Hay ocasiones en las que los videojuegos traspasan la pantalla y transmiten unas sensaciones que otros medios simplemente no pueden. La sensación de ponerse en una situación que acontece frente a las retinas del espectador es especialmente difícil de transmitir. Podemos llegar a empatizar con el personaje que nos están mostrando, pero, ¿conseguir que nos sintamos literalmente en su piel? ¿Calzando sus zapatos? Eso es algo con lo que juegan los desarrolladores de videojuegos, y en numerosas ocasiones lo hacen muy bien.
El mejor ejemplo para ilustrar lo anteriormente mencionado son títulos como Life is Strange, de Dontnod Entertainment, o las aventuras gráficas de Quantic Dream o Telltale Games, cuya narrativa se adapta en gran medida a las decisiones del propio jugador, haciendo que cada una de ellas deba ser tomada con cautela, teniendo en cuenta las consecuencias que puedan venir después.
Hoy, sin embargo, no vamos a centrarnos en The Wolf Among Us. Tampoco en Heavy Rain o The Walking Dead. La magnífica obra de Telltale es carne fácil para artículos sobre el impacto de la moralidad del jugador en un videojuego, por lo que hoy nos centraremos en un título que abarca este tema desde un punto de vista algo distinto y que, por supuesto, tampoco se halla falto de zombis. Hablamos, por supuesto, de The Last of Us.
The Last of Us es un juego completamente lineal, de eso no hay duda alguna. De hecho, ya discutimos la importancia de la relación entre Joel y Ellie, los protagonistas de la historia. Dicha relación es algo inalterable, se muestra al jugador tal y como Naughty Dog, desarrolladora tras el título, deseó en su momento y no hay nada que el jugador pueda hacer para que esta varíe en lo más mínimo. Esto, no obstante, no quiere decir que no haya ciertos lugares de la trama en los que, aunque sin tener impacto sobre la misma, el jugador que sostiene el mando puede tener intensos debates de moral entre las sienes.
En los últimos compases del juego, Joel se halla ante una situación que jamás habría imaginado. Primeramente, ha conseguido tras un largo camino llegar a su destino: el laboratorio de los Luciérnagas. Lo que encuentra al llegar, sin embargo, dista mucho de lo que había imaginado. Resulta que sí que están buscando una cura para el hongo córdyceps y Ellie parece ser la clave para encontrarla, hasta ahí todo correcto… pero ella debe morir para extraerle la parte que necesitan, y Joel no va a permitir bajo ningún concepto que le arrebaten a su "hija" por segunda vez.
Si The Last of Us fuera un juego de Telltale es más que probable que en ese momento aparecerían en la pantalla dos opciones que acelerarían el corazón del jugador: aceptar la muerte de Ellie y marcharse o bien abrirse camino a través del hospital a balazos hasta encontrar la sala donde la están operando. A Naughty Dog, no obstante, no le hace falta ofrecer tal decisión al portador del mando pues es probable que, tras todo lo vivido en el juego, la primera opción sería elegida tan sólo por los que, en una segunda pasada, quisieran ver el final alternativo del título.
Es justo al final del juego, cuando Joel llega al mencionado quirófano, que Naughty Dog demuestra una vez más su maestría para contar historias y transmitir sensaciones. Si bien es cierto que se podría considerar más o menos moral terminar con la vida de los hombres de David (que tan sólo buscan sobrevivir) para abrirnos paso a lo largo del campamento de bandidos y salvar Ellie, o incluso matar a los soldados del ejército (que tan sólo buscan mantener la paz), lo que no tiene justificación posible es matar a sangre fría a los médicos que la están operando. Ellos no están armados, son civiles que buscan únicamente la cura para la humanidad, buscan tener esperanza. Una esperanza con la que la propia Ellie está de acuerdo, y eso tanto Joel como el jugador lo saben.
De hecho, matar a los médicos es algo completamente opcional. Ni siquiera ofrecen resistencia alguna o hacen que el juego resulte más sencillo si no están. Incluso algunos se esconden mientras otros piden clemencia.
Es probable que, pese a todo eso, más de uno habrá pulsado el gatillo sin remordimientos.
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