En los cinco años que llevo en Areajugones, reivindicar mi amor por los juegos de sigilo es lo único que he hecho en un mayor número de ocasiones que alabar a FromSoftware. En realidad, la única razón por la que no modifico legalmente mi nombre para llamarme "Attano, Corvo" es por mi inamovible temor de un día conocer a Hidetaka Miyazaki y que piense que mi corazón le pertenece a una creación que no sea suya. Como consecuencia, mi nombre es y seguirá siendo Ronald Goncalves; como Ronald Goncalves, soy y seguiré siendo fanático del sigilo; y, como fanático del sigilo, me gusta y me seguirá gustando Aragami 2.
Lo dicho, sin embargo, no está exento de un sinfín de matices que intentaré resumir en la medida de lo posible ya que no me considero el somnífero de nadie, mas debo realizar un disclaimer: tengo una relación tóxica con los títulos de infiltración. Doy concesiones, tolero injusticias y en alguna que otra ocasión hasta llego a disfrutar del derramamiento de sangre, y lo mismo me pasa con los videojuegos de sigilo. Quizá, el resultado de ello sea un juicio sesgado y, quizá, un efecto colateral sea la positiva valoración que tengo de lo nuevo de Lince Works, pero donde no hay un 'quizá' es en el simple y aplastante hecho de que Aragami 2me ha atrapado. Y no sé cuántos juegos en 2021 pueden decir lo mismo.
Una sombría y seductora propuesta
Bueno, mentí: sí sé qué musas han sido capaces de embelesarme a lo largo de este año. Ender Lilies, Slay the Spire y Hades son las únicas citas a las que me he presentado voluntaria y reiterativamente en el transcurso de los últimos diez meses, puesto que me han ofrecido relaciones robustas y saludables. Aragami 2, en cambio, ha llegado a mí con una sombría propuesta, capaz de seducir en mí a esa fracción más visceral, emocional y ávida de placeres que no logra discernir lo bueno de lo malo. O, más aún, que no le importa lo malo dada la presencia de lo bueno.
Es decir, después de que Aragami 2 me hace daño y hiere mis emociones, me da un beso y me recuerda por qué estoy con él. ¿Repetitividad en el diseño de los niveles? Jugabilidad precisa como un sicario y fluida como el Orinoco. ¿Historia anodina y olvidable? Tantas herramientas, rutas y poderes como mis más creativos sueños han podido imaginar. ¿Una IA insultantemente errática y fácil de eludir? Satisfacción mecánica al nivel de los más grandes de su estirpe. ¿Demasiadas misiones que extienden artificialmente la vida del juego? DISHONORED MÁS TENCHU.
Y la lista de pros y contras, huelga aclarar, continúa. Por cada coleccionable insulso o cada mapa repetido, Aragami 2 me presenta una nueva posibilidad de enamorarme de sus mecánicas. Lo bruto y a veces rudimentario de sus formas pone de contraste el hecho de que me hace feliz, de que, incluso con su infinidad de asperezas, genera en mí una sensación de placer por estar a su lado. Sé que no está bien, pero no es producto de un horario ajetreado o de otros quehaceres que, incluso teniendo una semana más para distribuir mis horas de juego hasta el cumplimiento del embargo, haya sentido el imparable deseo de ventilármelo en tan solo un par de días.
Efectos colaterales de una relación tóxica
No obstante, como toda sensación motivada por el ímpetu de la emoción y no por la sobriedad de la razón, eventualmente los efectos colaterales comienzan a surgir. De manera progresiva, la paciencia se reduce, las ganas de continuar se desvanecen y el deseo por terminar se agranda, por lo que esas maravillosas experiencias iniciales, si bien siguen presentes incluso al final del camino, ya no reportan tanta gratitud. Y eso es Aragami 2: un título cuya excelencia tiene un rendimiento decreciente debido a sus malas decisiones.
Porque, aun reconociendo que disfruté la décimo quinta hora tanto como la primera, es inevitable sentir la persecución de la monotonía cuando la duración de la campaña se expande artificialmente a través de misiones genéricas e irrelevantes. O cuando visitas el mismo mapa por séptima vez. O cuando encuentras una zona secreta solo para toparte con un intrascendental cofre de oro. Aragami 2 se equivoca al creer que una relación es más o menos valiosa con base en el tiempo que dura; un error incomprensible teniendo en cuenta cuán concisa y afable fue su primera travesía.
Por supuesto, el objetivo expansivo de Aragami 2 es encomiable pero, al ubicarnos en tiempo y espacio, es fácil darse cuenta de cómo su preocupación por los aspectos superficiales (duración, expansión, densidad) fue en detrimento de los aspectos sustanciales (emoción, naturalidad, intensidad). Optó por una posición tan controladora y calculadora que se olvidó que, como en 2016, lo verdaderamente relevante no es ni la presencia de más de 50 niveles ni la disponibilidad de decenas de coleccionables, sino una epopeya enfática, auténtica y distinguible. En esencia, se olvidó de que las relaciones son más que números; son experiencias.
Quiero odiar a Aragami 2, pero no puedo
En el vaivén que supone escoger una nota para un análisis y dar un respectivo veredicto, dudé en decantarme por una valoración positiva o por una negativa, ya que la obra que aquí nos reúne es un constante 'toma y daca' en el que las lindas sensaciones y las malas resacas vuelan por los aires sin parar. Pero, al final del día, el haberle invertido 16 horas de mi vida sin siquiera darme cuenta es reflejo fidedigno de una sola conclusión: aunque quiera odiar a Aragami 2, lo cierto es que, como mi ex o la cerveza, me ha gustado. Y bastante.
Evidentemente, no puedo dejar de lado mi permisividad con el género ni mi masoquismo emocional y pretender que mi cariño hacia la entrega de Lince Works no está motivado, así sea de forma parcial, por las mismas razones que me hacen amar al último Thief o a Styx: Master of Shadows. ¿Lo querré por mis carencias afectivas, traducidas en el escaso número de juegos del género en el mercado? Tal vez, sin embargo, últimamente querer es querer y, en definitiva, yo quiero a Aragami 2, mi nostálgico regreso a la tóxica relación que guardo con el sigilo.
Si mi relación con los títulos de sigilo es tóxica, Aragami 2 es un síntoma más de ese vínculo: sé que no son reducidos sus errores, pero no puedo evitar obviarlos en pos de sus bondades. Últimamente, cualquier crítica sobre su argumento, su diseño o su tecnología sucumben ante el simple pero fundamental hecho de que es satisfactorio y divertido, dejándome una experiencia que, sin lugar a dudas, recordaré con cariño y recomendaré a todo fanático del género.
Historia
Jugabilidad
Apartado audiovisual
Tecnología
La jugabilidad resulta más fluida, divertida y precisa que la de su predecesor
Entre poderes, artilugios y rutas, el número de alternativas jugables es considerable
Siguiendo la estela del género al que pertenece, es sumamente satisfactorio
En términos audiovisuales, el conjunto resulta acogedor y muy acorde al tono de la aventura
La historia es anodina y no logra sobresalir en ningún aspecto
Más resultó ser menos: demasiadas misiones, demasiadas horas innecesarias de juego que se convierten en tedio más que en diversión
La inteligencia artificial es errática y fácilmente evadible dentro y fuera de combate
Politólogo a tiempo completo, economista a tiempo parcial. Asiduo al medio interactivo por su capacidad de hacernos vivir las historias, no contarlas. Joven venezolano amante de Bad Bunny, Itachi y los RPGs que busca cooperar en la evolución de una industria huérfana de horizontes.