegados e intrigados con sus puzles y, sobre todo, con la personalidad abrumadora que rebosa.
También se ofrece un modo fácil en el que se eliminan o simplifican en gran medida la mayoría de puzles del juego, cosa que le quita buena parte de su gracia. Independientemente de si sois expertos en el género y os habéis pegado con las obras más difíciles o si sois recién llegados que buscan jugar a un título de este estilo por primera vez, nuestra recomendación es que escojáis el modo difícil, que es en el que el encanto de Thimbleweed Park sale a relucir; y como ya os decimos, hay tanto que hacer que raramente os quedaréis atascados mucho tiempo en un mismo punto. De hecho, en este aspecto, Thimbleweed Park es una aventura gráfica mucho más accesible que las de antaño, de cuyos fallos incluso los desarrolladores se ríen a lo largo del juego.
Si todo lo que hemos visto es bueno, el apartado técnico no es menos y está a la altura de una jugabilidad e historia de 10. Thimbleweed Park apuesta por un aspecto clásico también a nivel visual y la verdad es que es un acierto enorme. No hacen falta 500 Teraflops para mover esta obra, pero indudablemente el pixel-art que nos muestra es una auténtica delicia a nivel visual. La paleta de colores perfectamente seleccionada, la colocación de ciertos elementos del escenario, el diseño ultradetallista de todos los personajes; todo tiene ese toque especial entre mágico y nostálgico que nos enamora a las primeras de cambio.
Y no creáis que el sonido se queda atrás. La banda sonora es buena y consigue mantener ese ambiente de misterio y humor sin resultar repetitiva en ningún momento. Por otro lado, el doblaje (solo disponible en inglés, aunque sí hay subtítulos en castellano) es magistral: la selección de voces es perfecta, la interpretación de los actores es perfecta, los toques de acento y tics a la hora de hablar son perfectos. Si es que así es imposible no encariñarse con los personajes.
La duración, como en todos los videojuegos de este género, depende en buena parte de lo que nos atasquemos. En nuestro caso, jugando el modo difícil nos ha durado unas 12 horas. Si hay algún fallo que se le pueda buscar a Thimbleweed Park es que la rejugabilidad es prácticamente nula. No hay decisiones que podamos tomar y tanto la historia como los puzles son idénticos en todas las partidas que queramos; exactamente como en una aventura gráfica clásica, que es lo que pretende ser.
En resumen, si hablamos de forma objetiva (y aburrida), Thimbleweed Park es una aventura gráfica de corte clásico que recicla un buen puñado de elementos de obras de culto del género y los pule ligeramente para dejarlos sin una sola arista. Es cierto que no reinventa la rueda, que no salvamos al mundo en una epopeya épica y que no hace falta ajustar el antialiasing al máximo para verlo de la forma en la que está concebido; pero, desde un punto de vista más emocional (y divertido), Thimbleweed Park es un juego redondo, perfecto, una obra perfectamente pulida que rebosa encanto, personalidad, nostalgia y transmite felicidad al solo mirarlo.
Lo más esclarecedor que podemos decir del juego es que desde el principio hasta el final, con todos los cambios del guión, locuras y puzles, Ron Gilbert y Gary Winnick han sido capaces de poner una sonrisa en nuestra boca. Los puzles están bien diseñados y tienen una solución lógica, los personajes rebosan carisma, todo es visualmente bonito, la historia tiene su propia personalidad, y hasta el puzle final es una auténtica genialidad. Nos resulta imposible buscarle aristas o aspectos sin pulir a este título, y nada que digamos le hará justicia a lo que sentimos con él.
Thimbleweed Park no busca ser un título que se quede en nuestra memoria por haber revolucionado la industria, por haber puesto de su parte para transmitir algo profundo o simplemente por ser una obra de arte. Nada que ver, esta obra más bien nos hace olvidar todos esos debates acerca de si el videojuego es arte o cómo se tratan determinados temas, y lo hace para darnos un respiro y divertirnos. Lo hace para recordarnos que esto es solo un videojuego y, ante todo, hay que disfrutarlo. Por todo ello, Thimbleweed Park es la máxima expresión de la aventura gráfica, una auténtica obra maestra, una oda al género que marcó a toda una generación.