Análisis Overgrowth
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ANÁLISIS

Análisis Overgrowth

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Meses después de que Absolver representase una aproximación excelentemente novedosa para el género de la lucha, Overgrowth se presenta hoy ante nosotros para, de forma similar, ofrecer un prisma de visión diferente al que estamos acostumbrados. Luego de prácticamente una década de desarrollo, la labor de Wolfire Games, por fin, ha llegado a su punto culmen, permitiéndonos, en ese entonces, disfrutar de una de las creaciones de combate menos ortodoxas y más entretenidas de los tiempos contemporáneos, con notorios y sustanciales inconvenientes que pueden obstaculizar su plena recomendación pero, aun así, digna de ser tomada en consideración por la osadía de sus proposiciones.

En consecuencia, y paralelándose en estimable medida a la maquinación de Sloclap, este inédito título logra grabar su aventura con entrañable calidad en las sensaciones a través de encuentros cuerpo a cuerpo sumamente entretenidos, un curioso sistema de plataformas que concede grata satisfacción, un sentido estético bizarro y singular y, en general, una estructuración que, si bien ostenta problemas alusivos al interés que genera su historia, al control que tenemos sobre el personaje y a los movimientos que podemos realizar en el papel de éste -aspecto resaltantemente adverso para la obra-, presenta al jugador una travesía única de principio a fin, con momentos mecánicos memorables por su innata particularidad que nos hacen, tras todo, recordar lo vivido con emociones positivas.

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Oprimiendo a las bestias

En primera instancia, la cuestión que destaca tras el contacto inicial con el juego es su propio universo. A diferencia de lo usual -eventualidad que será constantemente señalada durante todo el análisis en casi cualquier tropo-, no presenciaremos seres humanos ni criaturas estilizadas sino que, en su lugar, esta travesía es protagonizada, deuteragonizada y antagonizada por animales de corte realista, siendo nosotros un conejo más que diestro para las artes marciales y el asesinato, Turner, y siendo nuestros compañeros y enemigos miembros de la misma especie junto a gatos, lobosperros y ratas, entre los cuales existen diversas relaciones pues cada uno cumple, relativamente, con una posición social dentro de su cosmovisión global.

Establecido ello, y en la piel de una belicosa liebre, emprenderemos una travesía hacia un puerto, denominado como White Flags, en búsqueda de paz -ya que le atormenta un pasado que descubriremos en una historia secundaria que funge como precuela a la principal-. Sin embargo, segundos después de arribar nos veremos en la nefasta realidad que se cierne sobre el pequeño poblado, el cual está siendo atacado por mercenarios esclavistas que siguen las ordenes de una serie de capataces que, a su vez, responden a la voz de Amethyst, su mandamás. Luego de los primeros minutos de historia, conoceremos diversos aliados que harán cambiar los objetivos del intérprete primordial, el cual inicia su viaje con un fin propio y lo altera en aras del bien común de su raza, subyugada por perros y gatos sin compasión.

Haciendo uso de un contexto sumamente peculiar, Overgrowth erige un argumento que ofrece sindéresis encontradas. Por un lado, cuenta con el agrado de mostrar un universo distinto, con una historia que se intenta seguir de cerca gracias a un ritmo que no cesa; no obstante, es imperativo hacer énfasis en "intenta" pues el juego, constantemente, nos introduce personajes que cambian el rumbo de aquéllo que pensábamos debíamos hacer, por lo que desconectarse de la trama es bastante sencillo. Su guion, asimismo, obviando la mencionada epopeya adjunta, ya que ésta sí que resulta sorprendentemente atrapante y lo hace de forma continua, no exhibe solidez como conjunto, más allá de que, por un motivo u otro, resulte difícil dejar de sentir seducción por descifrar el zigzagueante marco argumental, aunque, quizá, tal eventualidad se deba al deseo que supone volver a combatir.

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Un zoológico beligerante

Cuando se escucha hablar de la creación que aquí nos cita, la premisa suele generar una inaudita impresión: animales antropomorfizados que hacen un uso irrealmente divertido del kung-fu, las físicas y la interacción con el entorno. Pese a que innovador podría no ser la descripción más adecuada de lo depuesto en el videojuego, lo cierto es que Wolfire ha empleado una creatividad sin igual, convidando un producto que se ve distinto, se siente distinto y, axiomáticamente, es distinto, adjetivo en donde recae lo más especial de lo que guarda tras su exótica cobertura.

Así, pues, y reanudando lo comentado sobre Turner, desenvolveremos enfrentamientos a melé que no sólo incluirán las extremidades sino que, al mismo tiempo, involucrarán armas. Pese a ostentar un escaso set de ataques, la agilidad con la que nuestro querido roedor se maneja entre los adversarios representa un goce magnificente, especialmente cuando las batallas son ejecutadas haciendo uso de todo el repertorio que está a disposición, permitiéndonos realizar coces laterales, frontales, bajospuñetazos cortos y, con sumo énfasis, patadas en el aire, cuya importancia recae tanto en el gran impacto que produce como en la distancia que nos hace surcar por los cielos tras conectarla, siendo el movimiento idóneo para arrojar a los contrincantes más sempiternos a sus ineludibles fines y, de modo simultáneo, para posicionarnos adredemente en el espacio, alejarnos del peligro e, inclusive, acceder a zonas de extensa altura.

Aunado a lo destacado, la siempre adecuada mecánica de parry hace acto de presencia en cada escaramuza, el cual, en caso de efectuarse correctamente, despedirá al enemigo por los suelos y les arrebatará su arma, movimiento que ostentará una inefable importancia ya que las espadas, lanzas y dagas causan daños inconmensurables -ya sea por su uso directo o por ser lanzadas a raudas velocidades-, pudiendo generar una muerte instantánea. Todos estos elementos, junto a la posibilidad de esquivar rodando a ras del terreno, al sumarse en una única danza bella y sangrienta, convergen en peleas magistrales que, desde la primera misión hasta la última, son el quid de esta propuesta. En la instancia en la que se llega a un nivel de desempeño alto, en el momento en que se domina la jugabilidad del título, es cuando se podrá presenciar el mejor rostro de su encanto, y es que realizar cadenas interminables de conexiones físicas al son del plasma de las bestias produce un gozo de gran placer lúdico, sin siquiera ser lo único que compone su configuración interactiva.

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En relación a lo previo, los combates directos no son la única especialidad de Turner, pues el sigilo también es parte de su currículum. Teniendo los cuchillos el rol estelar en este menester, nos hallaremos en la potestad de, estando agachados, acercarnos a los oficiales para ahorcarlos y llevarlos a lugares en los que sus cuerpos no sean avistados o, directamente, rozar el filo de la navaja con sus gargantas. Dejando de lado el hecho de que el sistema no sea complejo, es en la propia simpleza de su concepción en donde se encuentra el gusto de su práctica, sobre todo cuando se suma a la ecuación las atléticas capacidades de nuestro edecán, las cuales le permiten correr con abundante rapidez, rodar con soltura y, ante cualquier otra habilidad, saltar con superlativa potencia.

Debido a ello, agregamos a Overgrowth la participación de un género más: las plataformas. Si tuviésemos que escindir la disposición del título en porcentajes, existiría un equilibrio aproximadamente simétrico, el cual surge de incesantes escaladas, prolongadas volteretas, vertiginosas galopadas verticales y diagonales... En síntesis, un confortable e invariable desafío a la gravedad perpetuado en la esencia del juego. Durante los instantes en los que no estemos propiciando cadáveres de índole ragdoll a los dioses de los leporidae, nos encontraremos en las secciones previamente descritas deleitándonos no sólo por la fluidez de las mismas sino, también, por la estética que las resguardan. De no ser por los controles, cuya torpeza simbolizarán más de un agobio, no habría oposición alguna que adjudicarle a su estructura, sin embargo, desafortunadamente, las respuestas que ofrecemos no serán traducidas inexorable y fidedignamente en los movimientos lagomórficos que veremos en pantalla, infamia que vilipendia su resultado.

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En conjunción al modo historia, Wolfire asimismo ha producido, a la par de los irreverentes e ingeniosos mods creados por la comunidad, tres modos de juego para variar los enfoques del mismo sistema: Arena, que depone al jugador en un recuadro reducido para soportar la oleada de múltiples enemigos; Sandbox, el cual permite al individuo deambular por cada uno de los mapas libremente, explorando sus delimitaciones y enfrentando enemigos; y, en última y más destacable mención, Versus, en donde recae el mayor entretenimiento de la terna al permitir que dos jugadores se adversen con las mismas mecánicas pero en el formato tradicional de su estirpe, ergo, en un sentido lateral, ofreciendo un recreo sin equivalentes.

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Fehacientemente quimérico

Si existiese la necesidad de determinar un sinónimo para cómo afronta Wolfire el desarrollo óptico de su obra, muchísimos caracteres podrían atribuírsele, la mayoría de ellos positivos. En tal sentido, y aunque el estudio optó por materializar animales de corte fidedigno como personajes de los sucesos, la realidad es que la agraciada entelequia que desborda su ámbito visual trasciende de cualquier otra distinción, creando una antítesis armoniosa entre lo verídico y lo imaginario para formar un conjunto ciertamente encantador, carente de una HUD que intervenga en las diatribas para moldear un medrado sentimiento de regocijo.

Y ello dista de únicamente hacer referencia a los cuadrúpedos, ahora bípedos, que rondan los confines de su contexto, sino que asimismo incluye la ambientación, la cual ha sido muy bien lograda. Desde desiertos hasta tundras, pasando por aldeas y llegando hasta urbes situadas en las nubes, rozando ciénegas y evadiendo magmas, esta producción no escatima en trasladarnos hasta las localizaciones más impensadas para cualquier ser, mas todas recreadas con un nivel gráfico que, si bien se deslinda en destacable magnitud de ser un portento, cumple con lo suficiente para conferir agradables estampas ópticas, incluso a expensas de específicos bajones de frames que pueden llegar a incordiar ciertos tramos de la épica.

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Sorprendentemente entretenido

Aunque a estas alturas ya se torna anafórico, es imperioso subrayarlo: Overgrowth es, ante todo, un videojuego muy, muy divertido. Sí, cuenta con diversas limitaciones que, como establecimos en la génesis de la epístola, no permiten que recomendemos con completa convicción su adquisición: no alberga demasiado contenido, la historia no es su fuerte, es tan peculiar que a muchos puede no gustarle, y la lista sigue, con detalles que van en detrimento de qué tan bueno es, al saldar las cuentas, el producto del estudio.

No obstante, el juicio que nos amerita esta obra es invariablemente óptimo, porque supone un viaje único en su haber, y uno bastante entrañable. A pesar de sus defectos y obstáculos, cuando se observa el pretérito y se rememora lo experimentado, lo especial de su propuesta logra alzarse por delante de cualquier incapacidad, ofreciendo así un juego con mecánicas placenteras, un apartado visual sereno, música onírica y, al combinarse, una sinfonía de bondades que erige una pieza imperfectamente auténtica.

Redactado por:

Politólogo a tiempo completo, economista a tiempo parcial. Asiduo al medio interactivo por su capacidad de hacernos vivir las historias, no contarlas. Joven venezolano amante de Bad Bunny, Itachi y los RPGs que busca cooperar en la evolución de una industria huérfana de horizontes.