Supongo que habrá mucha más gente que haya tenido la misma experiencia que yo en cuanto a la manera en la que se nos obligó a aprender cosas cuando éramos niños: las horas interminables sobre el pupitre escuchando cómo aquella profesora de física leía las partes de libro que teníamos que subrayar para memorizarlas y vomitarlas dos semanas más tarde en un examen. Aquel profesor de matemáticas que cayó de carambola en el instituto 5 años antes de jubilarse porque le habían echado de su trabajo y que sabía mucho de integrales, pero absolutamente nada de dar clase.
Siempre viví la infame ''vuelta al cole'' como un frenazo de un verano al que no habías terminado de sacar partido; como una especie de encarcelamiento del alma que duraría 9 meses hasta que tuviéramos que hacer un baile ridículo y descoordinado en la obra de fin de curso del colegio como pago antes de volver a ser libres. Pero había una salida: la sensación de estar atrapado en un sitio en el que no quieres estar lleva a tu cerebro a soñar con otras realidades alternativas. Esa es la razón por la que la escena que tengo grabada a fuego en la cabeza de la primera película de Harry Potter no es otra que cuando la casa en la que vive empieza a inundarse de cartas de invitación a Hogwarts.
Ambos aspectos de la experiencia estaban presentes ahí: la amargura de volver a las clases y, al mismo tiempo, el vértigo de saber que allí le esperaban a Harry cosas increíbles por vivir. Así sentía aquella escena: como el punto de partida de un viaje que nunca olvidaría. Y, precisamente con esa misma sensación en el pecho, viví el momento exacto en el que pulsé el botón start en la pantalla de inicio de Hogwarts Legacy para dar paso a la primera cinemática del juego.
No hay un juego que me haya hecho sentir lo que mi cuerpo vivió con Hogwarts Legacy mientras duraba la demo. Antes de pasar a comentar dos de los apartados del juego que más pude contemplar durante la prueba, tenía que sacarme esto de dentro. Ahí estaba yo, sonriendo como un tonto delante de la pantalla. Quizás una parte de dicha ilusión sea porque Harry Potter es una saga que llevo en el corazón, al igual que muchos de vosotros y vosotras. Pero también hay que darle al juego el mérito que tiene: es tanto el contraste de calidad que existe entre este juego de la franquicia y todos los que han salido antes, que es muy complicado no llevarse las manos a la cabeza al volver a pensar en él después de jugarlo.
Seguramente me esté aventurando demasiado, sobre todo al haberlo podido probar durante tan solo una horita, pero Hogwarts Legacy puede convertirse en el bombazo más grande de 2023 si el juego completo consigue continuar la estela de lo que probé. En este sentido, Hogwarts Legacy es el punto de partida hacia un viaje increíble y, al mismo tiempo, un punto de no retorno para una saga que ha ido dando más bandazos de los que a los fans nos hubiera gustado.
Después de la cinemática inicial y de una primera misión introductoria, en la demo saltamos directamente al patio delantero del castillo donde podíamos hablar con otros alumnos y participar en algunos minijuegos. Pero en cuanto me dieron libertad total, no me pude resistir: saqué la escoba del tirón y me puse a dar vueltas por las laberínticas cornisas de la fortaleza.
Qué hermoso es Hogwarts Legacy en este sentido; qué acertada sensación de magnitud te provoca subir a lo más alto del castillo y contemplar el horizonte desde allí; qué llena de vida, secretos, actividades y detalles para el fan está la academia más famosa del mundo mágico. Una imagen vale más que mil palabras... así que os dejo con el paseo que me di por los cielos con mi escoba a continuación.
Uno de los puntos que más escepticismo me despertó al ver los avances iniciales del juego era su sistema de combate. Por algún motivo, en mi cerebro la cosa funcionaba como en la saga Batman Arkham: el protagonista se ve rodeado de un puñado de enemigos que esperan amablemente su turno a ser vapuleados. Pero, en este sentido, Hogwarts Legacy me ha desarmado. No es un combate sobre el que pueda tener una sola queja: todo funciona como un tiro; como una armoniosa concatenación de luces de colores en forma de hechizos que, si salen bien, acaba contigo en pie y con los malos incoscientes y achicharrados en el suelo. Estas son algunas de sus claves:
Normalmente no me hypeo tanto con estas cosas, pero hay algo en Hogwarts Legacy que me impide no comportarme así. Quiero creer que es el juego que todos merecíamos. Quiero volver a esperar un lanzamiento futuro con la ilusión de antes. Si el juego no acaba siendo lo que promete, la hostia será dura, pero en la casa Slytherin tenemos un dicho: pero sería ser de Hufflepuff.
Más allá de lo que os he contado aquí, me veo en la obligación de dejar salir todo lo que tengo dentro, por muy desordenado que quede, dado que no puedo permitir que todo lo que sentí al jugarlo se limite a una enumeración simple de apartados jugables: Hogwarts Legacy es un juego para el que no estaba preparado.
Lo que pude probar casi me hace entrar en una combustión espontánea de ilusión que quemó todos los andamios sobre los que he ido construyendo mi adultez. Esta demo logró que visitara de nuevo la esencia de lo que supone algo por descubrir; que me imaginase a mi yo de 13 años y pensase: ''si él llegase a ver esto, seguramente se lo tendrían que estar llevando en ambulancia al hospital más cercano por paro cardiaco''.
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