Hace casi un año y medio que llegaba a Steam un pequeño juego titulado Stardew Valley. Sin hacer ningún tipo de ruido se lanzaba en la plataforma de Valve para, gracias a los votos de los usuarios y la rápidamente creciente comunidad de jugadores, convertirse en uno de los títulos independientes más sonados de todo el año. Tanto es así que incluso la editora Chucklefish quiso apoyar el proyecto y permitió a Eric Barone, único desarrollador de la obra, lanzar más y mejor contenido en los meses que siguieron al lanzamiento.
Pero el éxito de Stardew Valley no se detuvo aquí y, con una comunidad activa y volcada, la vida de la granja consiguió ir encandilando a más y más jugadores hasta llegar a finales de año a PlayStation 4 y Xbox One, logrando así alcanzar a un público mucho más extenso. Y estos usuarios, los de consola, recibieron el juego con tanto cariño como lo habían hecho meses atrás los de PC, haciendo que los responsables de la venta de este simulador se decidieran a lanzar una edición coleccionista en físico para las consolas. Y precisamente ahora que esta edición física se ha puesto a la venta, vengo a contaros por qué Stardew Valley es una obra a la que todo el mundo debería darle una oportunidad.
¿Quién no ha soñado alguna vez con abandonar la ajetreada vida que la mayoría de nosotros vivimos en las ciudades para disfrutar de la compañía de la naturaleza en una granja alejada de las grandes urbes? Stardew Valley parte de esta premisa y nos traslada al mundo rural para, sin necesidad de ensuciarnos las manos, ponernos a cargo de una granja con todo lo que ello conlleva. Desde el primer momento se nos deja claro que estamos ante un juego de gestión en el que, ante todo, tenemos que sacar adelante el proyecto que tenemos entre manos. No estamos de vacaciones ni disfrutando del relax de la naturaleza, estamos aquí para trabajar en una granja.
Sí, Stardew Valley es uno de esos "job simulator" en los que, cuando llegas a casa después de un duro día de trabajo, el videojuego te exige realizar tareas tediosas que, a priori, no desearías tener que hacer. Pero aquí es donde reside la magia del juego; y es que todo, absolutamente todo lo que debemos hacer para que nuestra granja crezca es un pequeño alivio. La magia de la naturaleza se entremezcla en Stardew Valley con la familiaridad que adquirimos con las diferentes acciones, el entorno y los personajes para dar como resultado una obra capaz de relajarnos sin que nos demos cuenta.
Y lo mejor de todo esto es que estas acciones que consiguen atraparnos en Stardew Valley no lo hacen únicamente a través de entretenernos. No tiene nada que ver con la sensación de "grindear" o estar obligado a hacer determinadas acciones porque son las que convienen en cada lugar, sino que lo que este juego nos propone es sentir y dejarnos llevar. Hay cientos de cosas que hacer en cada instante y podemos construir y avanzar en nuestra granja como queramos. Y esto forma una experiencia mucho más personal de lo que podemos llegar a imaginar antes de jugar pues cada jugador realiza sus acciones, se encariña con su granja y forja relaciones con los personajes que quiere (pudiendo llegar a casarse con algunos de ellos). Así, Stardew Valley consigue tener ese carisma que transforma la repetición en una tierna y relajante rutina. El mejor ejemplo de esto es, probablemente, el hecho de que cuando tenemos una mascota podemos rellenar su cuenco de agua para que beba; realizar esto no nos aporta nada jugablemente, al igual que no realizarlo tampoco hace que la mascota muera ni cambia nada. Y sin embargo ahí estamos, día tras día rellenando ese cuenquito como el que lo hace para su mascota en la vida real. Así es cómo Stardew Valley consigue meterse en nuestros corazones.
¿Qué hace de toda esta repetición y rutina una experiencia tan encantadora y capaz de calarnos tan profundo? Pues el carisma que el juego rebosa por todos lados. Si no fuera por esa estética retro tan colorida, por esos personajes que nos acompañan en nuestras andadas y toda esa atmósfera rural que consigue sumergirnos en las tareas de la granja, creedme que Stardew Valley no sería ni la mitad de lo que es.
Y lo mejor es que esta entrañable obra no solo está aquí para entretenernos y encandilarnos, sino que, tras todo esto, es capaz de llevar al público un mensaje importante, un mensaje que nos ayude en la vida real. Stardew Valley, sin hacer demasiado ruido, es una de esas obras que, con su simple jugabilidad y premisas, es capaz de trasladar una crítica a la industrialización masiva y a las grandes corporaciones mientras nos insta a proteger nuestra naturaleza y disfrutar de las pequeñas cosas.
Stardew Valley es uno de esos juegos que nos atraen con unas premisas sacadas de un título que disfrutamos hace muchos años (en este caso, los Harvest Moon clásicos), pero que no solo se limita a imitar una fórmula, sino que la expande y es capaz de superar en casi todos los aspectos aquello que toma como fuente de inspiración. La obra de Eric Barone es una auténtica oda a la naturaleza y la rutina que viene embotellada con un extra de carisma.
El universo que se nos plantea es realmente absorbente y tiene esa chispa, ese "je ne sais quoi", que consigue enamorarnos desde el principio y atraparnos con las miles de cosas que Stardew Valley nos permite hacer. Por todo ello, este es un título que, si aún no habéis podido disfrutar, a buen seguro que merecerá una oportunidad; y si, como yo, sois de los que ya le habéis dedicado un buen puñado de horas, creedme que no está de más volver a disfrutar de esta pequeña gran joya en una nueva plataforma, y mejor aún si viene con una edición coleccionista.
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