Ante la pregunta de ‘’¿Cuáles son los candidatos a GOTY de este año?’’ Dragon’s Dogma 2 es un juego que da un paso al frente y estira el brazo hacia delante para contestar desde la más absoluta convicción: ‘’sujétame el cubata’’.
Entre la primera demo que tuve la suerte de probar y una segunda preview de la que he podido extraer estas impresiones finales, habré pasado unas 5 horas con el juego, pero no es un título al que se le puedan aplicar las reglas habituales sobre las que funciona esa ilusión a la que llamamos tiempo. Sobre todo, porque unas horas con el juego han bastado para que en mi cabeza no haya espacio mental con el que guardar algo de interés por el resto de lanzamientos del año.
Tras este segundo evento de Dragon’s Dogma 2 donde lo jugué durante algo más de 3 horas no tengo complejas interpretaciones sobre su diseño, ni una vaga enumeración de sus mecánicas con la que tratar de resumir en qué consiste el juego; solo un impacto puro y lo bastante fuerte como para saltarse todo ese difuso proceso de análisis racional.
Una interacción surge en mi cabeza como un acto reflejo que, ante la pregunta de ''¿Podría ser uno de los mayores bombazos de 2024?'', salta como un resorte para que mi boca solo pueda articular un ‘’joder y tanto que sí’’.
El valor de Dragon’s Dogma 2 residen en las experiencias que vives con él y no en destripar sus mecánicas a nivel formal para repetir por enésima vez cómo el juego sabe ver más allá de la conceptualización clásica del mundo abierto dentro del género RPG.
Es por eso que así están construidas estas impresiones finales, desde el más absoluto núcleo experiencial de mi cuerpo que solo se puede materializar a través de un relato sobre lo que pasó en esta nueva demo que probé, la cual estaba dividida en dos secciones:
Después de habituarme a los controles del juego, un habitante del pueblo me asaltó para comentarme que su nieto había desaparecido hace días y que lo buscara por él si podía hacerle el favor. Aquí es justo donde Dragon's Dogma 2 muestra uno de sus principales atractivos: el juego te da las pistas justas y necesarias de cara a cumplir un objetivo y no te lleva de la mano, por lo que tocaba preguntar por la villa para averiguar si alguien sabía algo más.
Durante la labor de recogida de datos y después de contestar a dos tipos que no iría en busca de su piedra mágica porque había un niño perdido que probablemente estaba siendo devorado por lobos en esos momentos, una chica reveló que el chaval estaba obsesionado con un tipo de flores concreto que a veces recogía para regalárselas a su abuelo. Y daba la casualidad, de que había una colina cercana en la que estas crecían de forma natural.
Tras concretar con otro habitante que ese debía ser el punto de partida del rescate porque habían visto allí al chico por última vez, me dirigí a la zona para investigar, pero no encontré absolutamente nada. Me pasé gran parte del día dando vueltas por allí sin hallar una sola pista que indicase el paradero de aquel chaval hasta que el cielo se empezó a oscurecer y opté por regresar al pueblo con tal de empezar alguna otra misión.
Ante lo frívolo que me sentí modificando mi equipamiento para ver qué objeto me subía unos puntos más la defensa mientras era consciente de que había un chico que probablemente se iba a morir si nadie le encontraba, decidí darle una segunda oportunidad a la colina cuando cayó la noche y tratar de retomar la misión.
La noche en Dragon’s Dogma 2 esconde serios peligros. La sangre de las bestias que acechan en la oscuridad se altera para que se vuelvan más fuertes y hay entidades de orígenes desconocidos ocultos en las sombras a las que no te conviene acercarte mucho, por lo que debía darme prisa.
Cuando volví al camino hacia el montículo, la tenue luz de la luna hizo evidente algo que no había sido capaz de ver durante el día: aquello no era un campo de flores, sino un cementerio. Fue entonces cuando, de entre las tumbas que había colocadas por allí de forma errática, emergió a mis espaldas un atronador gemido de ultratumba. Cuando me giré, me vi sorprendido por los brillantes ojos rojos de un mago no muerto cuyo rostro se iluminó gracias a los sellos de los hechizos de fuego que empezó a invocar en el aire.
La inesperada situación dio un irónico giro de 180 grados: fui allí con intenciones de salvar a un chico de la muerte, pero fue la muerte la que se acabó encontrando conmigo. Después de un largo combate con múltiples intercambios de punzadas de lanza, aquel nigromante cayó y el cielo se volvió a despejar para mostrar una claridad nocturna increíblemente bella.
Cuando fui al cuerpo de aquel mago para saquearlo y puse por fin la mirada sobre el suelo mis ojos se percataron de algo que era imposible de percibir durante el día. Aquellas flores brillaban a la luz de la luna con un color azul espectral y junto a ellas había pétalos esparcidos por un camino que se alejaba en una dirección concreta. Aquello era, evidentemente, un rastro.
Al margen de lo peligroso que era ya de por sí avanzar con muy poca luz por unos serpenteantes caminos que se desplegaban al filo de un cañón de varios metros de altura, hubo más enfrentamientos en el camino, como ese ogro camuflado en la ladera de piedra de un desfiladero que sorprendió al grupo con un chillido que casi parte la noche por la mitad y provocase que nos despeñáramos por el barranco.
Y aún con todo ello, conseguí llegar a una pradera donde se acababa el rastro de pétalos, por lo que era momento de descentrar la mente de lo que le llegaba de los ojos y acomodarla a la información que recibiese de otros sentidos. Fue entonces cuando escuché el grito de auxilio de alguien a lo lejos, el cual seguí hasta toparme con la entrada a una cueva infestada de huesos y cadáveres semi descompuestos de otras criaturas.
Al entrar en aquella gruta sin dejar un solo lobo vivo a mi paso, acabé encontrando al chico con el que tuve que cargar de vuelta al pueblo para terminar la misión. Una vez volví a la villa y fui consciente de la increíble aventura que se había generado de forma orgánica ante mis ojos y a través de mis acciones, estuve a punto de levantarme de la silla e ir al baño a echarme un poco de agua para poder seguir con la demo sin taquicardias ni sudores incontenibles de hype.
En la segunda parte de la demo opté por no seguir ninguna misión y lanzarme a explorar las inmediaciones de la zona con tal de mirar qué ofrecía el mundo abierto en términos de exploración de forma natural. Y os prometo que vi más cosas que en un mes completo de juego a cualquier otro título de mundo abierto:
He estado intentando evitar mencionar a Breath of the Wild o Elden Ring durante estas impresiones, pero es que me es imposible en este punto. Creo que Dragon’s Dogma 2 pertenece sin duda alguna a esa selecta élite de mundos abiertos donde se te ofrece una experiencia no guiada; una aventura colosal compuesta por situaciones más pequeñas que se concatenan entre sí a lo largo y ancho de un terreno en el que todo ocurre de manera orgánica.
No creo que haga falta que defienda Dragon’s Dogma 2, dado que pienso que es uno de esos juegos que se defenderán solitos cuando salgan. Han pasado 10 años desde el primer juego y los fans ya hemos hablado de él hasta la saciedad. Es hora de que nos callemos y sea ahora Capcom la que hable.
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