Ningún clímax se puede mantener en el tiempo, y menos uno como el que "Dororo" saboreó en su último episodio. Tras varias semanas de road trip convencional con arcos autoconclusivos y un desarrollo de personajes atado a la construcción general de la trama, MAPPA saltaba al ruedo con uno de los momentos más importantes para la evolución de Hyakkimaru. La marioneta abandonaba por poco tiempo su misión de venganza, dejaba de ser la víctima, para convertirse en una figura activa. Mio llegaba a su vida como la primavera lo hace al invierno; renovando todo lo muerto para reemplazarlo por color. Sin embargo, el universo de Tezuka es demasiado frío para que florezca nada.
La muerte de la enamorada impactaba con fuerza no solo en los personajes, sino también en la audiencia. La fórmula del estudio estaba funcionando. Existen puentes de conexión emocional con el niño y su aniki (兄貴) particular. Algo que Furuhashi sabía aprovechar demostrando todas sus habilidades como director. La bestia contenida en la que se había convertido el anime tras ese inicio dramático quedaba libre por pocos segundos. Suficientes para aportar la adrenalina que necesitaba una trama que comenzaba a pecar de conservadora. Esta semana toca volver a respirar.
Con Mio todavía en la retina, Hyakkimaru y Dororo se echan de nuevo al camino. Vuelve el youkai de turno, los personajes recurrentes, y la subtrama con cierta moralina disuelta en indulgencia. MAPPA vuelve a refugio seguro transmitiendo seguridad. Resulta curioso percibir cierta calidez al regresar a un esquema que se ha mostrado tirano en no pocas ocasiones. Sin embargo, es ahí donde la serie funciona y sabe sacar lo mejor de sí misma. ¿De qué hablamos en esta ocasión? Si la historia previa a su romance discurría por conceptos como la familia, el honor, y la dependencia, en esta ocasión se enfrenta a la vida.
"Dororo" tan ligada íntimamente a la muerte y al sufrimiento, mira a su contrario para encontrar contrastes de los que sacar juego. Los guionistas, entendiendo la experiencia por la que acaba de pasar Hyakkimaru, ponen en el camino un arco paradójicamente relacionado con aquello que él mismo acaba de perder. Ni el guion ni los personajes de la historia de la araña Jorogoumo (女郎 蜘蛛) están al nivel de otras aventuras vividas en el pasado, pero su conclusión es tan poderosa como efectiva para el viaje de los protagonistas. Y qué mejor que darle la vuelta al maniqueísmo de este universo que colocando a los monstruos al mismo nivel ético y existencial que los humanos. Eso sí, con cierta trampa.
Aunque el estudio ha logrado dar forma a una persona con sentimientos y voluntad sin recurrir a las palabras, aquí no se muestran tan habilidosos. Para desdibujar la entelequia clásica, e incluso mitológica en torno a las criaturas del inframundo, MAPPA recurre a la identificación por similitud. Sí, sigue siendo un monstruo que absorbe la energía vital de los humanos, pero se mueve y se comporta como una persona normal. Con esa base Furuhashi no encuentra casi ningún problema para trazar una corta subtrama romance, que si nos detenemos a valorar, no está tan lejos de lo que el propio Hyakkimaru y Mio vivieron; una relación simbiótica entre un humano y un monstruo.
¿Qué es lo que no termina de encajar aquí? ¿Por qué entonces no empatizamos igual con Ohagi y Yajiro? La respuesta está en la intencionalidad de los participantes de la relación. Aunque Hyakkimaru y Mio también se conocen en un momento de extrema necesidad, la naturaleza de su relación nunca responde al interés material. Hay una conexión real entre sus formas de ver el mundo y de relacionarse con los demás. En el caso de la araña nos encontramos con una interacción que aunque termina tornándose amorosa, no es más que un intercambio de servicios amparados en la necesidad emocional derivada de ellos; sustento vital para ella, y sustento emocional para él.
MAPPA no ofrece ni el contexto ni los mismos valores de producción para alcanzar ese espacio de intimidad pública que compartían el protagonista y su enamorada. Furuhashi no busca la satisfacción expositiva de determinadas escenas, sino que usa a los personajes como macguffins para poner servir a su fin discursivo . Yajiro no le tiene miedo a Ohagi porque no establece jerarquías entre los distintos seres que habitan la tierra. Para él vale lo mismo la existencia de un gusano que de un humano. “La vida es la vida”, le dice en un momento mientras libera a una cucaracha. “Tanto para humanos como para bichos”.
Los guionistas estiran hasta el límite la credibilidad de ese argumento extremista amparándose en el contexto del periodo histórico. Y es que la serie no nos está hablado de hormigas y gusanos, sino de la injusticia bajo la que viven todos los individuos de ese país en permanente guerra. Y lo traemos a la trama principal. Hyakkimaru no decidió su destino, ni pudo elegir sus condiciones de vida. Aceptó lo que le llegó, y se empeñó en vivir con todas sus fuerzas. El clasismo histórico de "Dororo" refuerza el techo de cristal que separa a los campesinos de los señores feudales, del daimyō,(大名), pero también a los ghouls de los humanos.
Durante semanas la serie ha estado gritando en silencio la condición del protagonista. ¿Qué le diferencia de los monstruos a los que mata? Tiene una porción de humanidad, es cierto, pero Ohagi también, y este quiere acabar con ella por considerarla una amenaza. Partiendo de esa igualdad aparente –y complicada de aceptar-, la relación entre una persona y un ghoul es perfectamente posible. Hyakkimaru no distingue entre seres no porque esté ciego, sino porque en realidad no hay nada que distinguir. El elemento común que los une, el color de las almas, se comporta igual tanto en unos seres como en otros. Los ciegos eramos nosotros.
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