Como resulta más que obvio, en todas y cada una de las categorías artísticas que se nos vengan a la cabeza en este instante, se requieren varios elementos para confeccionar una obra que merezca la pena conocer. En el caso de las películas, y como opinión personal, me resulta imprescindible una buena banda sonora que acompañe un buen guión, y en el tema de los videojuegos una historia que me atrape ya marca un principio en la degustación de cualquier título. Dependiendo del palo que toquemos y el género donde enfoquemos nuestra mira telescópica, podremos observar resquicios de una inspiración otorgada por grandes obras de terror de la literatura, una ciudad controlada por la mafia italo-americana, la violencia gratuita o la faceta más gamberra de un atrevido gentleman entrado en edad.
Si hay un género en el que la historia tenga que ser el mecanismo que active el interés del público, ese es el género de las aventuras gráficas; esas delicias que combinan de forma tan excelente la comedia, los puzles, el terror e incluso lo erótico. En cada paso que damos por la historia de los videojuegos, podemos observar como dicho género ha evolucionado y ha pasado de ser una aventura conversacional a ser un auténtico entresijo de detalles en escenarios dibujados con estricto mimo y dedicación. Entre ese lejano pasado y el actual presente, es imposible no irnos directos a 1982 para recordar el nacimiento de, probablemente, el máximo exponente dentro de las aventuras gráficas conocida como LucasArts: la leyenda en mayúscula, el Santo Grial del género, la espuma de la cerveza. Bien es cierto que si antes saciábamos nuestra capacidad aventurera con títulos en los que era imprescindible la lectura y la escritura constante, en 1987 el bombazo que supuso Maniac Mansion impactó a una generación que se entendía bien con el concepto aventura de LucasArts, con el concepto propio de la empresa de lo que era una aventura.
Ese boom ocasionado en 1987, con lo que empezó como un experimento, llevó a la empresa a seguir creando juegos de este palo y así llegaron títulos de gran tallaje, dignos de cualquier alabanza como pueden ser Zak McKracken en 1988 e Indiana Jones and the Last Crusade en 1989. Según pasó el tiempo, conocemos la inmensa mayoría sus bazas, su catálogo de indiscutible excelencia, y títulos al nivel de The Secret Of Monkey Island, el grandísimo Loom o el tronchante Sam & Max: Hit the Road, hicieron las delicias de miles de jugadores en todo el mundo: nos hicieron enamorarnos de las aventuras gráficas a toda una generación que bailaba al son de los FPS del tallaje de Doom o Wolfenstein 3D.
El 3 de abril de 2016 se cumplirán tres años desde que LucasArts, coaccionada por la estrategia empresarial de Disney, nos dijera adiós. Tres años que pesan en el alma de cada jugador que acabó hasta las narices —aunque a un servidor le enamore— de las frases de Stan S. Stanman, que repartió carcajadas por las cuatro paredes del cuarto gracias a Max o que brilló como un lucero con la mágica historia de Bobbin Threadbare. Pero bien es cierto, que aunque el abuelo haya fallecido, los nietos se encargan de seguir haciendo el trabajo de forma excelente y aunque no sea igual, logran gastar su herencia con sabiduría y sin premeditarse a la burda copia barata del género. Es así, que como ya se viene anunciando desde hace un tiempo, la nueva hornada de videojuegos de aventura gráfica están viniendo abriéndose paso en el tráfico que suponen los FPS de turno: casualidad, calcado al pasado hasta en este punto.
Entre tanto avance dentro del propio mundo de la aventura gráfica, tanto a niveles técnicos como interactivos, se han mantenido empresas como Daedalic Entertainment, nacida en 2007 y de origen alemán. Dicha empresa, a base de alma añeja y cuerpo moderno, nos han brindado verdaderos soplos de vientos venidos de un tiempo más agradable para la industria. Prueba de dicha teoría son el maravilloso Whispered World - habrá que estar atento a lo que se nos viene con Silence - o, como no, la estupenda saga Deponia que ha entrado directamente al Olimpo del género por su estilo visual resultón, su capacidad de enganche y un personaje como Rufus que encandila, enamora y da esperanzas de salvación a aquellos que creían el género perdido o muerto. Es por tanto una noticia excelente el nacimiento de esta nueva oleada, de este pequeño grupo selecto que busca atraer a un público encasillado en el pasado o directamente estrujar la mente de aquel jugador de FPS y darle a probar nuevas emociones diferentes a las del rol de super soldado contra una malvada legión enemiga. Las aventuras gráficas, ofrecen un panorama diferente basado en situaciones disparatadas, desternillantes e incluso escenas donde el sufrimiento permanece al lado del protagonista en todo momento, como en Dead Synchronicity donde el dolor es el horror permanente que miramos continuamente a los ojos, una experiencia poco agradable y a la vez, a pesar de su cruda puesta en escena, hace disfrutar como lo hacen pocas en el género.
Es atrevido —y a la vez muy cierto— decir que el género de la aventura gráfica es de los que nos está brindando mejor calidad, mejores historias y mecánicas que hereda de sus antecesores, pero que con un toque original las convierte en suyas. Daedalic y tantas otras compañías, visitan una y otra vez el santo sepulcro de su abuelo LucasArts, observando con detenimiento la tumba de tantos ídolos y llorando a rabiar por la muerte de un ser, que si bien ya estaba algo senil y la cordura no le daba para mucho, era muy querido y donde todo el mundo se vistió de luto para su funeral. Daedalic, como nosotros, siente ese llanto escapar de sus mejillas y afirma no dejar morir el reinado de su abuelo, y con nuevas intenciones, llevar el negocio familiar al estrellato sin olvidar que Bobbin, Guybrush, Indy, o el Dr, Fred le vigila y apoya desde algún lugar. Es entonces cuando Daedalic se marcha de nuevo a tierras germanas a trabajar en su proyecto y recuerda constantemente las últimas palabras de su abuelo: «Por favor, mantengan el nivel».
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