El debut de Olivia Wilde en la dirección tiene algo de conservador, pero también de arriesgado. La desconstrucción -o el intento de la misma- siempre requiere cierto enfoque equidistante, y el cine teen lleva ya más de una década experimentando propuestas transversales. Cintas que, en casi su mayoría, terminaban valiéndose de clichés y estereotipos para edulcorar el lenguaje comercial que los directivos entienden más adecuado para el target, pero que de una forma u otra han ido moldeando el género junto a la evolución del zeitgeist. Y así llegamos a 2019 con "Súper empollonas" ("Booksmart"), la propuesta que más contribuye a ese racionalismo que buscan los adolescentes en su reflejo social.
Wilde llegaba con modestia a la cartelera estadounidense el pasado 24 de mayo, y conseguía enamorar a la crítica a pesar de los tortazos. Los golpes que le profesaban los sectores más hastiados con el género, y la patada que la propia Annapurna le daba comercialmente al colocarla frente a frente con "Aladdín". Nada de eso sin embargo impedía que esta comedia de corte convencional lograra generar un discurso de esperanza. Relato que enarbolaba desde el pastiche efectista y recalcitrante dejado por "Supersalidos" más de una década atrás. Y es desde ahí desde donde se entiende mejor el éxito de la película.
Cada década en los últimos cuarenta años ha tenido una o varias producciones referentes en la comedia para adolescentes. Con especial proliferación en los ochenta amparadas en el trabajo de Jon Hughes, películas como "El club de los cinco" o "Escuela de jóvenes asesinos" describían -o lo pretendían- la fotografía contemporánea de los quinceañeros. Y cada una de ellas era recibida en mejor o peor medida, pero siempre dentro de un valor positivo y reflexivo. Hasta que llegó Greg Mottola en 2007, y retrató a los millennials como una generación sustentada en vías de escape psicotrópicas ante una realidad injusta. La amistad seguía sustentando la trama, pero las fiestas y el tono salvaje solo conseguían desfigurar el cuadro. Y daba igual.
El objetivo último del género siempre fue entretener sin enjuiciar los medios para conseguirlo. Wilde reconfigura esta metodología. Busca insuflar un sistema de valores multicolor a una premisa tan trillada como efectiva. "Súper empollonas" no aporta nada a la forma, pero sí al fondo; recurre a la pareja de amigas nerds, a las pinceladas de bulliying psicológico, y a los tropos para construir a cada uno de sus personajes. Las fiestas y las borracheras son constantes, y la experimentación sexual -aunque descafeinada- sigue guiando las actitudes de los jóvenes. Pero -y he aquí la clave- no se autoconfigura así en pos del espectáculo.
Molly (Beanie Feldstein) es la “chica gorda de clase”, la inteligente y conservadora que representa el modelo de alumno ideal. Sí, pero también es el referente de todos esos jóvenes que buscan un equilibrio entre el sueño y la realidad. Ahí va un personaje versátil. Amy (Kaitlyn Dever) es “la amiga de”, la chica introvertida e idealista que se deja arrastrar por el grupo para evitar la exposición. Sí, pero también es una joven con una identidad sexual clara, dibujada sin las constricciones obsesivas del sexo al que Hollywood tanto echa mano para esas lides. Ahí va el otro personaje versátil. Sobre ambos, Wilde expone un menú más que reconocible, que sin embargo deja un regusto especial y atípico.
Hay mucho más que un lazo de amistad verdadera y pura. Ambas descubren que, a pesar de haber sacrificado su juventud para conseguir las mejores notas y prospecciones de futuro, no se diferencian tanto del resto de la clase. El guapo y ligón, la fiestera, las pijas, todos esos perfiles también han conseguido labrarse un porvenir de éxito. ¿Qué ha fallado? La premisa juega con temas universales y los vuelca en la lucha contrarreloj que Molly y Amy emprenden durante los últimos días de instituto, para disfrutar de la adolescencia antes de entrar en el mundo adulto. El camino que presenta Wilde para desatar ese nudo es plano y reiterativo, pero funciona. Y lo hace precisamente gracias a la pasión puesta en la construcción de sus protagonistas.
"Súper empollonas" no deja huella ni innova nada. Es sin embargo una de las películas más efectistas y respetuosas que ha parido la comedia adolescente en la última década. El envoltorio trufado de tropos va descubriendo poco a poco un retrato realista y entrañable de la Generación Z. Un escenario en el que los personajes resuelven los problemas siempre desde la coherencia y la sensatez que define a los jóvenes actuales. Por supuesto que hay secuencias de locura máxima, y por supuesto que existen diálogos absurdos. Pero todo está hilado con elegancia y ligereza, como si Wilde hubiera entendido el lenguaje del género para perfeccionarlo, por el camino más complicado, hasta su máxima expresión.
Ahora bien, el componente cultural puede ser demasiado explícito para todos aquellos que no hayan nacido en Estados Unidos. Sus mensajes se traducen con facilidad, pero las mansiones, el desapego familiar y la superioridad moral de la trama encasillan en cierta medida su efectividad. Es desde la panorámica histórica del género, desde donde "Súper empollonas" ejerce un papel valioso para disfrutar de este paso tímido hacia el placer no culpable.