Desde hace siete años, soy un jugador inconstante de Hearthstone. Sí, 'inconstante', como sinónimo de 'me cuesta ser regular y, aunque siempre lo dejo, siempre vuelvo'. Se trata de una relación cíclica en la que, sin puntos medios, o estoy completamente enganchado o estoy completamente alejado de la Taberna. Actualmente, esta última es la etapa imperante en mi relación con el título de Blizzard, sobre todo por una razón que se ha repetido mucho en mi historia con el juego: sus expansiones me encantan sin falta, pero me toma pocos meses dejar de jugar.
A día de hoy, ni siquiera pretendo ocultar que así es cómo veo el trabajo de Team 5: como un muy álgido o muy olvidado hobbie al que le dedico todo el tiempo de mi día a día o nada, según el momento. No obstante, ahora que he tenido la oportunidad de disfrutar de Divididos en el Valle de Alterac, su nueva expansión, no solo he caído en la conclusión de que ha llegado la hora de volver a disfrutar del juego como antes, sino que también he recordado una vez más por qué Hearthstone es el rey indiscutido del género de las cartas coleccionables.
Siguiendo la fórmula ya establecida tiempo atrás, Divididos en el Valle de Alterac se centra en las mismas adiciones focales que sus antecesoras: una nueva palabra clave, un par de nuevos tipos de cartas y claros arquetipos para cada clase. Aunque cabría pensar que la constante repetición del modelo devendrá en su eventual desfase, lo cierto es que a día de hoy continúa logrando los cometidos por una sencilla razón: la ejecución de cada una de estas aristas es simple y llanamente magistral en términos de diseño.
Como consecuencia, se han visto renovadas las líneas hasta ahora asentadas en el videojuego por Unidos en Ventormenta, de modo que se siente fresco incluso sintiéndose familiar. Esto, claro está, puede ir en detrimento de ciertos jugadores que aspiren a una completa renovación del metajuego, siendo que tal posibilidad, considero, no se dará en esta ocasión. En cambio, lo comenzado en agosto experimentará una continuación que gustará especialmente a aquellos que disfruten de los mazos de control y los mazos agresivos, no tanto así con los fanáticos del tempo.
A lo largo de los años, Team 5 se ha consumado como una de las divisiones más prolíficas dentro de Blizzard. Las razones, diría yo, sobran de forma considerable, mas hay una en específico que siempre me ha parecido su más importante activo: su inteligencia. De cierta manera, da la impresión de que el equipo tiene preparadas las ideas de múltiples expansiones futuras con estimable antelación, porque solo ello respondería a su religiosamente regular proeza de crear contenidos muy entretenidos y, en consecuencia, sencillos de explotar en el tiempo.
Particularmente, Divididos en el Valle de Alterac ha de otorgar tal noción a la mecánica Puntos de honor: un sistema que, por primera vez en Hearthstone, enfrentará formalmente a la Horda y a la Alianza en una especie de guerra que perdurará desde diciembre hasta enero. Tan solo por jugar, aunque más por ganar a los miembros de la facción antagonista, los jugadores sumarán puntos para su propio bando, deviniendo así en una serie de premios para los vencedores una vez termine el plazo estipulado.
Lo anteriormente descrito, en principio, puede que resulte reducido en términos de magnitud, pero es el inicio de una premisa muy explotada en World of Warcraft y que, aquí, parece que empezará a ser utilizada también: la pasión con la que los defensores de la Horda y de la Alianza se enfrentan a nivel global. De este modo, al igual que sucedió con el mapa de recompensas, queda claro que Blizzard continúa creando sistemas muy esperados que puedan ser expandidos con el tiempo, y eso hace que sienta mucha expectativa sobre cómo ahondarán en este enfrentamiento en el futuro.
Hearthstone, indiscutidamente, es el principal referente de las cartas coleccionables, y Divididos en el Valle de Alterac es un perfecto recordatorio de por qué. El trabajo de Blizzard se encuentra a años luz de sus congéneres, constituyéndose en un videojuego que, a pesar de tantos contenidos y añadidos que ha recibido en sus años de vida, continúa encontrando ramificaciones con las que generar una propuesta más profunda. Por ello, sin ser tan rompedora, esta expansión es la base de lo que, asumo, será el nuevo enfoque de la obra.
Por lo tanto, sí, volveré a jugar Hearthstone. Después de un trimestre sin tan siquiera aproximarme a él, esta última fase de pruebas me ha dado razones para regresar; no solo por los nuevos y entretenidos arquetipos que han surgido y surgirán, sino más bien para prepararme adecuadamente ante esta previsible nueva y pasional etapa del videojuego. Si me equivocaré en mis proyecciones o no solo el tiempo lo dirá, mas procuraré que la próxima era de la obra me encuentre tan bien posicionado como el propio título se encuentra dentro del ecosistema actual de multijugadores.
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