Pese a que nos remitimos a una estirpe no muy regular en términos de apariciones, los juegos side-scrolling suelen gozar de gran apología dentro de la industria. En líneas generales, cada obra que se sitúa a sí misma dentro de tal estilo de composición jugable, al igual que los beat 'em up, suele tener una grata recepción y, simultáneamente, se adjudican un grupo de seguidores que de manera encarecida comparten sus gratas experiencias; en ese entonces, ¿qué sucede cuando combinas ambas variantes con un diseño estético espectacular y un contexto argumental vikingo basado en hechos reales? Pues se obtiene Wulverblade, la obra de Darkwind Media que, haciendo honor a la descripción previamente planteada, nos hace compartir en este análisis una más que grata experiencia.
En esta travesía, presenciamos el periplo de Caradoc, el líder de una tribu de Britania que, junto a sus compañeros Brennus y Guinevere, se preparan para afrontar el asedio de la IX Legión Romana, uno de los ejércitos más poderosos del segundo siglo después de Cristo. El magno imperio se acerca vertiginosamente hacia los clanes del norte y nuestra terna de héroes ha de evitarlo, razón por la que emprendemos un viaje conjunto en el que, encarnando a cualquiera de los involucrados, estableceremos múltiples diatribas en búsqueda de la libertad y, más particularmente, la salvaguarda de su inherencia.
Así, pues, comenzamos nuestro periplo con un objetivo que, si bien se mantiene hasta el final, nos ofrece un modo campaña ciertamente destacable. Aunque cuenta con una duración no muy extensa, el tempo que alberga la serie de sucesos que se ciernen sobre nosotros es uno adecuado a la clase de narración que el estudio desea presentar, siempre manteniéndonos en constante combate pero, aun así, estableciendo una magnífica sincronía respecto a lo argumental, especialmente al tener en consideración que esta faceta, de por sí, es muy visceral, ergo, el paralelismo que se determina entre ambos apartados luce una loable combinación, la cual empodera en estimable magnitud la calidad del título.
Inspirándose en piezas como Golden Axe, Sengoku y Knights of the Round, Darkwind Media crea un andamiaje en el que la simpleza y diversión mecánica de los beat 'em up se ve adecuada a un marco de transición lateral que rememora a diversos títulos de antaño pero que, debido a la calidad de su materialización, se siente muy contemporáneo y brinda entretenimiento armónico; una notable proporcionalidad entre aquéllo que representa su germen y aquéllo que lo desmarca de sus símiles para erigirse como un producto tan familiar como fresco.
En términos más específicos, los 3 mencionados protagonistas serán nuestros avatares jugables, y cada uno presenta, además de un movimiento especial distinto, un estilo de combate diferentes: Caradoc es un guerrero intermedio, mientras que Brennus está más abogado a la fuerza y a la vida y Guinevere adolece de menos capacidad de aguante pero una agilidad mucho mayor. Todos son fácilmente distinguibles entre sí, tanto en lo visual como en lo lúdico, y compartir con un amigo en cooperativo da la oportunidad de ver su sinfónica compenetración, no obstante, también es cierto que se echa en falta un mayor número de personajes, al igual que, teniendo en cuenta la rapidez de los combates y el número de contrincantes, el adoptar movimientos más toscos en lugar de unos más vertiginosos y dinámicos resta a las capacidades de reacción, y corta negativamente el buen fluir de la beligerancia.
Aun así, son condiciones polutas que se pueden obviar porque, hablando de la estructura jugable, Wulverblade es muy sólido. Efectivamente, se notan y, de no ser una realidad, nos hallaríamos ante un producto todavía más prolijo, mas diversos aspectos como el parry -la capacidad de contraataque al bloquear en el momento adecuado-, rodar, arrojar las partes desmembradas de los enemigos caídos en combate al igual que sus armas o tomar a los romanos y demás y golpearlos hasta que lograr el desprendimiento de su cabeza son situaciones que ayudan a difuminar las incapacidades que, sin posibilidad de evitarlas por completo, adolece la producción, a pesar de que sus bondades sean superiores a sus errores.
Por otra parte, cabe destacar que la falta de contenido de su campaña -lo que no le resta nivel, eso sí- recibe un apoyo por parte de los otros modos de juego ya que, además de sí, también tenemos la posibilidad de jugar en cada escenario en formato de oleadas para registrar nuestros mejores puntajes, al igual que una segunda visita a los acontecimientos tras haber finalizado por primera vez el modo tradicional con un gigante cambio que, para evitar spoilers, no compartiremos. Paralelamente, para aquéllos que gusten de los retos, existe la posibilidad de jugar su variante Arcade, en la que sólo se cuenta con vidas limitadas para poder superar los ocho capítulos, desafío que, seguramente, al no olvidar que hablamos de una pieza fuertemente destinada a la autosuperación y a la comparación de nuestras destrezas con otros jugadores, gustará a más de un consumidor.
Y, en lo que a destrezas se refiere, no caben dudas en que el momento en que más necesitamos de probar nuestra valía con la espada es ante los jefes finales, quienes no sólo ofrecen el reto más arduo sino que, al mismo tiempo, representan el pináculo argumental, artístico y jugable de toda la épica. Hay un estimable número de ellos y cada uno nos invita a un enfrentamiento único dentro de sus homólogos, aunque todos comparten que, para vencerlos, hemos de utilizar todas las herramientas a nuestra disposición, incluido así un poder que desata la ira interna de nuestros bárbaros y que nos hace recuperar los puntos de vida, hecho a subrayar al definir que es la única manera de hacerlo junto a esporádicos alimentos -y setas para el maná- que aparecen tras la aniquilación de ciertos enemigos u objetos del entorno.
Por tales motivos, resulta desafortunado el contraste que existe entre los mencionados adversarios únicos y los antagonistas comunes, ya que éstos pueden ser derrotados de manera muy similar. Aunque nos encontraremos con diversos tipos de enemigos, entre los cuales resaltan los que tienen escudo y los que usan arco, la mayoría de los mismos sólo varía en lo óptico, mientras lo mecánico se remite a un accionar similar en cada eventualidad: atacar sin más. Ésto, por su lado, es desafortunado porque cabría esperar más de una labor de tan férreas tesituras como la de la desarrolladora protagonista, sin embargo, insistimos, no restan mucho más a un resultado que, en síntesis, cumple con creces su cometido inicial y final: divertir -a la par de informar, pues hay hincapié en mostrarnos la historia en la que se basa mediante documentos e interesantes vídeos que se encuentran a lo largo de todos los niveles-.
Con magnas cotas de cariño, énfasis y atención por los pequeños detalles de por medio, el veredicto es inexorable: Wulverblade es una magnífica obra. Sí, cuenta con poco contenido a largo plazo y sus mecánicas poseen inconvenientes en específicos momentos, pero la suma de sus partes convergen en un todo que sobresale en cada ámbito que analizable, y ello amerita reconocimiento para Darkwind Media.
Gracias a ello, nos sentimos cómodos con la recomendación de su adquisición, pues lo armónico de su argumento con su jugabilidad, junto a un excelente contraste entre la visceralidad de sus temas y lo sosegado de su intención educativa, se reúnen para convidarnos a disfrutar de una odisea sumamente grata que, más que producto, simboliza la conceptualización de 'calidad' como una pieza de arte interactivo.