Los videojuegos, en muchas ocasiones, viran sus propuestas en torno a la representación de experiencias fantásticas, de aventuras que el usuario vive a través de un avatar. Uno de los aspectos más destacados del medio interactivo es, precisamente, su capacidad para permitir disfrutar de estímulos inauditos, incluyendo actividades tan increíbles como domar un dragón, sobrevivir a un apocalipsis o, incluso, comprar una casa. Sin embargo, debido a las barreras de la tecnología, siempre hay obstáculos que, de una manera u otra, se oponen a una experiencia plenamente libre dentro de los límites ofrecidos. No obstante, ¿qué sucedería si una obra resulta capaz de evitar esos parapetos? Pues esa pregunta la responde Ghostrunner.
Entendiblemente, la mayoría de las veces es difícil homologar las premisas a las propias experiencias, siendo que siempre hay variables que resultan imposibles por no estar programadas; los combates de un League of Legends o un Overwatch no son como en los tráileres. Aun así, el título de One More Level, 3D Realms y Slipgate Ironworks es, con los matices que puede implicar la afirmación, una fidedigna trasposición de lo teórico a lo práctico, de la fantasía a la realidad. Es, como podrán leer a lo largo de este análisis, un proyecto que cumple a plenitud su principal baza: llevarnos de la CGI al mando sin ser capaces de notar las diferencias.
¿Libertad o seguridad? Encerrados en la dicotomía posapocalíptica
Ante todo, es importante destacar que Ghostrunner, como todo buen juego del género, se ambienta en un futuro distópico, en el cual un evento cataclísmico ha diezmado la población a un número muy reducido. Nuestro personaje, particularmente, pertenece a una élite de 'Ghostrunners', cibersoldados que garantizaban la seguridad del último bastión que da resguardo a la humanidad: la Torre Dharma. Sin embargo, un golpe de Estado removió al Arquitecto, creador de la torre, de su posición ejecutiva, situando autoritariamente a Mara, dictadora y líder del grupo las 'Llaves', en el poder, y relegando la casta de nuestro protagonista a la muerte por el peligro que suponían para el nuevo orden.
Veinte años después, la mente del Arquitecto sobrevive sin cuerpo en el Cibervacío -una red cibernética a través de la que todo el universo del juego se conecta- y, siendo el último de los corredores fantasma con vida, recobramos enigmáticamente la conciencia. ¿El objetivo? Escalar hasta la cúspide de la torre para detener a Mara y acabar con su tiránico reinado. ¿El problema? Todo escalafón de la misma está repleto de cuerpos de seguridad con el fin de acabar con la amenaza que representamos. ¿El dilema? Que, como podremos imaginar desde un principio, nada es lo que parece.
Situados en contexto, podemos afirmar que el manejo narrativo de Ghostrunner es, cuando menos, atropellado. Las mecánicas del videojuego se desenvuelven a tal velocidad que resulta considerablemente difícil seguir con precisión los diálogos y sucesos que se desarrollan, especialmente porque ninguno de estos se da de forma presencial; desde las conversaciones hasta las consecuencias de nuestros actos, todo acontece fuera de nuestro rango de visión. Se percibe con interés, eso sí, por la capacidad de la entrega de construir expectativa y hacernos mantenernos enfocados en la búsqueda de la verdad, mas los entresijos de este proceso pasan completamente desapercibidos.
Al mismo tiempo, a pesar de establecer temas como la desigualdad social -reflejada en la propia torre, donde los niveles bajos son para los pobres y los altos para los pudientes- y la dicotomía entre libertad y seguridad, no se profundiza en ninguno de los tópicos, pues está mucho más centrado en su jugabilidad que en enviar un mensaje sobre los mismos. Incluso, aún teniendo zonas pausadas en las que nuestro protagonista únicamente mantiene un intercambio de perspectivas con el Arquitecto, no existe preocupación alguna más allá de descubrir qué está sucediendo en realidad.
Empero, cabe aclarar que Ghostrunner no es pretencioso con su argumento, ergo, no pierde tiempo en darle más relevancia a la historia de la que considera pertinente. Ello, claro está, no resta veracidad a lo establecido en los párrafos previos pero, simultáneamente, dicha veracidad no resta valor sustancial a la propuesta de la terna de desarrolladoras. Estas, en cambio, optaron por la usual alternativa de distribuir coleccionables a lo largo de los mapas en aras de dar más detalles sobre la historia de su mundo; un sistema que funcionará más o menos según la clase de jugador que lo evalúe pero que, en cualquier caso, deja el camino libre para enfocarnos en el quid del producto: las mecánicas.
Mirror's Edge conoce a Dishonored: Una magistral conjunción de mecánicas y sensaciones
Donde sí no pararemos de elogiar a Ghostrunner es en su composición jugable, siendo el apartado donde notablemente ubica sus pilares más sobresalientes. Así, pues, la descripción 'Mirror's Edge conoce a Dishonored' resulta sumamente pertinente para la ocasión pues, en esencia, el videojuego es el resultado de sumar el parkour en primera persona del título de Electronic Arts con los poderes y la verticalidad del de Arkane Studios, incluyendo la libertad de movimiento que conceden ambos en aras de conseguir una obra que se ve fenomenal y, además, se siente fenomenal.
Particularmente, siendo un ninja cibernético, nuestro personaje cuenta con una serie de herramientas y habilidades que le permiten hacerse paso con suma soltura por los escenarios de la Torre Dharma. Así, equipados con una katana que asesina a todos los enemigos con un único impacto, con un gancho que nos permite abalanzarnos hacia un objeto específico y con la capacidad de correr por las paredes, junto a posteriores destrezas como deflectar las balas, ralentizar el tiempo o emanar ondas de choque, desplazarse es un verdadero deleite, sobre todo porque el juego no es solo de acción: también es un rítmico rompecabezas en movimiento.
En tal sentido, cada nivel suele estar distribuido entre segmentos de plenas plataformas y segmentos de combate. Además de lucir un contraste perfecto en tales términos, las secciones en las que hemos de enfrentar a múltiples enemigos se alzan como puzles, pues nos obligan a crear esquemas mentales del espacio y de la ubicación de las amenazas para trazar las rutas particulares que nos permitirán superar la adversidad. De esta manera, es difícil describir el placer que supone acabar con una sala repleta de enemigos, ya sea tras múltiples intentos o en un primer asalto donde 'decidir sobre la marcha' es lo imperativo, porque las mecánicas funcionan sublimemente.
La variedad de objetivos, asimismo, alimenta tal filosofía, pues será necesario deshacernos primeramente de variables como los campos magnéticos que ocasionalmente protegen a los enemigos o de los soldados que nos agreden con ataques físicos para poder viabilizar la victoria. Igualmente, a pesar de que la campaña dura entre seis a ocho horas y cuenta con múltiples niveles, cada capítulo nos depara una nueva mecánica incluso en sus últimos compases, por lo que siempre estaremos obteniendo inéditas herramientas para que las personas más diestras y creativas puedan explotar la libertad de acción que la propuesta concede.
Y es que, hablando de libertad, Ghostrunner será, sin lugar a dudas, una dádiva proveniente del cielo para los speedrunners y los usuarios más imaginativos. Siendo que todas las superficies son sólidas, los jugadores tendrán la potestad de encadenar rutinas inexplicables de saltos, asesinatos y piruetas, generando grandes dosis de rejugabilidad en el proceso -también gracias a los marcadores que registran nuestros mejores tiempos y menos muertes en cada nivel-. Si a ello le sumamos las mejoras pasivas que podremos anexar a nuestro abanico de alternativas, encontraremos que las posibilidades son innumerables, lo cual resulta destacable teniendo en cuenta que, en general, los mapas son más bien lineales -con claves visuales para darnos indicios de a dónde debemos ir, lo cual es un añadido excelente-.
Por otro lado, el avatar que encarnaremos es frágil y, por ende, un único golpe será suficiente para hacernos repetir la secuencia desde el último checkpoint. Sin embargo, resucitamos con tal celeridad que es difícil darle importancia a lo endeble de nuestro protagonista, especialmente porque estaremos demasiado enfocados en sortear el peligro, por ende, detenerse no tiene cabida alguna entre los verbos de la entrega. Empero, también es cierto que, tras múltiples intentos, la frustración puede hacerse presente, pero el juego está tan bien diseñado que es fácil dejarse llevar -además, si se muere demasiado, automáticamente se salta la sección que impide el progreso-.
Espectacularidad funcional, o cómo representar a cabalidad la fantasía de poder
Citando la introducción de este escrito, Ghostrunner puede "llevarnos de la CGI al mando sin ser capaces de notar las diferencias". Esto, precisamente, alude a la tendencia del medio interactivo de exhibir tráileres cinematográficos que no reflejan fidedignamente lo que los videojuegos que publicitan son capaces de emular. En cambio, la obra que aquí nos reúne es una de las demostraciones más exactas y fehacientes de la fantasía de poder que promete: lo que se ve en las cinemáticas se puede replicar hasta el último ápice.
De tal forma, Ghostrunner tiene el poder de generar secciones mecánicamente espectaculares y vistosas, difuminando completamente la línea que divide lo jugable de lo meramente estético y, por consiguiente, convirtiendo lo mecánico en belleza pura. Correr a toda velocidad por una publicidad autoritaria deflectando balas hacia sus emisores, luego cabalgando sobre un robot que termina siendo dirigido como explosivo a un grupo de soldados, posteriormente arrojando shurikens a toda amenaza existente para después culminar en un tajo que corta a la mitad a tres enemigos en simultáneo es una coyuntura perfectamente factible. Y, mejor aún, es perfectamente funcional.
Es decir, el juego no solo luce bien, sino que lo hace con practicidad. La hipotética concatenación de acciones descrita con anterioridad encuentra un equilibrio idóneo entre dificultad y lograbilidad: amerita habilidad, pero es totalmente posible de ejecutar y, paralelamente, resulta práctico para resolver las situaciones que afrontaremos. En consonancia, la creación cuenta con un sentido kinestésico sensacional, razón por la que el movimiento es placentero y divertido por sí solo, y permite desarrollar tan inauditas ejecuciones sin ser precisamente complicado de digerir ni en lo visual ni en lo motriz.
El problema de ser un videojuego
Desafortunadamente, como le sucede a una infinidad de títulos contemporáneos, Ghostrunner peca de no separarse de su inherencia videojueguil cuando le corresponde, lo que desemboca en los deslices más prominentes de su apuesta. Esto, de manera más detallada, deviene en un sistema de coleccionables mal utilizado, pues los mismos están ocultos en recovecos recónditos y encontrarlos detiene completamente el flujo de la travesía. Al mismo tiempo, alberga una serie de jefes finales que, si bien cumplen con variar los retos jugables, se sienten fuera de lugar dentro del todo que simboliza la producción.
Lo negativamente más notable, no obstante, son las secciones del Cibervacío, donde se nos separa de la parcial totalidad de nuestros movimientos para arrojarnos a una serie de rompecabezas formales y muy pausados que, al igual que los jefes finales, no están precisamente mal diseñados -incluso, el Cibervacío ofrece algunas de las estampas visuales más despampanantes de todo el juego-, pero se alejan completamente de lo que hace realzar al título. La consecuencia, una vez más, es una ruptura con el correcto transcurrir de nuestro viaje, evitando que este sea la perfecta línea horizontal que, con increíble facilidad, podría ser sin estos lastres artificialmente introducidos.
Placer en movimiento, placer visual, placer auditivo
Ghostrunner destaca, primero, por su capacidad de interpretar el movimiento, el acto de trasladarse de un lugar a otro, como un arte por cuenta propia, como un campo que se puede explotar sin una excusa más que el desplazamiento mismo. Conjuntamente, representa con suma valía el género de ambientación al que se circunscribe, convidándonos a una excelente visualización de lo cyberpunk que, además, se transforma a medida que vamos subiendo en la torre. Asimismo, de forma paulatina, los entornos cambian al igual que la paleta de colores, logrando contrastes destacables que combinan belleza y opresión en un único odre, incluyendo tintes de influencia oriental que lo dotan de un atractivo extra.
Un atractivo que, por si fuera poco, se traduce en los propios combates, cuya vistosidad es digna, como definíamos en párrafos anteriores, de una escena cinematográfica. Columpiarnos por los ganchos de Torre Dharma mientras llenamos de sangre nuestra katana -personalizable, cabe acotar- y nos deslizamos por sus luminosos rieles produce un gozo óptico considerable, el cual se ve ampliamente incrementado por una banda sonora que, en esa misma línea, tiene el poder de exponenciar las sensaciones que el videojuego de por sí es capaz de producir. En conclusión, una experiencia sensorial que, innegablemente, es de las más estimulantes de todo el año.
Ghostrunner: Una CGI protagonizada por el jugador
En conclusión, Ghostrunner es uno de los mejores juegos del actual 2020, ofreciendo una de las experiencias más disfrutables, singulares e impolutas de entre sus congéneres. Con un equilibrio clínicamente preciso entre exigencia y facilidad, entre plataformas y combates y entre espectacularidad y funcionalidad, nos encontramos ante una obra redonda, cuyos errores, si bien evidentes, no alcanzan a contraponerse a lo magno de sus logros. En términos sintetizados, una película protagonizada por el jugador, la consumación última a nivel kinestésico, visual y auditivo de las fantasías más puras de todo niño que, al ver un tráiler, se imagina replicando las épicas hazañas con un mando en las manos.
Ghostrunner es, incluso con sus palpables inconvenientes, un título sobresaliente. La obra de One More Level, 3D Realms y Slipgate Ironworks se alza como uno de los lanzamientos más destacables del año, ofreciendo una épica repleta de acción y frenetismo. Se trata, en síntesis, de una impoluta demostración de poder, vistosidad y habilidad en un producto placentero tanto en lo kinestésico como en lo visual y lo sonoro.
Historia
Jugabilidad
Ambientación
Banda sonora
Mecánicamente es variado, adictivo e impoluto; invita mucho a la rejugabilidad
Las secciones de plataformas con parkour acompañan excelentemente a los combates
Cuenta con jugabilidad dinámica al introducir nuevas mecánicas incluso al final de la campaña
Es espectacularmente vistoso y funcional; se siente épico tal y como los tráileres lo muestran
Pese a su linealidad, ofrece múltiples herramientas y mapas transversales para enfrentar con libertad y creatividad los desafíos
Su diseño gráfico/artístico, desde los escenarios hasta los enemigos, es despampanante
La banda sonora es fenomenal y se adecúa con exactitud a los contextos
Posee un sentido de la kinestesia remarcable
Debido a la velocidad del videojuego y a sus formas narrativas, es difícil interesarse por la historia
Los coleccionables detienen el correcto flujo de la travesía
Las secciones del Cibervacío, incluyendo sus rompecabezas, no suelen encajar con el resto de la obra
Politólogo a tiempo completo, economista a tiempo parcial. Asiduo al medio interactivo por su capacidad de hacernos vivir las historias, no contarlas. Joven venezolano amante de Bad Bunny, Itachi y los RPGs que busca cooperar en la evolución de una industria huérfana de horizontes.